Capítulo 35: Prisión

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Esa noche en el museo, Karen corrió en la dirección opuesta de la ventana después de que Clavel la cerró. Los guardias controlaron sus muros de fuego y la acorralaron en un ducto de ventilación subterráneo, ordenándole que se detuviera. Ella obedeció a regañadientes, sabía bien cuáles eran las consecuencias si se resistía.

La llevaron a una celda en el recinto colindante y le hicieron muchas preguntas. ¿Cómo entró? ¿Qué fue la magia sospechosa que sintieron? ¿Qué buscaba? ¿Por qué lo hizo? ¿De dónde era? Seguían, una tras de otra, pero lo único que les dio fue su nombre.

Al oírlo, el capitán se alborotó y sacó a todos de la torre, dejando a la aprendiz sola. Podía ser un engaño, pero prefirió no arriesgarse. Meses atrás, se le ordenó a toda la armada dar aviso si la encontraban.

Karen esperó en vigilia, consciente de que la llevarían a su casa en cualquier momento, pero cuando abrieron las rejas no esperaba ver a su padre. De porte noble y pómulos marcados, que acentuaron su mirada severa, le indicó que saliera sin decir una palabra.

El capitán envolvió a la aprendiz con su capa escarlata y los guardias los reverenciaron camino al carruaje que aguardaba en el exterior. Para entonces ya era de mañana.

—¿Dónde están tus cosas?— fue lo primero que dijo el hombre, dentro del coche—. Los guardias te encontraron con lo puesto.

—Se las quedó el Gremio Supremo— respondió en tono plano, sin mirarlo. Sus posturas erguidas y rígidas realzaban la tensión que había entre los dos.

—¿Dijeron por qué?

—Para que la gente aniquilación no pudiera identificarme— mintió, sin embargo, fue lo que ella se propuso desde que llegaron a la isla—. Tomaron medidas.

El hombre alzó el mentón, donde su fuerte quijada, perfilada por la barba roja como su cabello, acrecentó el aire hostil.

—De ser así, fue bastante torpe lo que hiciste anoche. En casa me explicarás qué querían de ti y qué estuviste haciendo estos meses.

Ella asintió y el hombre no volvió a dirigirle la palabra en lo que restaba del trayecto.

...

Karen deseaba seguir sin detenerse, pero inevitablemente llegaron a su destino. El carruaje ingresó por la entrada de una enorme propiedad amurallada, en la zona más acomodada de la ciudad. Pasaron bajo un portal elaborado, de portones metálicos y techo anguloso, en el que había un escudo labrado.

En su interior, los jardines rodeaban la calle y los senderos de paseo, como exuberantes muros verdes, decorados por las flores estivales. Estaban cuidados de tal forma que ocultaban la casa, cubriéndola de fisgones que quisieran husmear desde la calle. Afuera no se la podía ver y quien penetrara las paredes, corría el riesgo de ser atacado por los sabuesos infernales, o recibir un disparo de magia.

El carruaje se detuvo frente a la mansión. Dos filas de sirvientes los esperaban apostados a ambos lados de la escalera de ingreso, vestidos con el uniforme de la casa: bermellón y dorado.

—Báñenla y vístanla adecuadamente— ordenó el hombre, mientras subía las escaleras, sin esperar a Karen—. Llévenla a mi estudio cuando esté lista.

Karen expresó su molestia frunciendo el ceño, dejándose guiar por las criadas que la escoltaron adentro. El olor a ceniza en el interior del palacete fue como una bofetada que la descompuso.

No quería estar allí.

Su mente permaneció en conflicto, entre la preocupación que sentía por los chicos y el qué iba a pasar. ¿Llegaron con Sigrid? Esperaba que sí. Si no, ¿cómo podía ayudarlos? ¿Qué tal si encontraron a sus compañeros antes de que llegaran a un lugar seguro?

Archimago 4, Las Runas SagradasWhere stories live. Discover now