Capítulo 23

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Estaba amaneciendo. En pocos minutos, el patio del cuartel se vería invadido por la luz del sol. Regina continuaba en su celda, ocupada con sus pensamientos sin saber del arma apuntada hacia su corazón. De repente, frunció el ceño al darse cuenta de la presencia del coronel, observándola. Incapaz de decidir si debía avanzar o retroceder, se quedó donde estaba, dudando.

―Qué bien que ya esté despierta, señora Mills―dijo él, dando un paso hacia delante ―Venga conmigo, tendrá el privilegio de ver nacer el sol por última vez.

Regina permaneció inmóvil, inexpresiva mientras las palabras del hombre fluctuaban en su mente.

―¿Qué quiere decir con eso?―preguntó ella, aunque supiera perfectamente lo aquellas palabras significaban.

―Ya lo sabe, señora Mills. Su día ha llegado...¡Ahora, muévase!

La sensación de asombro inicial aún se podía ver en sus ojos cuando el coronel abrió la celda y dos soldados la agarraron por los brazos y la condujeron al patio del cuartel.

―¡No puede hacer esto! ¡Hay un plazo! ¡Mi familia tiene que saberlo!

Como respuesta a sus protestas, el coronel le enseñó una sonrisa. Con los brazos cruzados, él observó cómo sus subordinados la inmovilizaban. Fue colocada de pie, con las muñecas amarradas detrás de una columna de hierro.

―Claro que puedo hacerlo, señora Mills. Soy la mayor autoridad de esta región. Usted me desafió, y ahora va a pagar el mismo precio que pagaron sus padres.

Y entonces se marchó, dejándola atrás agonizando con el recuerdo de los padres que había perdido, y de todas las otras pérdidas que esto simbolizaba. Ella cerró los ojos, sintiéndose decaída y expuesta, y cuando los abrió, se vio cara a cara con Killian Jones. De cabeza erguida, Regina examinó cada detalle de su rostro. Él parecía estar tan cansado como ella.

―¿Sabía que he sido escogido para apretar el gatillo?

―¿Por qué eso no me sorprende?

―No estoy orgulloso―dijo él casi en un susurro, mirándola a los ojos, y asombrada, ella vio su sufrimiento.

Vio también cómo sus parpados temblaban con una mirada vacía, y la vulnerabilidad estaba explicita en cada expresión de su rival. ¿Sería esa su manera de disculparse? ¿De decir que lamentaba todo lo que había sucedido?

―Sabe que lo que está haciendo es un crimen―dijo ella ―¿Dónde está aquel teniente honrado que tantas veces mencionó?

―Está muerto―dijo él, sintiendo que se formaba un nudo en su garganta debido a décadas de lágrimas no derramadas ―El hombre justo y honrado que fui un día está muerto. O quizás nunca haya existido...

―O quizás solo esté adormecido―habló ella, notando la formalidad casi fría de sus propias palabas, pero no pudo evitarlas ―Emma nunca habría amado a alguien injusto y sin honor.

Killian se sintió desesperado al escuchar su nombre y quiso huir del recuerdo sofocante de aquella mujer que obviamente ya no se preocupaba por él tanto como se preocupaba por la morena. Y para su espanto, percibió que aún la amaba, con la misma intensidad de la última vez que estuvieron juntos. El tiempo no enfrió nada sus sentimientos. Y entonces retrocedió, diciéndose a sí mismo que lloraría más tarde, como si estuviera resistiéndose a un placer. Pero, en realidad, apenas conseguía contender su dolor.

―Regina...Quería que...―iba a decir algo, pero entonces alguien se acercó

―¿Preparado, teniente?―cuestionó el coronel, distribuyendo golpecitos en su hombro―Ven conmigo. Necesitamos finalizar los últimos detalles para continuar con el...fusilamiento.

DesasosiegoWhere stories live. Discover now