CENIZA

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**Estoy empezando a subir relatos viejos para amenizar la cuarentena a la gente. CENIZA fue escrito en 2015 y en 2016 ganó el PRIMER PREMI POBLE DE BENETÚSSER**



Esta noche los ángeles no saldrán y surcarán el cielo rozando sus alas con las nubes. Esta noche los grillos no cantarán con su propio instrumento. Esta noche el viento no azotará las copas de los árboles con su melódica fuerza. Esta medianoche ella no se levantará sudando y chillando porque no oirá a los grillos cantar; no oirá cómo se agitan las hojas de los árboles del jardín; no sentirá cómo los ángeles surcan el cielo.

Pero ella lo ha hecho.

Suda con nerviosismo y respira acelerada y acaloradamente. Escucha cómo el viento mueve las cortinas a través de su ventana medio abierta con el deseo de escuchar los sonidos que caracterizan cada noche.

Pero ese sonido no es normal.

El vidrio de su ventana chirría a medida que aprecia una fina y larga línea que se extiende desde un extremo a otro, de derecha a izquierda, en su ventana.

Se abraza a sí misma mientras tiembla y tirita. Sus labios se han teñido de morado y sus dientes castañean entre sí. Acerca la manta de su cama y se arropa con ella, intentando resguardarse del frío que se filtra por la ventana abierta. La puerta de su habitación, en cambio, está cerrada; sin embargo, da débiles golpes contra el marco de la puerta.

Cada vez se siente más perdida. En un ataque de ansiedad, empieza a gritar frenéticamente los nombres de sus padres, una y otra vez. Pero no responden. Brusca y repentinamente, se deshace del calor de las mantas y salta de la cama. Descalza, se aproxima a la puerta y acerca su mano al pomo para girarlo y abrir la puerta. Justo en ese instante, los pequeños trozos de vidrio de su ventana estallan y se despegan entre ellos, como mil piezas de un puzle. Ella contempla cómo su ventana se rompe en mil pedazos, cómo los cristales caen sobre ella como misiles y aterrizan en el suelo produciendo chirriantes sonidos en el suelo de su habitación. Aterrizan sobre ella, sobre su cuerpo, sobre su piel, desgarrando su fino pijama. Algunos se le clavan en la piel y se arrastran sobre ella, abriendo grandes abismos en su piel. Siente cómo la sangre brota de ella, cómo se mancha el desgastado pijama. Contempla su cuerpo teñido de rojo aterrorizada, impactada. Con un grito ahogado en su garganta, mira hacia lo que era su ventana. Y ahí está. Quiere gritar y chillar pero las palabras no le salen y sus cuerdas vocales no responden. Quiere salir corriendo, marcharse y desaparecer de ahí pero no puede. Las piernas tampoco le responden y le fallan, le tiemblan y siente que en cualquier momento se desmayará.

A medida que Helena se acerca a ella, siente cómo todo su cuerpo se acalora. Dalia olvida por completo toda la sangre que cubre su cuerpo, todas las heridas que lo adornan, el pijama roto que viste. Lo olvida todo. Olvida su miedo y que las piernas le fallan, y entonces echa a correr. Escaleras abajo corre frenéticamente, con miedo de tropezarse y caer, dándole a Helena la posibilidad de alcanzarla. Pero no puede pasar. Dalia no puede dejar que eso suceda. Cuando llega a la primera planta de su casa se queda inmóvil en el centro del pasillo sin saber hacia dónde ir. Acerca sus dedos a los dientes y sin quererlo, se muerde las uñas a la vez que sus dientes castañean contra su uña. A pesar del ruido que producen sus dientes, puede escuchar la voz de Helena diciéndole:

—Sé que estás ahí...

Dalia se sobresalta y sin mirar muy bien hacia dónde ir, se dirige a su derecha y entra en la última habitación de su casa. Una vez abre y cierra la puerta, se respalda en la pared y respira algo más tranquila con los ojos cerrados. De todas formas, el corazón aún le golpea el pecho y siente que se lo partirá; sobre todo con la cantidad de heridas que tiene ahora. Deja arrastrar su espalda por la pared y cuando se sienta en el suelo, abre los ojos tanto como puede y contempla la cama de sus padres. Cuando los ve a ambos abrazados en la cama, juntos, se dibuja una sonrisa en su rostro. Se levanta con cuidado del suelo y se acerca a la cama, cojeando. Cuando llega junto a ella, le roza con el dedo índice el lateral del rostro de su madre. Está de espaldas y la obliga a girarse, sacudiendo un poco su brazo. Y cuando le mira, le gustaría no haberlo hecho.

Relatos cortosWhere stories live. Discover now