I

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El teléfono sonaba de manera estridente por todo el primer piso de la casa que ni aun así nadie se daba el privilegio de contestar. Y no porque no quisieran, sino debido a que en el segundo piso se estaba desencadenando una extensa charla por parte de Se Hun y su madre con respecto a la noticia que había recibido días atrás: Su primo iba a mudarse con ellos para graduarse en una escuela secundaria y ser admitido en una universidad. Por tanto, su madre estaba tomando la ropa que ya no usaba su hijo, una sábana extra y objetos con los cuales se pueda entretener a su primo. Desde luego, que este asunto disgustó a Se Hun por no querer que nadie tocara sus cosas, así fuera su madre. Había una casaca de tela que aún no usaba y ella ya quería dársela a su primo.

—¡Mamá! ¡Eso no! —se quejó sacando aquella prenda de la canasta de ropa que su progenitora había traído consigo.

—Nunca te la he visto puesta —dijo su madre.

—Es porque aún no encuentro el outfit que combine —respondió de mala gana.

—¿Eutfit? —pronunció mal su madre, a lo que su hijo le estuvo corrigiendo, pero poco le importaba pronunciar correctamente esa palabra. El asunto era otro—. Yo lo veo muy pequeño para ti, ¿aún crees que te quede?

—¡Claro! —protestó—. Que la haya comprado el año pasado no quiere decir que haya descuidado mi peso —y para demostrarlo, Se Hun se colocó inmediatamente aquella casaca de tela contra su cuerpo y presumir que le seguía quedando como cuando se la probó aquel día—. ¿Ves, madre? Tu hijo no ha perdido su escultural cuerpo.

Su madre chasqueó los labios en fastidio.

—Parece que tendré que poner más ración de comida en tu plato, jovencito.

Se Hun simplemente rodó los ojos y pasó a sacarse la prenda que se puso para tirarla contra la silla donde amontonaba su ropa de la semana, y abrirle enseguida la puerta a su madre para darle los honores de salir.

—Necesito privacidad, mamá —le avisó.

Y su madre estuvo a punto de darle un sermón por aquel trato que recibía si no fuera por el teléfono de la casa aún seguir sonando ruidosamente en el primer piso. Eso alertó a su madre con solo advertirle que se había salvado por esta vez. Ya que, echó a correr para contestar a tiempo y casi soltar un grito cuando miró desesperada aquel viejo reloj de madera encima del mueble del televisor.

—¡Ya tenemos que irnos, Se Hun! —anunció en voz alta para que se apure con bajar. La llamada había sido por parte de su sobrino avisando que ya había llegado a la estación de trenes. Tenían que haber estado hace media hora, pero se distrajeron lo suficiente como para no estar pendientes del tiempo.

La señora Oh salió de casa sin maquillarse para prender el auto y esperar en el asiento del conductor con vaga paciencia a su hijo, que apareció después de veinte minutos. Ella le apuró con que suba de una vez por todas que no se podía perder ni un minuto más.

Cómo eran las seis de la tarde, fueron atrapados por el tráfico de un viernes cualquiera. Eso irritaba a la señora Oh por saber que estarían llegando sumamente tarde. Estaba muy preocupada por el hecho, porque su querido sobrino era un muchacho del campo que no conocía cómo era la ciudad. Él vivía en un hogar que parecía estar atrasado en el tiempo y podía sentirse ahora mismo tan confundido, preguntón y sorprendido por lo que se vaya a encontrar en su camino. Y eso le hizo pisar con fuerza el acelerador apenas la luz dejó de estar en rojo para apurarse, definitivamente, con llegar hacia la estación antes que alguien secuestre a su querido sobrino.

Se Hun tuvo que peinarse los mechones alborotados en su cabello cuando bajó del auto de su madre que había conducido como si fuera una extra en una de las películas de Rápidos y Furiosos. Tuvieron suerte de no ser detenidos por la alta velocidad con la que fue su madre en todo momento para llegar, finalmente, a la estación y comenzar a buscar en el interior donde podría encontrarse el hijo de su hermano.

DON'T ASKWhere stories live. Discover now