스물 하나

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Los siguientes días no fueron especialmente mejores. El día del incidente de Lucas: la familia Saavedra se reunió para cenar y una vez terminaron de comer, el tema principal fue lo acontecido esa mañana.
Se dieron palabras de ánimo, intentaron aligerar el ambiente, inclusive se rieron como cualquier otra noche juntos; mas al irse a la cama parecía que el dolor apenas comenzaba.
La impotencia que le ocasionaba a Gea aquella situación no tenía forma de ser descrita. No existía manera de encontrarle un motivo a porqué hacerle algo así a Lucas Saavedra.
La mamá de la familia parecía afectada, incluso si se hubo guardado las lágrimas durante la cena para la intimidad con su esposo antes de dormir.
Eran los golpes que conllevaba irse del lugar de origen.
Los ojitos de Lucas estaban mejor, pasó el enrojecimiento y al estudiante responsable lo suspendieron por dos semanas, aparte de haber sido obligado a ofrecer una disculpa al más pequeño de los Saavedra.
El director hubo roto su estado de imperturbable calma en esa oficina. Las disculpas abundaron como nunca antes, de parte del colegio, de los padres y el culpable. Aunque los daños ya estaban hechos y aquello quedaría como una disimulada cicatriz por un corte superficial en la piel.
El dolor era inevitable; no obstante ellos hacían su mayor esfuerzo por no sufrir.
Yacía acostada en su habitación cuando escuchó que gritaban su nombre en la planta baja de la casa, después llegó el nombre de Samuel, y luego el de Lucas.
Juraría haber escuchado las manecillas moverse en el reloj de su papá sentado en el comedor, con Salma a su derecha.
Los tres jóvenes esperaban por una palabra que limpiara el ambiente de tensión. Rezaban porque no fuese algo demasiado grave.
Su madre lucía tan imperturbable como siempre, en su chaqueta de mezclilla y los ojos ahumados, completamente recta contra el respaldar de la silla.
A Gea le sobraban los motivos para estar alerta.
Pasaron todos sus pecados por su mente, divagó entre los que podía cometer Samuel y los que querría ocultar Lucas.

—Los llamamos porque hay un tema del que queremos hablarles.

Mientras Lucas se conservaba mirándolos fijamente, con un porte casi tan intimidante como el de su mamá, Samuel tenía los codos sobre la mesa, sosteniendo su barbilla entre sus manos. Gea tenía las manos a los costados y estaba encorvada.
Valentín Saavedra echó un suspiro y comenzó a hablar:

—Si bien ya sabíamos que al ser extranjeros estaríamos expuesto al racismo de la gente: no vamos a decir que no nos afectó lo que le pasó a Lucas hace poco.

Era raro para esa familia tocar el mismo tema una y otra vez tan seguido. Algo andaba mal.

—Sabíamos que esto iba a pasar—la suave voz de Salma apareció y caló hasta los huesos de sus tres hijos—. Hablamos muchas veces de este tema, sabíamos a qué estábamos enfrentándonos al llegar a este país, que no es fácil ser inmigrantes, sin importar dónde o cómo vivamos.

—Nosotros sabemos que ustedes tres son personas de carácter fuerte—Valentín dio un repaso con la mirada a los tres—. Cuando hablamos de venir a Corea, desde el primer momento les dijimos que no tenían que irse con nosotros, podían decidir terminar la escuela allá con sus compañeros y quedarse con sus tíos. Su mamá iba a negociar hacer teletrabajo para poder pasar una parte del año con el que se quisiera quedar...

Gea recordó esas cenas largas e incómodas durante todo el año pasado. Donde le dolió el corazón cada que se imaginó lejos de su familia.

—Todos aceptamos venir aquí, porque estar separados nunca ha sido lo nuestro—había dolor en el timbre de voz de Salma—. Lo que nos interesa a su papá y a mi: es que sigan queriendo estar en este país.

—Parece ser que se acerca el fin del mundo—habló irritado el padre—, en cualquier momento cierran toda esta mierda y ahí sí se quedaron aquí. Piénsenlo bien, saben que allá tienen dónde quedarse, pueden volver a su antiguo colegio, a lo que sea que quieran regresar, saben que siempre han tenido esa opción.

𝗦[𝗘]𝗢𝗨𝗟𝗘𝗗 | Kim NamjoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora