CAPÍTULO 16

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La habitación que Clarke pidió acondicionar para el encuentro de sus pacientes era grande

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La habitación que Clarke pidió acondicionar para el encuentro de sus pacientes era grande. Se trataba de una vieja oficina que había sido desocupada meses atrás. El personal de limpieza se encargó de dejarla impecable; además de colocar un par de sillas, una mesa y varios libros. Deseaba que el ambiente se viera natural. No quería que los jóvenes se sientan intimidados, o extrañados, por algún objeto desconocido en el panorama.

El galeno tuvo que mover todas sus influencias dentro del hospital para que lo dejaran colocar una cámara dentro del consultorio. El nosocomio contaba con cámaras de vigilancia; ubicadas en algunas áreas comunes, además de patios y pasillos. Sin embargo, las reglas no permitían realizar grabaciones dentro de las habitaciones, o recintos con pacientes en ellos. Le costó mucho pero, finalmente, el doctor Everett accedió a su pedido. 

─Tú conseguirás la cámara ─dijo su superior─. Y te encargarás de quitarla cuando todo termine. ¿Entendiste? 

Clarke asintió con efusividad y estrechó la mano del otro doctor, agradeciéndole. Pasó el resto de la tarde pensando de dónde y cómo podría conseguir una cámara de vigilancia. Necesitaba algo fácil de instalar y que no sea muy costoso; no creía volver a usar el aparato después de eso. Resolvió llevar el monitor para bebés con cámara que compró cuando su hijo nació. La resolución era de buena calidad, y el audio, bastante claro. Además, la cámara podía controlarse de manera remota, lo que facilitaría girarla en caso necesite un ángulo nuevo de los jóvenes. 

Hacía dos años que Ronald Clarke no usaba el monitor, y le tomó un par de horas recordar dónde lo había guardado. Él tenía suerte que su esposa sea mucho más ordenada que él. Llevó los aparatos dentro de su maletín, y le pidió a uno de los técnicos que le ayude a instalarla. Le parecieron cortos los tres días que tuvo para preparar la habitación para sus pacientes.

Ronald pidió que dos de sus colegas, del área de psiquiatría y psicología, lo acompañen durante la intervención. Ambas evaluaciones psiquiátricas, al igual que los electroencefalogramas, resultaron negativas. La doctora Jenny Morrison afirmó que, aunque existían delirios y desvaríos en las narraciones de los pacientes; estos podían ser consecuencia del coma, los golpes del accidente, y la medicación que recibieron por semanas. Además, ellos no presentaban mayores síntomas o manifestaciones que indiquen que se trataba de un cuadro psicótico. Ella también se negó a prescribirles fármacos adicionales; pensaba que eran muy jóvenes como para pasar el resto de sus días supeditados a una receta médica. 

Tristán fue el primero en llegar al recinto; vestido con la bata del hospital. Una enfermera había empujado la silla de ruedas desde su habitación; él todavía tenía la pierna enyesada, y no sabía cómo usar las muletas. Dejó el porta suero junto al chico y salió, cerrando la puerta tras ella. Tristán examinó la habitación con la vista y se acomodó en su asiento. Él no podía manejar la silla de ruedas por su cuenta; además que se le hacía casi imposible debido a que aun tenía el yeso en la mano izquierda. El cuarto día después de despertar, él movió con brusquedad el brazo; golpeándose contra los barrotes de la camilla y causándose un dolor indescriptible. A pesar de no agravar sus heridas, el traumatólogo dijo que debía quedarse dos semanas más con la escayola puesta. 

Realeza InesperadaWhere stories live. Discover now