Oι̉δίπoυς

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**RETELLING que escribí en el instituto sobre el mito de Edipo Rey**.



Antes de morir, Edipo era mi nombre. Sí, Edipo. Significa pies hinchados, soy consciente.

Pólibo y Peribea, reyes de Corinto, eran mis padres.

O eso decían.

Bueno, más bien decían lo contrario.

Últimamente, incluso mis más cercanos, me acusaban de no ser el hijo de los reyes. Especulaban sobre mí a mis espaldas, lo que me hacía entrar en pánico. De modo que un día no pude aguantar más y decidí hacerle una visita en secreto al Oráculo de Delfos.

Su respuesta me dejó atónito. Me esperaba de todo menos aquello que me confesó. Vaticinó que yo mataría a mi padre. Que me casaría con mi madre. No pude continuar escuchando sus palabras, por lo que salí corriendo. Me encontraba confundido. Desorientado y perdido. ¿Cómo podría lidiar con mi familia teniendo en cuenta aquella información? No podía quedarme en Corinto mucho más tiempo. Debía ser más inteligente y rápido que mi propio destino. Tenía que serlo.

Así que eso fue lo que hice.

Hui hacia Tebas, buscando una nueva vida, tratando de olvidar aquel presagio y sustituirlo por nuevos recuerdos. Creía que podría enamorarme y formar una familia en Tebas. Empezar de nuevo. Sin embargo, la suerte siempre estuvo echada casi desde el primer instante.

Durante el camino me encontré miles de rostros, una infinidad de cuerpos y pares de ojos que se fijaban en mi figura. Pero yo mantenía siempre la mirada al frente y la cabeza alta mirando al horizonte.

Mi perdición fue asesinar al rey de Tebas junto a su heraldo. Yo no lo sabía. No sabía con quién trataba, pero me encolerizó. Imaginé que ambos eran mercaderes o que incluso estaban casi tan perdidos como yo. En ese momento no me preocupé lo más mínimo por mi hazaña.

Además, resolví los enigmas de la esfinge, liberando así a la ciudad de Tebas de su tormento. Me proclamaron su salvador y me casé con la reina, que había quedado viuda. Yo no sabía que había asesinado a su marido, siendo yo el único que podía cargar con la culpa.

Los ciudadanos de Tebas buscaron día y noche y sin detenerse al asesino. Pero nunca lo vieron con claridad cuando siempre había estado frente a sus ojos. Por eso, mi amigo Tiresias, quiso hablar conmigo largo y tendido. Tras muchas discusiones y debates, me hizo ver lo que nadie había sabido ver.

Yo había matado al rey Layo de Tebas.

Y no solo eso, me confesó toda la verdad sobre mi vida.

Mi nombre era Edipo. Mis padres fueron el rey Layo y la reina Yocasta de Tebas. Cuando todavía era un bebé, mi padre atravesó mis pies con fíbulas. Entregó mi menudo cuerpo a un pastor para que me abandonara. Me dejó en el monte Citerón donde otros pastores me hallaron y me trasladaron al castillo de Corinto. Allí me hicieron creer que era el hijo de unos reyes cuando no lo era realmente. Creía haber perdido de vista a mi destino cuando se me cayó el alma a los pies. Creía que podría luchar contra mi propio destino, que yo era mucho más listo que este. Pero era un inepto. ¿Cómo podía creer yo, Edipo de Tebas, que podría evitar lo vaticinado?

Me casé con mi madre y maté a mi padre.

Sentía el dolor, la pena y la culpa por todo mi cuerpo. Los remordimientos. No sabía cómo cargar con estas sensaciones, por lo que ellas pudieron conmigo.

Cogí los broches de Yocasta y todo se hizo oscuro.

Relatos cortosWhere stories live. Discover now