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El Centro de Entrenamiento constaba de una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos

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El Centro de Entrenamiento constaba de una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Ése sería su hogar hasta el inicio de los juegos. Cada distrito tenía una planta entera, sólo había que subir al ascensor y pulsar el botón correspondiente al número del distrito.

Las paredes del ascensor eran de cristal, Maia miraba asombrada a su alrededor. Hada se había unido al equipo, no paraba de parlotear sobre lo increíble que había sido y cómo todos los adoraban; reconoció haber conversado con muchísima gente del Capitolio, hablando bien sobre ellos, buscando conseguir patrocinadores pero los tratos con éstos sólo los podía hacer Finnick.

El alojamiento de Maia era enorme, probablemente mucho más grande que su casa entera en el Distrito 4. Al igual que todas las habitaciones en el Capitolio, había muchísimos botones.

Decidió que lo primero que haría sería ducharse, para quitarse todo el maquillaje y poder relajarse. Se quedó un rato remojándose en la bañera, permitiendo que el agua le quitara cualquier rastro de maquillaje.

El armario tenía la opción de escoger ropa al gusto de cada persona, Maia al instante lo probó, impresionada de lo preciso que era. Se vistió con unos pantalones holgados grises y una sencilla remera roja oscuro.

Hada no tardó en aparecer, diciéndole que era hora de ir a cenar. Maia lo agradeció, estaba muerta de hambre.

Cuando llegó al comedor sonrió, los estilistas también estaban ahí. Aún no sabía el nombre del estilista de Thomas pero le dio gusto verlos, no dudó en acercarse para agradecerles.

—Eso fue maravilloso, Wanda y...

—Marcus —respondió el hombre de inmediato.

Marcus era muy parecido a Wanda, ambos morenos y sin rastro de cirugías o maquillajes extraños.

—Y espera a ver tu vestido para la entrevista —dijo Wanda sonriente—. Te encantará.

Maia sonrió y tomó asiendo, la mesa aún estaba vacía. Al final tenía a Wanda de un lado y a Hada del otro mientras que frente a ella estaba Finnick.

Una mujer de túnica blanca les ofreció unas copas de vino, Maia la aceptó de inmediato, nunca antes lo había probado. A Thomas no le permitieron probarlo, no dudó en protestar por un rato.

La cena transcurrió bastante bien, hablaron sobre los trajes para las entrevistas y lo increíble que fue la presentación. Cuando terminaron de cenar se dirigieron al salón para ver la repetición de la ceremonia inaugural que estaban transmitiendo en televisión.

Finnick se sentó junto a Maia, quien intentó alejarse, pero estaban todos tan apretados que le fue imposible que el cuerpo del rubio no tuviera contacto con el suyo.

Había algunas parejas que lucían bastante bien pero ninguna brillaba tanto como el Distrito 4, realmente habían puesto la barrera alta. Incluso los estilistas dejaron escapar una expresión de asombro cuando vieron la sencilla vestimenta desvanecerse y mostrar lo que había debajo.

El agarrarse de la mano había sido el toque ideal, las demás parejas se mostraban distantes entre ellos, ni siquiera se miraron, como si el otro no existiera. Ellos se habían presentado como un equipo, eso los había hecho resaltar casi tanto como el traje.

—Mañana por la mañana será su primera sesión de entrenamiento —les dijo Finnick—. En el desayuno hablaremos sobre ello. Ahora vayan a descansar un poco.

Maia asintió y se puso de pie, siguió a Thomas por el pasillo.

—Oye, Maia... —comenzó el niño.

—Puedes decirme May.

El chiquillo sonrió.

—Bien, May, sólo quería volver a agradecerte... realmente estaría perdido sin ti.

Maia sonrió y se acercó a él, se agachó un poco para quedar a la altura de sus ojos.

—Vas a volver a casa, Thomas, lo prometo.

—Pero eso significa...

—Ya sé lo que significa —interrumpió Maia—. Tú debes salvarte, ¿comprendes? Me encargaré de eso.

Thomas sonrió .

—Gracias, May.

Maia sonrió y volvió a abrazarlo, el cuerpo de Thomas temblaba junto al suyo, le acarició el cabello rizado buscando tranquilizarlo.

—Descansa, Thomas —dijo la chica incorporándose y plantándole un beso en la frente.

El niño sonrió y se adentró en su habitación. Maia suspiró mientras desaparecía, había firmado su sentencia de muerte y, sorprendentemente, se sentía bien con ello.

—Maia —habló una voz a sus espaldas: Finnick.

La castaña lo miró, sus ojos se habían cristalizado y estaba requiriendo de todo su autocontrol para no soltarse a llorar.

Finnick no dijo nada, simplemente se acercó a ella y la abrazó contra su pecho. Maia se permitió llorar, intentando hacer el menor ruido posible. El rubio se dedicó a acariciarle el cabello.

Después de unos minutos Finnick se alejó, tomándola por los hombros, viéndola fijamente a los ojos. Los ojos del rubio eran increíbles, verdes repletos de motas azules, lo que hacía que cambiaran de color de acuerdo a la luz. En ese momento se veían azules, un azul muy oscuro.

—Todo va a estar bien —dijo el rubio sin dejar de mirarla—. Te lo prometo.

—Debemos dejar de hacer promesas —dijo la castaña intentando sonreír.

El rubio asintió y volvió a abrazarla. A Maia le gustaba el contacto con Finnick, su cuerpo estaba hirviendo y se sentía reconfortada al estar cerca de él. Sus brazos alcanzaban a envolverla completa y podía acomodar su rostro perfectamente su hombro.

—Descansa, Maia —susurró Finnick, antes de alejarse y desaparecer en el oscuro pasillo.

shadow || finnick odairWhere stories live. Discover now