Capítulo 33: Las Runas Sagradas

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Hayashi despertó al anochecer, cuando planificaban la intromisión al museo. También creaban un plan de las calles, ya que la ciudad estaba dividida por un desfiladero, que separaba el sector noble de la parte no maga. Su única conexión era un ancho puente de roca, férreamente custodiado por guardias a toda hora. Para llegar al otro lado, bajarían por la quebrada, con ayuda de bloques de hielo y las lianas. De esa forma no los verían y en el peor de los casos, les harían creer que saltaron al vacío. Cada uno tenía una tarea asignada, pero por si acaso repasaron la estrategia dos veces.

Dejaron su escondite cuando la luna se posó en lo más alto. Clavel los guió y para no tropezar descendieron en una fila, apoyándose en la espalda de su compañero que iba adelante. Llegaron al patio de una imponente construcción y sin demora se escabulleron por las sombras hacia la calle, evadiendo las farolas de fuego mágico.

La ciudad dormía, facilitándoles el avance por calles estrechas y poco iluminadas, donde Clavel escuchaba si había alguien a la vuelta de la esquina. Alcanzaron el jardín del museo, delimitado por un muro bajo fácil de saltar. Rodearon los senderos, ocultándose tras los arbustos y sin perder de vista a los guardias que cuidaban las entradas.

En el costado menos vigilado, Yashi enganchó un matojo con la rama de un árbol y les pidió que esperasen. Dejó una liana sujetándolos y la extendió a medida que se movía con el grupo, acercándose a la construcción. Antes de actuar escondieron el equipaje bajo un manto de zarzales y esperaron el momento indicado.

Clavel dio la orden y el chico soltó el arbusto, provocando que este se sacudiera y golpeara una banca, causando un susurro similar al de alguien que cruza con mucha prisa. El guardia en aquél sector se alarmó y enseguida fue a inspeccionar, alejándose por una treintena de pasos de su posición.

Hayashi siguió a los demás que se apostaron en la penumbra del fuerte y enganchó las lianas en la viga principal del tejado, a unos ocho metros de altura. Clavel y Azzel subieron primero y ayudaron a Yashi para que pudiera trepar junto con Karen. Arriba encontraron una claraboya, la abrieron con cautela y descendieron de la misma forma.

El museo se erigía sobre gruesos bloques de roca y preservaba los objetos que se exponían en sus numerosas habitaciones, algunos de los cuáles tenían cientos de años.

—El interior está vacío— susurró Clavel, moviendo sus orejas—. No escucho ni una sola respiración aparte de las nuestras.

Los tres aprendices se relajaron, sobre todo porque en el interior la temperatura era notablemente más baja.

—Qué bueno— murmuró Yashi, destensando los dedos de las manos, acalambradas por soportar al resto.

—Los magos aniquilación sólo podrían infiltrarse derrumbando la pared— comentó Azzel, malicioso—. Pero gracias a eso no nos topamos con guardias adentro.

—¡Calla!— Karen exclamó en un susurro fuerte—. Y por lo mismo están alerta si sienten magia ajena ejecutándose.

Clavel peinó el mechón de cabello que le caía por la cara, analizando el interior en completa oscuridad. Prestó atención al suspiro aliviado de Yashi.

—¿Vas bien?

—Sí. Aquí es fresco y agradable. Hace que me sienta mejor.

—No te acostumbres— lo amenazó la pelirroja, indicando un pasillo—. Es por allá. Síganme de cerca, no puedo encender una llama muy alta o atraería a los guardias. Y no toquen nada.

—Como si me interesara— dijo Azzel, despectivo. Yashi le dio un codazo e hizo creer a Karen que el asunto era entre los dos, dejándolo pasar sólo porque Clavel la apremiaba. Y tenía razón: debían apresurarse.

Archimago 4, Las Runas SagradasWhere stories live. Discover now