Capítulo 41 - Espías, desapariciones y muertes.

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Aunque no hubiera habido aún una guerra abierta, en la que ambos bandos se enfrentarán en una violenta batalla, todos sabíamos que lo que llevaba sucediendo varios años eran movimientos estratégicos en una batalla silenciosa.

Nadie decía nada, pero el desánimo, los locales cerrados o destruidos por algún violento ataque, las desapariciones y las muertes que todos los días sucedían, no solo entre magos y brujas, sino que también entre los muggles, dejaban claro que estábamos en guerra.

La guerra entre los que defendían el mundo mágico y no mágico y los que querían destruir todo lo que no fuera enteramente mágico, entre la orden del fénix y los mortífagos.

Todos éramos conscientes de ello, y mientras unos luchábamos por defender todo lo que amábamos otros simplemente se escondían lo mejor que podían, rezando para que una de esas noches no aparecieran unos cuantos mortífagos y los secuestraran, torturaran o asesinaran.

Por mi posición, en la que estaba metida en ambos mundos, no podía participar en enfrentamientos directos con ningún bando, ya que delataría mi papel en esta guerra, el papel de infiltrada.

Sabía y era consciente, de que si me pillaban moriría, igual que sabía que mi muerte no sería rápida e indolora, seguramente me torturarían hasta la muerte para obtener, aunque fuera un ínfimo dato de los enemigos.

Y si eso llegaba a pasar tendría que dejarme llevar por el dolor, cerrar la boca y sufrir hasta la muerte, pidiendo a Merlín que todos los que me quisieran no sufrieran mucho por mi muerte.

Pero estaba segura, había plantado mis pies y cuadrado mis hombros, dispuesta a enfrentarme a vientos y mareas.

Estaba harta de temer, de esconderme y, sobre todo, estaba harta de no hacer nada para proteger y defender todo lo que considerara que lo merecía.

Estaba dispuesta a darlo todo, y no me temblaría el pulso, por más que sufriera por el camino.

Ese día comenzó como cualquier otro, desayune con mis amigos, asistí a clase y estudie para los cercanos éxtasis.

Estaba con Sirius, como todos los viernes por la tarde, en la sala de los menesteres.

Eran esos momentos, esos en los que solo estábamos él y yo, los que hacían que me levantara cada día dispuesta a darlo todo, a asumir cada uno de los riesgos que corría al espiar a los mortífagos, porque le amaba, y porque quería que tuviéramos un futuro en el que arrodillarse no fuera una obligación.

En ese momento, entre besos, la marca tenebrosa empezó a arderme, sentía como palpitaba sobre mi piel.

Y supe que era hora de reunirme con aquellos a los que odiaba con todo mi ser.

— ¿Tienes que irte? — Preguntó Sirius preocupado dejando de besar mis clavículas en su camino descendente de besos que hasta ese momento le había tenido entretenido.

— Sí, hay algún tipo de reunión urgente, sino no habrían usado la marca tenebrosa a estas horas — Respondí.

Aunque me habían hecho prometer que no diría nada no podía mentirle a Sirius, cada vez que lo había intentado, todas las veces que había intentado no decir algo la culpa me había llenado, como si hubiera matado a un niño mientras dormía abrazado a su osito de peluche.

No era capaz de ocultarle nada, porque cada vez que sus ojos se posaban en mi cualquier cosa que hubiera pasado parecía ser una tontería sin importancia, parecía que cualquier cosa, por grave que fuera, lo podría solucionar con un chasquido de dedos.

Me levanté, abotonándome bien la camisa, peinando mi pelo alborotado con los dedos y alisando mi falda.

Sirius me miraba fijamente, recostado en el sofá en el que habíamos estado tumbados uno contra el otro hasta hacía un momento, su camisa estaba abierta y su corbata descansaba desenfadadamente a los pies del sofá.

La decisión de Éride [Con Sirius Black] (La época de los Merodeadores)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora