Capítulo 28: Tormenta en el bosque

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Transcurrió una semana desde entonces. Azzel se negaba a cooperar y si les hablaba era para reprocharles lo que hicieron. Entendían su ira, pero por más que le recordaron lo hábil que era Dono o que iban al terreno más tranquilo de todos, Magia Neutral, nada lo hacía cambiar de actitud. Con el pasar de los días el aprendiz se fue cerrando más y más, hasta que sucedió lo que tanto temían.


Clavel y Hayashi dejaron el campamento con el alba, en busca de provisiones. La comida que recogieron al inicio se les acabó y en vista de que Azzel seguía inestable, deberían extender la estadía.

«Me inquieta saber que están solos...», pensó Yashi, cargando en su chaleco a modo de bolsa un montón de batatas. Iba a paso rápido, de regreso al campamento. «Clavel le repitió a Karen que sólo debía vigilar el lugar, pero no dudo que le diga cosas a Azzel. Está harta».

No podía culparla. El tiempo pasaba y entendía por sus comentarios que Jryverak era más complicada de lo que imaginaban.

«Ir a meterme en Magia Aniquilación ya es suicidio... Y ahora, aparte de cuidarme de los magos también deberé vigilar que Azzel no estalle...».

Cerró los ojos, sintiendo pesar. Ni cuando los reunieron al inicio, en el Gremio Supremo, vio a Azzel tan abstraído y empecinado. Por último los desafiaba, pero dejaba en claro su opinión. Ahora no quería nada y era como si no estuviera presente.

—Entiendo cómo se sintieron Toprak y Koori...— recordó a los chicos de la Aldea Oculta y la maldición que aquejaba a su amigo.

Iba a retomar la marcha cuando escuchó los trinos alterados de las aves, las que elevaron vuelo casi al unísono desde cierto punto en la arboleda. Echó a correr en esa dirección.

Llegando al campamento lo recibió una ventisca helada. Se cubrió los ojos y continuó, hasta alcanzar la orilla del pequeño claro donde se asentaron, en medio de la exuberante vegetación. Azzel se encontraba sentado junto a la fogata apagada y los escombros del refugio, tirados por el fuerte viento, el que sacudía su cabello lacio en todas direcciones. Tenía la cabeza caída hacia adelante, por lo que no podía ver su rostro.

—¡Azzel!— Hayashi tiró las batatas a un lado y trató de acercarse, pero el viento lo hizo retroceder—. ¡Azzel! ¿¿Puedes oírme??— En su forcejeo vio a Karen refugiada detrás de un árbol—. ¡¿Qué sucedió?!

—¡Nada!— bramó, frunciendo los labios.

—Esa actitud...— fue hacia el tronco aledaño—. ¿Qué le dijiste? — la miró insistente. Reconoció esa mueca como la que ponía cuando sobrepasaba y Clavel o Dono la regañaban.

Ella lo evitó, pero se sintió incómoda y acabó cediendo.

—Empezó a preguntar por qué una y otra vez. Le pedí que me explicara, pero no me respondió y cansada le dije que esto era su culpa.

—¡Karen!

—¡Es su culpa!— se defendió, tenaz—. No sólo el elemental se le sale de control. Él mismo no se sabe controlar.

«Miren quién habla», pensó Yashi, guardándose el comentario.

—Le dije que así no nos dejaba ayudarlo. Es el único del grupo que tiene un fragmento elemental, la situación es nueva para todos y sólo aprenderemos por él, si se dejara— acabó, indignada por su cara de reproche—. Entonces el frío salió de él y se expandió, convirtiéndose en este... amago de tormenta, o lo que sea esté armando.

—Él no lo arma, sé que no lo hace a propósito— defendió a su amigo, cubriéndose porque el viento aumentaba—. Agradece que no arremetió contra ti de forma violenta.

Archimago 4, Las Runas SagradasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora