Capítulo 2: "La Nota"

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Terrenos de la Residencia Black, Moon Falls, Massachussets

Han pasado seis horas desde que estoy aquí. Este día se ha convertido en el peor cumpleaños de mi vida.

Llevo sentado en el mismo lugar desde que llegué y no he sabido nada de mi madre, eso me inquieta. He llamado a su móvil un sinnúmero de veces, pero siempre me manda al buzón. Los bomberos y los oficiales entran y salen, una y otra vez. Dicen que nunca han visto un incendio tan feroz. Han luchado mucho para que el fuego no llegue al bosque. Sería una catástrofe si lo hiciera. Por suerte, quién lo notificó lo hizo en el momento que inició.

«No puedo creer que esto pase otra vez. ¿Dónde diablos estás, mamá?»

La mansión se fue deteriorando con el tiempo, como si tuviera una enfermedad maligna. Ya me es desconocida. La madera se había consumido por completo, sólo quedaba algo de concreto. A la fachada blanca y estéril se le habían plasmado manchas llenas de obscuridad y suciedad. Los trozos de cristal de lo que hace horas eran ventanales traslúcidos se encontraban por todas partes. El aire se cargó del pesado dióxido de carbono. Todo parecía sacado de un videojuego o película de terror.

Siento mi cuerpo plagado de nervios. Estoy helado a pesar de que me encuentro sentado al sol. Mi cabeza no puede pensar en nada más. Incluso mi pierna derecha se mueve descontroladamente y se niega a parar aunque se lo ordene. Todo por no poder saber dónde está ella.

«No puedo seguir así. Necesito distraerme»

Alex no se ha apartado de mi lado desde que llegó. Y no nos encontramos solos, a Alex la trajo una amiga del pueblo, Selena. Es una chica alta y delgada, con el pelo castaño claro menos en las puntas que tomaba un color rojizo. Lleva un conjunto Jhulian Gaye’s conformado por unos tacones, un vestido y una chaqueta; cada pieza debe costar mínimo unos 800 dólares. Y a mi conocimiento, nadie en este pueblo además de mi familia tiene ese dinero. Me da mala espina. Además, ninguno de los dos somos de tener amigos. Siempre éramos los chicos del final del pasillo. Se me hacía extraño que se llevarán tan bien, como si se conocieran de toda una vida.

—Terca, ¿de dónde conoces a Selena? —murmullo para que no nos escuche.

—Trabaja conmigo en Lucy’s —me responde ella.

—No se te hace raro que teniendo tú mismo empleo tenga un coche y ropa tan cara. ¿De dónde saca el dinero? —le insinúo señalando con la mirada al Chevrolet Camaro completamente negro que estaba aparcado a unos cuantos metros de nosotros.

—Cuando llegó a Moon Falls en febrero, ya tenía ese coche y siempre vistió así —me dice mirándome con su ceja izquierda arqueada.

—¿Y si todo es robado? —sugiero.

—¿No crees que siendo mi abuelo tan reconocido por todos en el pueblo, ya la hubiera investigado? —me reprende.

—¿Y? —insisto.

—Limpia, ni siquiera una multa. Se compró el vehículo hace más de un año —me explica y se acerca aún más a mi rostro como si tuviera algo pegado.

—No deberías andar con ella, no… —me interrumpe poniendo su dedo anular en mis labios por un instante.

—¡Alto ahí! — exclama —Dave, por alguna casualidad, ¿estás celoso? — termina de decir y pone cara graciosa.

Yo no puedo evitar sonreír una vez que levanta su dedo.

—No, es que no me inspira confianza y punto —me justifico tartamudeando.

—¡Ja! ¡Estás celoso! —confirma con su tono de niña de tres años.

Yo la cojo por la cintura y la acerco más a mí con el objetivo de morderla en el cuello para acabar con su risa triunfante. Ella se defiende pero no puede conmigo.

«Mierda, sí estoy celoso» digo para mis adentros.

Una tos forzada nos interrumpe. Es Ronald Roys, el sheriff del pueblo. Siempre con su sombrero vaquero y su placa plateada reluciente.

«Fue buena la distracción mientras duró»

—¿Qué noticias tiene? —dejo lo que estoy haciendo y le presto atención. Mi cuerpo vuelve a impacientarse como mismo hizo antes.

—No hay rastros de tu madre por ningún lado. Un cuerpo humano deja evidencias hasta con un fuego rebelde como este. Creo que es una buena noticia —me informa tranquilamente y puede que haya notado un ápice de alivio en su forma de hablar.

«Esto no tiene sentido»

Asiento, pero no puedo comprender la desaparición de mi madre.

«En los 8 años que llevamos viviendo aquí, las veces que ha salido se pueden contar con los dedos de la mano. Aquí se nos escapa algo» analizo en mi mente.

—Sé lo que piensas. Me han dicho los bomberos que el incendio fue causado por una fuga de gas y las alarmas no funcionaron. Por lo tanto no fue intencional. Con eso es suficiente para que te den el seguro y podrás reconstruir la mansión. Aunque no creo que lo necesites —trata de hacerme sentir mejor.

«Mi madre instaló el mejor sistema de alarmas que el dinero pueda pagar. Él no puede esperar a que me crea eso»

«Tengo que irme de aquí. Necesito pensar»

—Muchas gracias, oficial —agradezco cabizbajo.

El sheriff Roys se agacha para que no pueda esquivar su mirada y posa una mano en mi hombro.

—Chico, no sé si sabes que yo y tu madre tenemos una relación complicada. Puede que no la conozca tanto como tú, pero sé que Helen no es de irse sin avisar —me cuenta serenamente.

«¿Yo no oí bien, verdad?»

—¿QUÉ? ¿Tú y mi madre? —dudamos Alex y yo.

—Sí, Helen y yo. Ella me dijo que te diera esto si le pasaba algo— confiesa mientras me entrega un trozo de papel doblado— Lo traje cuando supe que ella no estaba. Para mí no tiene sentido lo que dice, puede que a ti te sirva de ayuda. Creo que esta es la situación en la que me dijo que deberías tenerlo

Me dispongo a abrir la misteriosa nota y leo las palabras escritas a mano que contenía. Estas decían:

“Ve con aquel que espera la llegada de los suyos.
Ese anciano qué nos vio caer y levantarnos una y otra vez.
A sus pies encontrarás la llave que le abre las puertas a tu destino”.
                                 Helen Black

«No sabía qué quiere decir ella con este mensaje. Pero tengo que encontrar su significado»

—¿Te hace alusión a algo, Dave? —me pregunta Alex.

—No, a nada. Estoy exhausto vámonos de aquí —le comento a ella y nos levantamos del contén para dirigirnos a su finca.

Los abuelos de Alex, el Sr. Y la Sra. Baxter me recibieron encantados en su hogar; una acogedora casa de campo de dos pisos que parece sacada de un libro de cuentos infantiles. Además, el matrimonio es dueño de una finca que abarca casi por completo al valle del sur del pueblo y sus cosechas de manzanas y calabazas son las mejores, posiblemente, del estado.

Ellos desde un primer momento apoyaron nuestra relación. A ambos los trato como los abuelos que nunca tuve, siento un afecto especial por ellos. Calvin me regaló mi primera caña de pescar y me enseñó el arte de usarla unos veranos atrás, nos divertimos mucho y los pasteles de Celine saben a la vida misma; no hay una sola persona en el universo que los haga mejor que ella, y es consciente de que me encantan, por lo que es maestra en malcriarme cada vez que vengo.

Incluso después de darme una ducha caliente y cenar hasta reventar, mis nervios todavía no se han aplacado; y sigo sin descifrar la ubicación de mi madre.

«Necesito aclarar mi mente, no me gusta que Alexa me vea así»

Así que me desplazo hasta la hamaca del patio de la finca, un lugar perfecto para despejar mi mente. Una vez allí, enfoco mi mirada hacia algún lugar del espacio. Es noche de luna nueva, todo está más oscuro que de costumbre.

Aprovecho este tiempo a solas para repasar la nota de mi madre ayudándome con la linterna del móvil. La releo un par de veces y me doy por vencido al cabo de un rato.

Alex al parecer no quiere dejarme mucho tiempo solo, por lo que decide venir a mi lado. En pocos minutos ya estaba encima de la hamaca con su cabeza, su mano derecha encima de mi pecho. No dijo ni una palabra. Yo solo la miro y sonrío.

—Hazme el piojito —me pide poniendo ojos de cachorrita y haciendo pucheros. Yo cumplo su anhelo.

Beso su frente y luego juntamos nuestros labios apasionadamente. Ella me muestra una cálida sonrisa donde se denotan mucho más sus profundos ojos color esmeralda. Ambos observábamos al mar de cuerpos celestes que tenemos encima, enmudecidos y sin necesidad de necesitar algo más. De repente, parece que uno de ellos cae.

—¡Pide un deseo! —exclama ella.

«Ojalá que todo esto se resuelva»

—Ya —afirmo después de varios segundos pensando.

—¿Qué pediste? —interroga

—Que este momento sea eterno —expreso —¿Y tú?

—Que nunca pares de hacerme el piojito —confiesa pícaramente mostrando su amplia sonrisa.

—Tonta —le digo y la ataco con cosquillas. Ella patalea de tal manera que por poco nos caemos al suelo. Después de ese susto, nos calmamos y cerramos los ojos para descansar.

Me despierto, estoy en los terrenos de la mansión.

«¿Cómo rayos llegué a aquí?» pienso mirándome por completo. Llevaba incluso atuendos distintos a los de hace diez minutos.

Oigo voces.

«Alguien se acerca»

Me agacho para ocultarme detrás de un arbusto de bayas. Veo a lo lejos una mujer y un niño trotando. Parece que están entrenando. Me fijo un poco más. Ella se parece mucho a mi madre. Aunque es muy joven. Al niño no puedo verlo muy bien, se encuentra de espaldas. Los dos llevaban sudaderas y pantalonetas de gimnasio. Yo me niego a moverme de ese lugar.

El chico tropieza con una raíz de un roble cercano y se raspa sus menudas rodillas. Plasmó un quejido de dolor en el aire, cae al suelo y empieza a llorar. Parece que estar exhausto también. A la mujer no parece importarle mucho, aunque un poco más adelante para su curso.

—No puedo más, estoy cansado —cuenta entre sollozos. Al parecer lo decía en serio.

—¡Levántate y continúa! —suelta seca y fríamente la dama.

«¿Qué? ¿No ves lo agotado que está»

—¡No puedo! ¡Te dije que no doy más! —exclama él con el rostro bañado en sudor y lágrimas.

—¿Ves a ese roble? —cuestiona ella señalando con uno de sus dedos a la anciana planta que tenía un nido en una de sus ramas.

—Sí —contesta él secándose la cara con el interior del brazo.

—Ha estado aquí desde que tengo conciencia. Yo también hice estas secciones cuando era pequeña. Lloré por cansancio, me escondía con tal de no venir, pero él siempre me alentó. Es especial, sus frutos son únicos, por eso las ardillas lo aman, me pasa lo mismo a mí. Ejercitaba por obligación aquí, en su dócil y maleable sombra, pero al paso del tiempo no era ya tan malo porque no estaba sola. Él era mi cómplice y sentía que me sonreía cada vez que completaba mi rutina sin percances —dice ella esbozando una sonrisa hacia el árbol, la cual cambia por un ceño fruncido al ver al niño.

—¡Es sólo un árbol, no una persona! —alega el chico que todavía se encontraba agachado.

—Depende de quién lo vea —hace una pausa para secarse la frente y las mejillas —Ahora, levántate que tus heridas sanarán, el cansancio se irá y tú aprenderás a levantarte. Así le dar más fuerza a tu corazón que a tus músculos. Como hice yo —le aconseja.

El muchacho parece haber entendido el mensaje. Esta vez se levanta con energía, no sé de dónde la sacó, sin embargo se veía más fuerte.

Los dos siguieron su paso, puede que un poco más lento; aunque en la vida las cosas no se resuelven cuando uno se apresura. Todo tiene su propio ritmo.

El niño cae una vez más por culpa del terreno. Puedo verle el rostro gracias a ello y escalofrío me recorre completamente el cuerpo. Lo reconozco. Era yo.

De repente me levanto. Ya es de día. Al parecer pasamos la noche aquí, en la hamaca. Estoy exaltado, con el corazón a mil. Me encontraba de nuevo junto a Alex, la cual sin querer desperté. Ella se asusta y me dirige una mirada cansada.

—¡Ya sé lo que quiere decir la nota! ¡Vamos! —exclamé aliviado.

«¿Quién lo iba a decir? Lo había olvidado por completo. Todo gracias a ese sueño»

"Destino" © [En Proceso]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum