3. ¿Y ahora?

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Luego de unos segundos durante los que ninguna pudo comprender qué estaba sucediendo, Meli se puso a reír a carcajadas y su hermana mayor se sumó, contagiada.

-No puedo creer lo que estoy viendo-dijo Lyna entre risas, mientras se acercaba a su abuela.

-¿No querías ser joven?¿Cuántos años tenes ahora?, ¿uno?-bromeó Melina.

Rita frunció el ceño y cruzó sus pequeños brazos, enojada.

-Esto no es lo que yo quería-se quejó.

-Uy, mirá Lyna, ¿no te parece tierna? Nunca había visto a un bebé tan enojado-rio Meli, mientras se acercaba a su abuela y le pellizcaba suavemente los pequeños y rosados cachetes-. ¿Quién es un bebé lindo?

-Sí, sí, ríanse ustedes dos, que más me voy a reír yo cuando tengan que cambiarme los pañales-respondió Rita, sonriendo.

-¡¡¿QUÉ?!!-se horrorizó Melina.

-Y si, m'hijita. Además, van a tener que cocinarme todos los días-agregó.

-Este plan no me gusta para nada-reflexionó Lyna-. Vamos a buscar a esa señora para que nos dé un antídoto y que todo vuelva a la normalidad-añadió mientras se acercaba a la abuela para tomarla entre sus brazos.

- ¡¡No, no, no, nada de eso!!-refunfuño Rita sacudiéndose par evitar que su nieta la alzase, aunque sin éxito-. ¡Ahora tengo toda mi vida por delante!

Lyna levantó  su abuela del suelo y Melina fue a buscar al Señor Pato, que había vuelto a darse un chapuzón en el lago aprovechando la confusión, y todos se pusieron en marcha hacia la misteriosa tienda donde la abuela había obtenido la poción.

Rita se había dado por vencida y ya no trataba de escaparse de los brazos de su nieta, pero cuando estaba a solo unas cuadras del puesto, la bebé anciana abrió los ojos repentinamente.

-M'hijitas-dijo en voz baja-. Tenemos que ir a la tienda de pañales... ¡¡¡AHORA!!!

-¡¿Qué?!¡¿Enserio?!-le respondió Lyna casi en un susurro.

-Es una urgencia-dijo Rita, impaciente.

-¿No podes aguantar?¿Dónde queda eso?-Intervino Melina.

Su hermana se encogió de hombros, dándole a entender que ella tampoco tenía idea de dónde comprarlos.

En eso, un niño que iba disfrazado de barra de chocolate dio la vuelta en la esquina y comenzó a caminar en dirección a ellas, saboreando una deliciosa manzana acaramelada.

-M'hijito-lo interrumpió la anciana cuando pasó junto a ellos-, ¿te puedo hacer una pregunta?

El niño, que no entendía quién le había hablado, buscó a su alrededor a la persona mayor que necesitaba su ayuda.

-¿Sabes dónde hay una tienda de pañales cerca?-dijo la abuela, con una sonrisa en sus labios.

El chico pestañeó varias veces. ¿Un bebé acababa de hablarle con voz de anciana? No entendía qué estaba sucediendo.

-¿M'hijito?-preguntó Rita, que no comprendía por qué no tenía respuesta y ya estaba perdiendo la paciencia.

¡Sí, un bebé que hablaba como una anciana! El chico se pegó tal susto que dejó caer la manzana, gritó con todas sus fuerzas y salió huyendo despavorido.

-La próxima vez, dejanos hablar a nosotras-dijo Lyna, y siguieron caminando hasta que encontraron la tienda de pañales.

Luego de comprar lo necesario y darle tiempo a la abuela para que se cambiara (a pesar de que la tarea resultó difícil de realizar con brazos tan pequeños, Rita se negó rotundamente a que sus nietas la ayudasen), fueron directamente a la tienda de las pociones.

La encontraron cerrada. Y cuando miraron a través de las vidrieras, estaban completamente vacías.

Lyna no pensaba rendirse. Le daba terror imaginar que tendría que pasar su tiempo entre mamadera y pañales.

Estuvieron un largo rato golpeando puertas y ventanas, llamando a la hechicera a los gritos y deambulando por los alrededores del puesto, hasta que finalmente entendieron que era inútil. No había nada ni nadie. Si no encontraban a la misteriosa mujer que le había dado la poción a Rita, no tendrían forma de volverla a su cuerpo original.

-No entiendo-reflexionaba Melina-¿Por qué se fue?¿Cómo descartó todo tan rápido?

-Lo único que entiendo-respondió Lyna, angustiada- es que huyó con el dinero de la abuela y ahora vamos a tener que cargar con esta bebita quejosa.

Ya estaba anocheciendo y las hermanas decidieron que era hora de volver a la casa. Cargaron con la abuela y el Señor Pato hasta el auto, pero cuando llegaron se dieron cuenta de que nadie podría conducirlo.

-Dejame en el asiento del conductor, Lynita-le dijo Rita, como si nada sucediera.

-¿Pero qué estás diciendo, abuela?-preguntó Melina, entre risitas nerviosas-. Deberíamos poner un cartel que diga "Cuidado, bebé al volante"-bromeó.

Lyna, algo fastidiada por los planes disparatados de la bebita, miró hacia arriba, suspiró y la dejó sentada en el lugar del conductor para que ella misma comprobara que su plan era imposible.

La abuela intentó ponerse de pie con mucha dificultad y, cuando lo logró, comprendió que sus pequeñas piernas no llegarían a los pedales. 
Trató de estirar al máximo sus brazos para alcanzar el volante, pero le resultaba imposible.

-Está bien, me rindo-dijo molesta, luego de varios intentos.

-Puedo intentarlo yo...-sugirió Lyna, con algunas dudas, aunque entusiasmada-. ¡Jugué muchos juegos de carreras y casi nunca choco!

-¿Vos estas loca Lynita?¿Nos queres matar?-le respondió Rita, llamándola a la realidad-. No, yo soy la adulta de esta familia...-la abuela interrumpió su discurso al escuchar una risa ahogada de Melo y la miró fijo a loa ojos-. Como decía-continuó-, yo soy la adulta de esta familia, y si no puedo manejar mi auto, iremos a pie. Ahora, llevame en brazos, m'hijita, que estoy muy cansada por tanto esfuerzo.

Dejaron el auto donde estaba, en la calle principal, y fueron rumbo a la colina.

Llegaron a la casona muy tarde, agotadas por la caminata y por haber cargado a la abuela y al pato. Los dejaron en el suelo y, se dejaron caer en el sillón de la sala.

-¿Y ahora cómo subo a mi habitación?-preguntó Rita, un poco para sí misma y un poco para sus nietas.

-A mi no me mires, yo no pienso usar mis pies de nuevo hasta que no me quede otra alternativa-respondió Melina.

La abuela se acercó gateando al primer peldaños la escalera y lo miro finamente, como si estuviera trazando en su mente alguna especie de plan para poder llegar al piso de arriba. Luego de unos segundos, intentó con todas sus fuerzas subir el escalón, pero no lo logró. Miró hacia los costados y tuvo una idea. Gateó con dificultad hacia el Señor Pato, que estaba durmiendo sobre un enorme almohadón que había quedado en un rincon de la sala. Suspiró resignada y se acomodó al lado de la mascota.

-¡Haceme lugar, patito!-susurró dispuesta a pasar la noche allí.

El pato, asustado, comenzó a alertear y salió disparando en busca de su dueña.

Las niñas, que habían observado todo, no podían creer lo que estaba pasando pero estaban demasiado agotadas como para intervenir.

-Es increíble lo que pasó-dijo Lyna muy preocupada-. ¿Cómo vamos a cuidar de la abuela? Yo no sé nada de bebés, ni siquiera sé cocinar... ¿Cómo le explicamos esto a papá y mamá?

-¿Explicarles?-preguntó Melina, desconcertada-. ¡No pueden saberlo! Tenemos que volverla a la normalidad lo antes posible.

-Sí, pero ¿cómo? La mujer que le dio la poción desapareció. Sin ella no vamos a poder revertir el efecto.

-Estoy segura de que vamos a encontrar la manera... Mañana. Ahora quiero descansar...-murmuró Meli entre bostezos, mientras se acomodaba para dormir en el sofá.

Una familia anormal *El misterio de la hechicera*Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin