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A solo dos semana de los cuerpos encontrados en un estado muy deplorable, sin aún ser atrapado el asesino ni tener idea de quien podría ser, las personas se paseaban en las calles como si nada de lo anterior hubiese sucedido.

Era interesante tanto para Edd como para sus dos amigos, saber que la mayoría caminaba con total tranquilidad incluso a escasas horas de oscurecer.

Se encontraban en camino a tomar el respectivo autobús que los llevaría a su hogar o cerca de ella, constantemente volteaban a sus espaldas vigilando que nadie los estuviera siguiendo, precavidos a cualquier situación que pudiera presentarse.

Mientras el castaño acomodaba su codo derecho en la ventana a lado de su asiento, recordaba con cierta diversión en su rostro el momento en que, el ir a comprar a la gran papelería dentro del centro comercial los materiales necesarios para un proyecto de física, se convirtió en una competencia de matar zombis con un arma de plástico frente a una enorme pantalla en otro local especializado en videojuegos.

De no ser porque la madre del canadiense le llamó a su celular, con sonora voz de preocupación que se escuchó con claridad sin tener que ponerlo en altavoz, al preguntarle después en tono molesto “¡¿Sabes la hora que es?!” Fue en ese instante donde se percataron que ya marcaba el reloj de sus teléfonos las siete con treinta y nueve minutos.

“Mi mamá me va a matar.” Decía Hellucard de vez en cuando mientras caminaban a la parada de autobuses. “Si el asesino no lo hace ahorita, ella lo hará.”

Rio por lo bajo nuevamente tras aquellas palabras que soltó con gracia y exageración su amigo de cabellos opacamente rubios.

Edd fue recibido por el silencio y la oscuridad que su hogar emanaba, cosa que desapareció en el momento que encendió la luz de la entrada como otras que ocuparía para poder preparar su cena.

Después de tres sándwiches, lavar trastes, una hora de televisión, otra de llamada con sus inseparables amigos y acariciar a su gato antes de que éste saltara del sofá para recostarse en la casita que él junto con su madre y su amigo Paul había construido con cajas de zapatos, por fin se dirigía a su habitación para descansar de ese agotador pero fabuloso día, no sin antes haberse asegurado de cerrar muy bien las puertas como ventanas de la casa.

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El reloj sobre la pequeña mesa de madera a lado de su cama marcaba la una con cuarenta y cinco minutos.

Hace más de media hora que el clima fuera de su casa había cambiado por completo, haciéndose presente un viento tan fuerte que las ramas de los arboles perdían su forma recta a una curvada, en ocasiones llegaba incluso a romperlas.

El sonido de los trastes de su cocina siendo tirados con violencia al suelo fue lo que despertó al castaño de manera despiadada que modificó su manera de respirar, sus ojos paseaban con rapidez por todo su cuarto buscando la causa de la interrupción a su soñar.

Un relámpago iluminó completamente la pieza, revelando con ello que el lugar en el que se encontraba estaba vacío, sin embargo, el ruido volvía a hacerse presente en el piso de abajo, lo que provocó que sus nervios salieran a flote.

Sigilosamente salió de su cama para seguido caminar descalzo hasta llegar a la puerta de su habitación.

Abriendo la puerta lo más silencioso que pudo, bajó despacio las escaleras quedando a escasos metros de la cocina.

Una vez cerca, se asomó a ella dando con el inicial factor que ocasionaba a los trastes caer en al piso, ese era el hecho de que la ventana estaba abierta.

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⏰ Última actualización: May 05, 2020 ⏰

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