Capítulo 31: Atados

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Mizu despertó cuando era de noche, junto a la fogata. Aturdida, permaneció inmóvil e hizo memoria de lo sucedido. El dolor punzante; los recuerdos vacíos; los hilos de luz que ya no estaban...

Miró alrededor y sólo encontró a Ban al otro lado del fuego. Parecía dormido, acostado de espaldas y con las manos detrás de la nuca. La carreta y los viajeros ya no estaban y asumió que se fueron sin ellos.

Escuchó a Dono y Furan un poco más allá.

—¡Mañana no podré caminar!— Lloriqueó la morena.

—Sí podrás. Sigue.

Se enderezó con lentitud y los halló a unos treinta metros, haciendo ejercicios alrededor de una estructura de ladrillo y tejas, que servía como refugio para la lluvia. Dono era insistente y corregía la postura de Furan cuantas veces fuera necesario.

—Tendrás que cargarme si me desplomo.

—Son sólo cinco horas de caminata a Órobos, no vas a colapsar. Toma— le entregó una piedra del porte de un balón—. Cárgala alrededor de la caseta.

—¡¿Qué?! Pensé que sólo Ban debía hacerlo. ¿Por qué lo dejaste acabar antes?

—Él acabó antes porque no se andaba quejando.

—¡Yaaa entendí!— respondió, avergonzada. Comenzó a andar hasta que desaparecieron detrás de la caseta—. Quiero puro irme a dormir...

La pequeña agachó la cabeza, mirando el orbe azul que reposaba en su regazo.

—Lo siento— susurró, impotente por las memorias en blanco y las explicaciones que no tenía.

De repente, un destello gris llamó su atención. Era un hilo de luz gris que se perdía dentro del bosque, que pasaba a su lado y titilaba al mismo ritmo de su desazón.

Volteó hacia la caseta: Dono y Furan todavía no la rodeaban. En silencio, se puso de pie y fue hasta los árboles, cuidando que no la vieran. Siguió el hilo, alumbrando su camino con ayuda de Psi. Sabía que irse sin avisar estaba mal, pero necesitaba respuestas.

Ban se enderezó y alcanzó a ver su larga melena azul internarse en la arboleda.

***

El bosque de olmos tenía un follaje tan tupido que creaba túneles y bóvedas y era como estar dentro de un enorme templo natural.

La aprendiz se alejó cautelosa, concentrada en no perder de vista el hilo, pero a medida que la angustia era reemplazada por curiosidad, se le hizo difuso. Intentó revivir ese sentimiento de tristeza, pero su miedo a estar en problemas fue mayor. El trazo desapareció por completo.

—No...— lamentó, observando en todas partes.

¿Cómo encontrarlo? ¿Qué significaba? No sabía qué hacer, ni por dónde empezar. Ésta era la primera vez que lo experimentaba, o que veía un fantasma a consciencia. ¿Habló antes con espíritus sin darse cuenta? ¿Cuántos vio y creyó que eran personas vivas?

Su hermano ahuyentaba a los extraños, pero reaccionaba así con el mundo entero. ¿Descubrió que a veces le hablaba al aire y esa fue su forma de protegerla?

«Si lo sospechabas, ¿por qué no me lo dijiste?» cuestionó a Azzel, dolida. «Es normal que los magos psíquicos vean espíritus...».

Pero eso quería decir que ella era una maga psíquica...

Se estremeció de frío y puso escuchar unas pisadas acercándose. Se escondió detrás de un árbol, creyendo que la fueron a buscar, pero luego descartó esa opción porque no la llamaban. Los pasos eran suaves y casi imperceptibles, demasiado ligeros para ser una persona, que se detuvo y aguardó a unos metros, obligándola a asomarse. Para su sorpresa, el espíritu que vio al almuerzo estaba ahí.

Archimago 4, Las Runas SagradasWhere stories live. Discover now