CLIC

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Clic. Clic. Clic.

Ese era el sonido.

Clic.

Clic. Clic.

Aquel era el sonido que producía el ratón cada vez que Victoria presionaba el dedo índice sobre el botón izquierdo. Una vez más, volvía a enfrentarse a la pantalla del ordenador, como cada fin de semana que encontraba tiempo libre.

En cuanto el fichero estuvo abierto, colocó los dedos encima del teclado, suspendidos en el aire, esperando a que las ideas fluyesen a través de su cuerpo para poder plasmarlas en su ordenador. Sin embargo, las ideas no iban y venían con la frecuencia que Victoria habría deseado.

Cerró los ojos. Exhaló con intensidad y trató de alejar el estrés que le provocaba pensar en la cantidad de proyectos y trabajos que tenía que redactar y entregar para la semana siguiente.

Suspiró. Volvió a mirar la pantalla y resopló.

No sabía por dónde empezar. Ni siquiera sabía qué podía contar. De qué hablar. Sobre qué escribir. ¿Iba a ser ella capaz de escribir un buen relato? ¿Acaso un libro? Ni siquiera tenía que ser necesariamente bueno, solo tenía que ser un libro. Que ella hubiera producido una obra con palabras y letras que tuvieran coherencia y cohesión entre ellas, que se entrelazasen en busca de un mismo sentido, ya podía considerarse un logro. Solo necesitaba encontrar entretenimiento.

Inmediatamente buscó su móvil. Lo extrajo de sus bolsillos y, antes de reproducir una canción, conectó los auriculares. Para Victoria, la música siempre había sido una buena forma de inspirarse. Quizá si lograra olvidarse de su vida durante un rato, podría escribir algo. Aunque fuera una frase. Con eso se conformaba.

Con la mirada enfocada en la pared se concentró en la letra de la canción seleccionada. Se dejó llevar por la melodía, moviendo la cabeza hacia delante y hacia atrás; hacia un lado y hacia el contrario. Súbitamente, se levantó de la silla y se paseó por la habitación.

Bailó.

Trató de olvidar quién era ella, para convertirse en una persona completamente distinta a quien de verdad era y ser capaz de escribir historias. Sus propias historias con sus propios personajes. No hacía falta inventárselos, podían incluso estar basados en personas que realmente conociese. Solo tenía que cambiar los nombres, las fechas y los lugares. Solo quería escribir, escribir y escribir. ¿Qué había de malo en ello?

Sin embargo, el problema era más sencillo de lo que creía: Victoria ni tenía nada que contar ni sabía cómo hacerlo, por mucho que se esforzara.

Jamás había sido fácil vivir en aquella casa.

Rosalía y Pedro trabajaron en su construcción durante años, aportando ideas tanto al arquitecto que contrataron como a los albañiles: la idea era pasar el resto de sus vidas entre aquellas paredes que veían como poco a poco se formaban. Fue un proceso maravilloso para la pareja. Se trataba de un edificio propio de la época victoriana, imitando los modelos de aquel período, puesto que ambos compartían cierta pasión por el arte.

Sentían pasión por el arte, pero no solo uno en concreto sino en general. Eran una pareja de apasionados de la literatura, el teatro, la pintura, la música y la historia. Por este motivo a su hija la llamaron como la llamaron y, a su hijo menor, Miguel. Cuando el niño nació, toda la familia expresó júbilo y alegría del mismo modo que mostraron su tristeza cuando los médicos les informaron sobre el problema que Miguel sufría en el corazón. Nunca supieron el motivo ni el modo en qué este se manifestó, pero Miguel tuvo que someterse a diversas operaciones para evitar que su flujo sanguíneo se detuviera, por lo que acudía constantemente a revisiones cardíacas desde muy pequeño.

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⏰ Last updated: May 10, 2020 ⏰

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