24. Yo cuidaré de ti

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Sus castaños y oscuros rizos caían sobre sus hombros, era una mujer delgada y de estatura promedio, en aquel momento mi madre tenía sobre su cuello una bufanda negra con detalles grises, llevaba puesta una blusa negra de rayas tenues y unos jeans ajustados que le hacía resaltar sus curvas. Tras ella se pueden apreciar las rocas que conforman el Stonehenge, se vía muy feliz, mi madre tenía una hermosa sonrisa, lastimosamente no puedo apreciar sus ojos ya que llevaba puestas unas gafas oscuras.

«Madre, ¿a quién le sonreías de esa manera?... ¿Quién estaba tras la cámara? Te ves muy feliz en esa foto».

¿Cuántas lágrimas he derramado hoy? No importa, solo necesito llorar un poco más, porque siento que, justo ahora, necesito a mi madre a mi lado, que me sonría de esa misma manera y que me abrace mientras dice que todo va a estar bien. Duele saber que nunca va a suceder, que todos estos deseos quedarán reprimidos como sueños imposibles de cumplir, por lo menos ahora puedo imaginarla y suponer como pudieron ser las cosas con ella.

Nunca llegue a odiar a mi madre, primero porque las hermanas del convento me enseñaron a no odiar a las personas, y segundo porque algo en mi corazón me dice que mi madre realmente me quería. No puedo dejar de mirarla, era tan hermosa, podría tener unos 25 años en esa foto.

«Algo no me cuadra... ¿Qué relación tiene mi madre con los Paussini?».

La puerta se abre y hace aparición una señora de aproximadamente 50 años, trae puesto un uniforme de servicio doméstico, en una mano carga una bandeja con comida y en la otra trae algo que parece ser un pijama.

—Oh, muchachita —dice en tono deprimente al verme sentada en el suelo y llorando—, lamento que estés pasando por todo esto —ha dejado la bandeja de comida y el pijama sobre el escritorio—; ojalá pudiera hacer algo para que puedas irte de aquí —la veo agacharse frente a mí, se ha quedado observado la foto que tengo en la mano y luego me mira muy extrañada—. ¿Conocías a Miriam?

Entonces mi corazón da un salto, esta señora parece haber conocido a mi madre.

—¡¿Usted la conocía?!

—Sí, claro —su rostro se ha llenado de nostalgia—. Trabajábamos juntas en esta casa, esta era su habitación... ¿Tú de dónde la conoces?

—Ella era mi madre.

Sus ojos, repentinamente aguados, me hacen entender que ella sabe de mí, y que sentía un gran aprecio hacia mi madre; está muy impresionada, ha usado ambas manos para tapar su boca.

—¡¿Eres Inocencia?! —me pregunta con una sonría inundada en melancolía.

—Sí —le sonrío algo confusa—. ¿Cómo supo mi nombre?

—Porque aquella vez que Miriam llegó de conocerte, me habló de ti —me agarra de las manos y aprieta fuerte—. Tu madre y yo éramos muy buenas amigas.

—Señora, por favor —bajo mi tono de voz y le sonrío muy fascinada—. Necesito sabes más sobre mi madre.

—Ay, mija... La historia que me pides es muy extensa y complicada.

—¡Por favor! —le imploro con las manos.

—Bueno, está bien —me sonríe algo insegura—. Tu madre llegó a esta familia luego de... —es interrumpida por el sonido que hace la puerta al abrir.

Bajo la puerta está una chica mucho más joven que yo, trae puesto el mismo traje de servicio doméstico y, con mucha indignación, se le ha quedado viendo a la señora.

—Señora Rose, no debería estar perdiendo el tiempo aquí. El Señor Guiovanni está furioso, lleva un buen rato gritando su nombre por toda la mansión.

De Monja A MafiosaWhere stories live. Discover now