Capítulo 1: "Dave"

150 41 64
                                    

Residencia Black, Moon Falls, Massachussets

Inicia junio y por fin he acabado la preparatoria. La mejor etapa del año ha comenzado y como siempre tengo un montón de planes para poner en práctica en estas vacaciones.

Con este clima, un viaje a Japón no vendría mal, de no ser porque no me gusta, seguro que iría. Pero a quién trato de engañar. No sé lo que es montar en un avión, incluso pudiendo comprar uno. Aunque me ha emocionado la idea de escaparme al extranjero, ir a una conferencia de Stephen Hawking en Oxford, visitar el misterioso Stonehenge, conocer Lincolnshire para ver cómo fue criado Newton; pero la triste realidad es que los contactos de mi madre le avisarían antes de que yo rebase los límites del Estado. Por suerte, su malicioso juego ya acaba.

Con las puertas de Harvard a la vuelta de la esquina, o mejor dicho, a la vuelta del estado; creo que me merezco hacer lo que me plazca antes de entrar en ellas. Para ello me esforcé en ganarme la beca, sin necesidad de favores, dinero o sobornos. Estilo de vida el cual aborrezco y del quiero huir lo más rápido posible.

Lo bueno es que, a partir de hoy, todo va ser diferente. Ya me convierto en mayor de edad y en el único dueño de mi vida.

En estos momentos me encuentro dándome una ducha en el baño de mi habitación. Son pasadas las siete de la mañana y ya me he ejercitado en los senderos del bosque colindante a la mansión, por lo general no termino la rutina tan temprano. La culpa la tiene el insomnio que tanto me acosa en las noches. Puedo decir que en toda mi vida he dormido más veces en el escritorio que en la cama. Estudiar y leer me ayudaban a despejar la mente de esos malos pensamientos que me impedían descansar. Pero gracias a ello tengo uno de los mejores expedientes en mi antigua escuela y puedo optar por mi sueño.

A mis recién cumplidos 18 años, me encuentro en plena forma física. Mi apariencia es totalmente opuesta a la de un chico amante de la lógica y cualquiera diría que era el capitán del equipo de lacrosse de la preparatoria, pero en realidad, no practico ningún deporte por afición o gusto. A pesar de ello, he desarrollado buenos músculos, aunque no son muy exagerados y soy diestro en el kickboxing, la esgrima y tengo buena puntería ya sea en arcos o armas de fuego, debido a mi convivencia con una mujer adicta al estilo de vida militar y con más dinero del que pueda gastar en tres vidas.

Una vez finalizada la corta y fría ducha, me afeito esa barba casi inexistente de pocos días que me es tan molesta.

Por otra parte, se puede decir que mi rostro no está nada mal, aunque no le presto mucha importancia. Heredé ojos grises como niebla de verano y mi cara es lo bastante simétrica. Por otra parte, mi pelo marrón me agrada, sin importar lo rebelde que es pues juega con mi personalidad.

Minutos más tarde salgo del baño peinado y perfumado con la toalla enredada en mis caderas haciéndose notar mis cuádriceps y la uve que tanto denotan los modelos profesionales. Si hubiera alguien espiándome en este instante, le estoy dando un buen espectáculo.

Mi dormitorio, a pesar de lo extensa que es la mansión, no es tan grande. Este consta de paredes muy lisas color índigo llenas de serigrafías que compré en la tienda de artesanías del pueblo, un suelo de cedro oscuro cubierto con alfombras grises y ventanales gigantes con vistas al garaje. Y si de mobiliario hablamos, tengo un escritorio con su silla a la derecha, una butaca de vinilo celeste junto al armario, una cómoda al lado de la puerta que da al baño y mi cama doble acompañada de dos mesitas de noche, las cuales están al pie del ventanal, a pesar de lo tanto que le molesta al diseñador de la casa.

Voy directo el armario marrón de caoba que siempre huele al detergente de vainilla que usan para lavar la ropa. Al llegar a este, busco lo que me voy a poner y me desnudo completamente al conseguir mi ropa interior del del gran cajón que más está pegado al suelo. Elijo ponerme mi conjunto favorito: unos pantalones negros rasgados por las rodillas, una camiseta blanca y una camisa de cuadros negras y rojas enlazada en la cintura. Tomo de la mesa de noche más cercana, con cuidado de no dejar caer la lámpara con forma de luna, mi crucifijo de plata; único recuerdo que me queda de mi padre. Además también echo en mis bolsillos mis llaves y mi teléfono y salgo de la habitación.

Comienzo a bajar las blancas y estériles escaleras de mármol que combinan con la madera de abeto que cubre la mayor parte de la casa y me dirijo a la cocina por el pasillo del lateral. Esa siempre ha sido la parte más iluminada del inmueble. Tiene ventanas de vidrio que van desde el piso hasta el techo, iguales a las de los dormitorios, y daban vistas a la piscina. Es una ironía ver que está equipada con los electrodomésticos más caros y modernos del país y que nadie de la familia los utilizara, sólo la chef privada que entra y sale sin ser vista.

—Buenos días, hijo —dijo mi madre cuando puse un pie en la cocina.

Resoplo instantáneamente.

«Ahí vamos otra vez»

—Buenos días —dije secamente al ver que estaba sentada en la barra desaprobando completamente mi ropa con su mirada.

Voy al refrigerador ignorando íntegramente su alta figura. Hoy no estoy de humor. Al abrirlo me percato que está lleno de envases de cristal con ensaladas raras y con zumos de vegetales que de seguro preparó la cocinera anoche. No hay ni siquiera una fruta o yogur. No me apetece nada de eso, estoy cansado de seguir la comida de esta cárcel.

—Dave, ¿cuántas veces te voy a decir que no tomes más agua del grifo? Si vas a satisfacer tu sed coge de la embotellada— me advierte mientras observaba fijamente el vaso que había dejado junto al fregadero esta mañana.

Trato de destensar mis hombros.

«Sólo quiere provocarte, Dave»

—El agua de nuestro grifo es mejor que la de cualquier botella, ¿o no te acuerdas que instalamos hace poco el filtro que nos regaló el Sr. Baxter? —hice una pausa para voltearme y recostarme a la meseta. Así puedo estar cara a cara con ella —A parte, deja de vigilar cada movimiento que hago y concéntrate en tu vida. ¡Ah verdad, no tienes una! —respondo con el tono elevado y un gesto de desdén hacia su persona.

«Puede que me haya pasado un poco. Pero se lo merece»

—Así que ya te crees un hombre. Pues yo soy tu madre y tengo derecho a hacerlo. Además alguien como tú no debería tener ese hábito —me reprende señalándome autoritariamente con su sonrisa irónica de siempre.

«¡Tú eres la mujer de alta sociedad, yo no! No. ¡No voy a decirle eso!»

Pauso un rato para ordenar mis pensamientos para prevenir que me lance el cuchillo que se encuentra en su mano dominante.

—No, no tienes derecho a meterte en mi vida. Yo no soy mejor o peor que nadie por tener ese hábito —me señalo a mí mismo y contesto aguantando mi enojo por su actitud aristocrática.

—¡¿Quién te crees para responderme a mí así, eh?! Debí haberte mandado a un internado militar, así no tendría que soportar tus faltas de respeto. Cometí un error al dejarte estudiar en ese colegio de segunda que tiene el pueblo —alega gritando y agitándose a tal punto de desordenársele el cabello.

«La hice enojar, aunque no lo suficiente. Puede que haya sido un éxito la estrategia después de todo»

—Fue glorioso tu pecado entonces —añado al plantearme alejarme otra vez de mi madre —Me voy a dar una vuelta. ¡No aguanto un minuto más dentro de estas paredes! —

—¡Este comportamiento te va a traer consecuencias, Dave Mathew Black! —exclama ella mientras salgo por la puerta principal.

«Otro cumpleaños lleno de peleas y ausente de amor maternal. ¿Por qué he de sorprenderme?»

—Como si eso me importara —susurro para mis adentros. Aunque sé que me miento

«¿Por qué no puedo mantener una conversación normal con ella?»

Me dirijo al garaje malhumorado. Cojo mi casco que se encontraba en un estante a mano izquierda y me monto en mi motocicleta. Una vez arriba de esa maravilla de la mecánica se fueron todas mis malas vibras. Mi cuerpo desea a gritos este analgésico con ruedas. El sonido ensordecedor del motor se hace notar en toda la propiedad, pero para mis oídos son música relajante.

Finalmente llego la carretera, ya estoy fuera del alcance de esa mujer. El aire choca contra mi rostro, mi cuerpo se serena, me siento más libre con cada acelerón; este es uno de los pocos momentos donde sé que tengo el control sobre mí. Doblo por la 202 y sigo conduciendo hasta llegar a orillas del lago. Una vez allí aparco mi vehículo.

Me encanta este sitio. El olor a menta silvestre y a pino bañan la brisa. Los rayos de sol se infiltran poco a poco la densa y verde vegetación del área. Inspiro hondamente tratando de adueñarme de esos aromas. Me siento en el mismo banco de siempre, viendo al mismo pescador de todos los días en su bote de madera obscura, ganándose su paga; escuchando a la curruca que vive en el vetusto olmo del lateral. Las refrescantes y cristalinas aguas de “Mirror Lake” me tranquilizan con sólo verlas. Quizás en ese momento me di cuenta que la paz y la felicidad se encuentran en las pequeñas cosas y en los momentos que valen la pena recordar, como esta inefable tranquilidad.

«¿Quién quiere un spa si tiene un sitio así?»

—¡Te atrapé! —me dice una persona desde la espalda mientras me cubre con un abrazo y me besa en la mejilla, rompiendo así con mi trance en ese pequeño susto.

Al momento supe quién es. Sólo una persona se sabe de mi escondite, por lo que me alegro.

—¡Hola, Alex! —le dije al verla cómo se sentaba en mi lado.

Alexa es a la que podía llamar mi novia. Soy una persona incomprendida por los demás, pero ella me entendía. Su piel es clara y tersa, los cabellos lisos y castaños y los labios pálidos y carnosos. Su rostro angelical está adornado por un par de ojos esmeraldas que me encantaban. Él solo hecho de pensar que todo eso me pertenece me hace sentir afortunado. No sé si ella era la chica más guapa del colegio, porque no podía fijarme en alguien más teniéndola a ella. Puede que su presencia en mi vida sea la única razón por la cual no he escapado de Moon Falls.

—Sabía que estarías aquí. ¡Feliz cumpleaños, abuelo! —suelta a todo volumen y esboza una sonrisa de complicidad.

«¿Por qué ella es tan jodidamente hermosa?» me pregunto al contemplarla sonreír.

Suelto una carcajada.

—¿Por qué me dices abuelo si tenemos la misma edad? —le pregunto a ella soltando una palabra por cada pulgada que me le acerco. Una vez en el lugar que quiero estar, poso mi mano en su muslo.

—Porque me da la gana —me restriega sus palabras en la cara ladeando su cabeza como una niña de tres años.

Yo aprovecho que está cerca para morderle el labio. Alex hace una mueca y retracta su cuerpo.

Yo me río descaradamente de mi travesura

—¡Me mordiste duro, animal! —dice con tono de niña rebelde y se lleva un dedo a la zona donde cometí mi acto furtivo mientras frunce su ceño.

«Es tan tierna cuando hace eso» pienso sin quitarle la vista de encima.

—Uno de los inconvenientes de tener un novio guapo como yo—alego pícaramente.

Al oírme hace pucheros para que me sienta mal por morderla. Pero Alex sabe que no me puedo contener.

—Malcriado, tengo suerte de tenerte a pesar de tus pendejadas —me comenta mientras se adhiere a mi brazo. No puedo evitar pensar en mí madre.

«Ni siquiera puedo recordar la última vez que mi madre y yo reímos así» me torturo al pensar eso.

—¿Qué hizo tu madre esta vez? — no me había dado cuenta de que ella estaba mirándome.

«¡Diablos, me conoce tan bien!»

Dirijo mi mirada hacia el suelo y permanezco en silencio. No quiero hablar del tema. Ella me entiende casi telepáticamente y vuelve a abrazarme para hacerme sentir mejor.

—Yo sé que es tu madre. Pero ella es una bruja —murmura en mi oído.

«Tiene razón. Pero no puedo persuadirme para no sentirme así. Al fin y al cabo es mi madre»

Nos quedamos abrazados por unos minutos. ¡Diablos!, me siento tan bien cerca de ella. Yo por mi parte me aferro más a ella y clavo mi nariz en su cuello. Su aroma a libros viejos y loción de rosas me embriaga.

«No quiero volver a casa hoy»

Mi teléfono suena, por lo que ambos nos separamos para yo poder cogerlo. Al sacarlo de mi bolsillo me fijo en el número del que me llaman, sé que es local pero me es desconocido. Sin mucho vacilar lo atiendo.

«¿Quién será?»

—Diga —respondo de primero como de costumbre.

—¿Es… Dave Black? —me dice la voz masculina que parece que leía mi nombre de algún lado. Me incomoda esa forma de hablar para ser sincero.

—Si, soy yo. ¿Quién me habla? —pregunto intrigado.

Alex, que también quiere saber qué pasa, se aproxima a mí pero la ahuyento con la palma de mi mano abierta. Ella acepta esperar asintiendo gentilmente.

—Es de Comisaría. Llamo para informarle que su residencia estalló en llamas y su madre no ha sido encontrada por los bomberos —se justifica el oficial. Yo me quedo paralizado procesando esa bomba de tiempo.

—¿Qué?

"Destino" © [En Proceso]Where stories live. Discover now