La llegada a Júpiter

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Marte había abierto las puertas del Monte Olimpo por primera vez en toda su existencia. Ningún ser, ninguna criatura había podido salir de las entrañas de su infierno. Mas, solo el Dios Ares había atravesado el umbral y se había consagrado como el primero.

Con gran majestuosidad extendió sus alas y voló hasta Júpiter, el gigante de gas, el reino de Zeus. Se vio un rayo caer del cielo y en medio de él apareció Ares. Dio unos pasos pero detuvo su camino cuando se encontró con dos bellas guerreras, dos Diosas.  Atenea, una amiga y una hermana para Ares, de rubios cabellos y firme mirada. Su dulzura era empañada por su fuerza para dirigir un ejército y por ello era llamada la Diosa de la guerra, la civilización, la sabiduría, de la estrategia en combate, de las ciencias, de la justicia y de la habilidad.​ Calypso, lucía un rojizo cabello muy distinto al dorado que llevaba la última vez que la vio con su arco y flecha, pero conservaba su ligereza para despertar pasiones en los dioses, cualidad digna de una Diosa de la caza y los bosques. Al verlas, él las reconoció de inmediato, pero ellas no lo reconocieron..

 Al verlas, él las reconoció de inmediato, pero ellas no lo reconocieron

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- ¿Quién eres y a qué has venido?- acotó Atenea.

-Vengo a reclamar a Zeus lo que me pertenece.

-No tienes derecho de retar a nuestro Gran Padre, si deseas entrar, tendrás que pelear con Atenea, Diosa de la Guerra- agregó Calypso.

-Si así tú quieres, aceptaré- dijo Ares.

Atenea levantó su espada con un sagaz movimiento, e hirió al joven retador. Una gran herida cortante recorría el cuerpo de Ares, pero éste no se inmutaba. De pronto la herida comenzaba a cerrarse casi milagrosamente ¿qué es esto?, ¿acaso un acto demoníaco? ¿tal vez magia oscura? ¿quién era este ser?

Atenea cambió su semblante por el de uno que poco dejaba ver su seguridad. Ninguno había sido capaz siquiera de enfrentarla y ahora un desconocido recibía sin afectarle el corte de su espada.

Calypso agudizó su visión, y un instinto dentro de su corazón parecía haber reconocido aquel rostro.

-Es Ares..

Atenea titubeó, Ares había muerto y nadie, absolutamente nadie podía regresar de esa muerte. Pero..

-He...hermano?- lágrimas rondaban las mejillas de Atenea cuando entonces su espada cayó al suelo.

Ambos corrieron a abrazarse, recordando tiempos aquellos en donde la muerte no ensombrecía sus sonrisas y donde las heridas aún no existían en el corazón..

Ambos corrieron a abrazarse, recordando tiempos aquellos en donde la muerte no ensombrecía sus sonrisas y donde las heridas aún no existían en el corazón

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Ares & Afrodita: Nacimiento ÓrficoWhere stories live. Discover now