No sabía muy bien porqué estaba en una camilla, pero lo estaba, su cabeza dolía a montones y lo único que deseaba en ese momento era que el eterno vaivén del lugar en el que estaba terminara pronto para pisar tierra firme y dormir unos tres días seguidos.
Había perdurado más de lo que creía en Dunkerque y él solamente lo acontecía a la cruz de madera que estaba atada a su mano, la misión que le habían dado y falló en Ardenas fue llevada a cabo en el campo de batalla del que recientemente salía, todo había salido casi a la perfección, solamente que la explosión hizo saltar su cuerpo al rededor de cinco metros y a causa del impacto se había llevado una herida en la cabeza y sus heridas de bala, que creía sanas, volvieron a abrirse.
Estaba cansado, habían pasado seis días completos en batalla en donde para lo único que podía cerrar sus ojos era para pestañear, de seguro las horas de sueño que había logrado conseguir en el campo de guerra no hacían la suma de dos horas, pero antes de caer dormido en la camilla que estaba, necesitaba llegar a la enfermería en la frontera para poder entregarle en sus propias manos el crucifijo al ojiazul. De verdad esperaba que estuviera vivo ahí, porque no había tenido noticias de él luego de despedirse cuando la masacre había empezado, no tenía idea si había logrado salir de Francia o si algún alemán le hizo daño, sus esperanzas vivían un poco ante eso, tenía la esperanza de que su chaqueta, su daga y su casco estarían en algún lugar del campamento base junto a Richard. Dos días llevaba en ese barco y según los que más sabían del mar y de la velocidad del buque en el que estaban, faltaba poco para tocar tierra y eso le tranquilizaba, necesitaba tomar una ducha, dormir, ver al paramédico y seguir durmiendo.
Aún quedaban soldados luchando en Dunkerque y a decir verdad, habían más muertos que vivos, los alemanes parecían golpear con todo de una vez, mientras que los aliados se satisfacían con poco y dejaban pelotones completos en las bases de Londres pensando que con algunos sería suficiente, pero nadie estaba realmente viendo la intensidad de la lucha alemana, y eso hacía que cualquier país que intentara luchar contra ellos quedara por debajo.
"¿Estás bien, amigo?" Preguntó Mitch, sentándose a los pies de la camilla de su amigo.
"Lo estoy, sólo estoy cansado."
Se quedaron viendo por un rato, Mitchell Spencer a diferencia de él no tenía más que un ojo morado y una venda en su brazo izquierdo. Él era uno de los pocos que sabía de su secreto dentro del ejército y era porque había conseguido la confianza suficiente por parte de George como para decírselo, hay que admitir que en un principio se mostró asustado y un tanto asqueado, pero Harrison se encargó de explicarle todo con lujo y detalle para que el muchacho ya no lo viera como algo completamente extraño y por supuesto, para que no lo llevara con la policía o los tenientes de sus bases.
"Ya falta poco para llegar." Comentó Mitch, él no había pasado por alto el hecho de que el crucifijo había estado atado toda la batalla en la mano de su amigo. "Nunca me dijiste que fueras tan creyente."
"No lo soy." Tomó la cruz de madera entre sus dedos y soltó un suspiro al ver el nombre del paramédico grabado ahí. "No es mía."
"Pero lo llevas y lo cuidas como si lo fuera." Atacó el militar con una risa burlona en sus labios. "¿De quién es?"
"De Richard..." Spencer supo de inmediato que eso no sería una buena idea, fuera lo que fuera que viniera de eso. "No pienses de más, él cree que puede protegerme de esto porque cuando me rescató lo ató a mi mano y ya sabes, estoy aquí ahora."
"Así que Richard es el sacerdote..." George asintió un poco antes de observar confundido a su amigo, aún no sabía porqué lo llamaban así. "No creí que los muchachitos de Dios fueran tu estilo."
"No digas idioteces, apenas si hemos cruzado un par de palabras."
Mitch observó al muchacho un tanto incrédulo, él no sabía mucho de eso, pero según lo que le había explicado George luego de meses de haberse conocido, lo que ocurría entre un hombre y otro era exactamente lo mismo que ocurría entre un hombre y una mujer, entonces ahora no sabía porque se negaba a pensar que tal vez el muchacho podría ser algo más que un paramédico ante los ojos de Harrison. Pensó que tal vez no era tan fácil encontrar a alguien para querer en la situación sexual que el ojipardo se encontraba como creía.
[...]
Spencer le había prometido que lo despertaría apenas llegaran a Dover, pero al parecer había mentido porque no tenía idea como había pasado de estar en el barco a una tienda de campaña. Como la primera vez que había despertado, estaba lleno de camillas al rededor, pero sabía que esta vez era sólo por el cuidado de sus heridas y para revisar el golpe de su cabeza.
"¿Por qué siempre tengo que estar pendiente de ti, George Harrison?" Sonrió de lado al escuchar esa voz tan de repente a un lado de su camilla. "Al menos esta vez no te he tenido que ir a buscar al campo, si no que te han traído hasta mí."
"¿Está escrito en tu ficha de presentación que eres tan vanidoso?" Preguntó ladeando su cabeza hacia un lado para poder verle. "Casi me hago el muerto allá para que fueras por mí."
Richard solamente pudo esbozar una sonrisa de plena alegría en ese momento, sus oraciones sí habían funcionado. Se sentó a un lado de las piernas de George, viendo la venda que ahora cubría parte de su cabeza, más bien casi la envolvía. Se veía cansado y su ropa aún no había sido cambiada, razón por la que su rostro estaba un poco sucio, al igual que la vendas, pero se veía feliz porque no hacía nada más que sonreír e intentar hacer que riera con morisquetas.
"Ten." El ojipardo le estiró su mano para que él mismo quitar la cruz que había atado a su mano casi nueve días atrás. "He cumplido mi parte de la promesa y tu la tuya al llegar a salvo aquí, ahora sólo te falta completar la segunda parte de la tuya."
Con la cruz entre sus manos, sus mejillas rosadas y sus enormes ojos brillando, se sintió un poco avergonzado, pues él aún llevaba puesta la chaqueta que George le había dado cuando se vieron por última vez, solamente esperaba a que el soldado no lo haya notado aún para pasar desapercibido.
"Cumpliré mi otra parte de mi promesa cuando descanses y puedas ponerte de pie sin marearte." Dijo divertido el ojiazul, antes de colgar su crucifijo en su cuello. "Tendremos todo el tiempo del mundo para hablar de lo que quieras cuando estés bien."
"Es un trato."
George sonaba seguro de sí mismo siempre al hablar, mientras que Richard parecía un manojo de nervios, un manojo de nervios que no paraba de sonreír por saber que ahora podría dormir en calma, sin preocuparse de que alguien pudiera matar al chico frente a él, que podría verle cuántas veces fuera necesario para asegurarse de que estuviera bien y para, ahora que ya tenían un poco más de confianza, charlar un poco, tal vez llegar a ser amigos.
"Tengo que irme ahora." Murmuró el paramédico levantándose de la camilla, estirando su mano hacia el soldado. "Me alegro mucho de que estés a salvo, no sabía como conseguiría un barco para viajar a Dunkerque para salvarte."
"Me alegra saber que hayas salido vivo de ahí." George estrechó su mano con la del ojiazul, soltando un suspiro en el acto. "Hablamos luego."
Con un asentimiento de cabeza soltaron sus manos y el sacerdote emprendió su camino hacia las afueras de la tienda, pero un llamado por parte de Harrison le hizo girar sobre sus talones poco antes de salir del lugar. Le observó confundido, intentando verlo entre los soldados y paramédicos que caminaban de un lado a otro entre las camillas.
"Qué bien te queda mi chaqueta." Y eso fue lo único que pudo permitirse oír antes de salir totalmente avergonzado de la enfermería.
¿Qué tan tonto había sido como para ir a ver al soldado con su propia chaqueta puesta? Por otro lado... George no podía dejar se sonreír de la emoción al ver la reacción de su salvador cuando escuchó sus palabras.
No tenía la menor idea que los ángeles podían sonrojarse tanto.

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Come Back To Me. [Starrison]
FanfictionNecesito que me cures de este dolor, no importa si son con tus oraciones o con tus caricias, sólo necesito que lo hagas, que me observes con esos ojos que robaron mi alma de la mano de Dios sólo con una mirada, que sonrías para que haya luz en mi pe...