- Manos de metal -

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1
Y me acaricia la mejilla izquierda en un intento de producirme calidez.
Me dice "te quiero" en cada oportunidad que tiene durante el día.Pero yo no le creo en ninguna de las veces.

2

Entonces me pregunta como me ha ido la mañana. Que mi pelo está tan hermoso como ayer, y que mis ojos brillan como cuencas de cristal.

— Turn Off— sale de mi boca con frialdad y me distraigo con el móvil indiferente.

3

Oigo otro "te quiero" al día siguiente. Aquella sonrisa inocente que hace mientras lo dice empieza a molestarme.

— No vuelvas a repetirlo.— Le ordeno. Y él asiente antes de volver a acariciarme la mejilla izquierda.Es la única orden que yo no le quité todavía.No sé porqué.
4

De alguna forma se ha aprendido mi horario. Lo hace todo para verme a gusto, y eso me estresa. Sin embargo, ahora ya no dice lo mucho que me quiere.
Por primera vez él se siente real.
5

Una noche, me preguntó de la nada a quién él se parecía. Yo le respondí que a alguien al que una vez amé. Él me preguntó si dicha persona me quiso también.

— Por supuesto que no.— Respondí.
Y sentí por un momento que él quería decirme "YO sí te quiero" pero por suerte le había quitado esta función.
6

Me volvió a acariciar la mejilla izquierda por la mañana, cuando yo empecé a llorar sin razón aparente.Sentí sus dedos tan fríos en mi piel que hasta temblé.

Manos de metal que intentaban producirme consuelo de alguna forma.
7

Empezó a decirme "gracias" por todo. En un principio yo no le comprendí, pero esta terminó siendo otra forma de decirme "te quiero". Una más aceptable y gentil. Una soportable.
8

El accidente de coche me dejó con graves secuelas. Nadie vino a verme en el hospital a parte de él. Yo le pregunté como me encontró allí. Él me respondió que "Gracias por no morir" y me acarició la mejilla izquierda.Era la parte más magullada de mi rostro, y aún así lo hizo como si fuese hermosa.
— Gracias.— Fue mi respuesta.

— Gracias.— Me dijo él también.
9

— ¿Dirías "te quiero" si yo te lo dejase?— Se me escapó un día.— No.— Ha sido la respuesta de él.— ¿Por qué?— Pregunté.

— Porque aprendí que esto no te hace feliz. — Apuntó a si mismo de forma mecánica.— Él no te quiso, por eso no te gusta.

— Cierto. — Me había dejado sin palabras.— ¿Tu lo haces?— Lo cuestioné.

— Gracias.
— Robot estúpido.— Lo abracé.— Quien debería darte las gracias soy yo.
10

Y lo amé.

Mi adorable Android con manos de metal.

Y él..

Él me amó tambíen.

Historias cortas para perezososWhere stories live. Discover now