Capítulo veinticinco

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El corazón me da un salto en el pecho y no es precisamente uno agradable. De pronto siento cómo mis entrañas se retuercen en mi abdomen y la bilis sube por mi garganta. Mi primer instinto es gritarle que se vaya a su casa o, mejor, al carajo, pero me obligo a mí misma a poner la sonrisa más glacial del universo y decir con voz fría:

—Sí, es entendible. Una de mis sesiones de reconciliación con un chico argentino duró cerca de nueve horas. Volviendo al tema, ¿qué sucedió con Lillian?

Félix no da señales de haber sido afectado por lo que he dicho, pero no puedo evitar notar que sus ojos están ligeramente entrecerrados. Sin embargo, deja el tema ahí y no dice nada que pueda provocarme más náuseas.

—Mi esposa se pasó una hora gritándome por haber sido manipulado tan fácilmente y otra más por haberte mirado el escote sin querer cuando entraste y nos sorprendiste. En realidad, creo que estaba más enojada porque no continué con lo que estábamos haciendo que por lo que dijo, pero juro que nunca la había visto tan furiosa en veintiséis años de matrimonio.

Veintiséis años de matrimonio.

—Quiero vomitar —anuncio y me pongo de pie. Realmente siento unas náuseas terribles y mi estómago hace unos sonidos raros. Sin embargo, cuando trato de dar un paso hacia adelante mis piernas fallan y caigo de rodillas sobre el suelo de mi habitación.

—¡Melody! ¡¿Qué te sucede?! —oigo el grito de Félix y lo miro. Está pálido y un poco desesperado, parece que no sabe bien qué hacer.

Siento que las náuseas se vuelven más fuertes y la desesperada empiezo a ser yo.

—¡Llévame al baño! ¡Ahora!

Félix me levanta del suelo y corre por el apartamento como si lo conociera de memoria. Abre la puerta del baño y me deja delante del inodoro incluso antes de prender la luz. Y justo a tiempo, debo decir. Siento apenas cómo su mano se ajusta en torno a mi cabello mientras expulso hasta la primera papilla.

Media hora después estoy nuevo en mi cama, pero con las mantas hasta la barbilla. A mi lado, Félix me toma la temperatura con un termómetro que no sé de donde lo ha sacado.

—Tu temperatura está normal —afirma y me mira como si fuera algo imposible—. Pero estás sudando a mares y no puedes caminar. Lo más probable es que se trate de monóxido de carbono o algún otro tipo de intoxicación.

—¿Ahora eres médico? —tal vez me sienta espantosamente mal, pero no puedo evitar pincharlo.

Él me mira con una media sonrisa que lo rejuvenece veinte años.

—Lo hubiera sido si hubiera terminado la carrera —dice con un dejo de nostalgia—. Ese era mi sueño: ser un cardiólogo de renombre y estar soltero hasta el día de mi muerte.

Él se sienta al borde de la cama y yo me pongo de lado para verlo mejor.

—¿Por qué no estudiaste medicina? —pregunto al ver que se queda callado.

Félix sacude la cabeza como si quisiera alejar un recuerdo desagradable y se hace un corto silencio.

—Mi padre quería que fuera abogado y me metiera en política —admite al fin—. Pero yo tenía dieciocho años y era un poco rebelde, así que huí de mi casa y usé un poco del dinero que me había regalado mi abuelo para costear la universidad. Me atrasé un poco por algunas materias e iba por el quinto año cuando me enamoré de Lillian y la dejé embarazada de Andrew. Fue el error más estúpido y caro de mi vida. Con el dinero que tenía podía vivir bien hasta terminar de estudiar, pero no podía mantener a nadie más. Lillian me mostró el resultado de la prueba de embarazo que se había hecho en un laboratorio bioquímico y no me dio tiempo a asimilar la noticia antes de comenzar a hablar de la comida que se serviría en nuestro banquete de boda. Ella esperaba que me casara con ella, que costeara sus gastos y que estuviera radiante de felicidad. Como sabrás, mi esposa pertenece a una buena familia, de esas que no toleran a las madres solteras. Lillian es hija única y su elección de marido nunca fue bien vista por sus parientes. Sus padres incluso se negaron a pagar la boda pomposa que ella quería. De modo que tuve que ir corriendo hacia mi padre, rogar su perdón y prometerle que empezaría la carrera de abogado cuanto antes si me daba lo que necesitaba para pagar la puta boda. Él me dio mucho más que lo que necesitaba, pero nunca más confió en mí ni me dejó decidir sobre mi vida. Prácticamente me ordenaba hasta cuándo correrme. Después de inscribirme en la Facultad de Derecho, pasé una semana abofeteándome y metiéndome en peleas callejeras. Había dejado escapar mi sueño por una estupidez tan grande como un hijo.

—No amas a Andrew, ¿verdad? —lo interrumpo—. Lo culpas por todo esto.

Félix niega con la cabeza.

—Es complicado. Sé que él no tiene la culpa, pero cuando lo miro y veo lo mucho que se parece a su madre no puedo evitar pensar que lo dejé todo por alguien que no valía la pena. Ha heredado todo lo malo de Lillian y nada bueno de ninguno de los dos. Tal vez habría sido mejor pedirle a Lillian que abortara cuando estuvimos a tiempo.

La idea me hace sonreír. Andrew sin existir, Lillian casada con otro y Félix soltero. Sí, suena increíble. Pero no es así.

Una puntada en el estómago me quita la respiración y rápidamente llevo las manos hacia el lugar problemático.

—¿Estás bien? —inquire Félix con el ceño fruncido—. De repente te pusiste muy pálida.

—Me duele el estómago —admito—. Pero quiero que sigas hablando. Eso me distrae un poco.

Félix asiente y continúa su historia.

—Me gradué con honores en derecho a los treinta años y después hice un pequeño profesorado por si decidía que la política no era lo mío. Finalmente, el padre de Lillian me consiguió el puesto de director que tengo ahora. Supongo que estaba harto de que el marido de su perfecta hija fuera un bueno para nada. ¿Qué es lo gracioso? —pregunta de mal modo cuando nota que me estoy riendo.

—Eres un director que estudió abogacía y quería ser médico —las carcajadas se me cortan cuando sufro otro ataque de náuseas.

—Sí, es una historia un tanto rara. ¿Estás bien?

No, no lo estoy.

—Baño. Otra vez.

Félix no necesita que se lo diga dos veces. Me lleva al baño nuevamente y vuelve a sujetar mi cabello mientras yo devuelvo mi estómago entero por enésima vez.

Mientras me lavo los dientes, también por enésima vez, él parece darse cuenta de algo.

—Si es una intoxicación, vomitarás hasta que lo que la causó salga de tu estómago. Considerando la cantidad de veces que has vomitado, ya deberías estar más que bien. ¿Se puede saber qué comiste?

—Pedí una lasagna por delivery, pero…

Entonces lo comprendo. En todo esto hay un problema mucho más grande que mis vómitos.

—Félix, tengo que ir al hospital. Me han envenenado.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Where stories live. Discover now