Capítulo 3

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Mael miró la pantalla del ordenador durante un largo rato, maldijo interiormente y cogió su móvil. En la pantalla principal, clicó en el acceso rápido del grupo Tres Mosqueteros. Se puso a escribir, pero entonces recordó que Sam y Drew se habían tomado la noche libre. Una de las pocas que habían tenido en el último mes. No iba a aguarles la fiesta.

Borró el mensaje y tiró el teléfono sobre la mesa antes de volver a maldecir. Entonces cogió el portátil y se lo llevó a su casa. Por el camino pensó que podría haber dejado el cacharro en su casa y así tener que evitar el paseo. Se detuvo un momento a mitad del camino a mirar la oscura noche en el bosque y oír el aullido de alguno de los lobos que se habían aventurado al sur. Y pensó que no le venía mal el paseo.Hacía ya mucho desde la última vez que había salido a correr. Su lobo se revolvió dentro de sí, ansioso por ello. Tendría que salir en algún momento y calmar a su animal interior. Sabía bien que tenía que mantenerse estable, sus emociones tendían a afectar de alguna forma que no comprendía a la manada. Nunca dio con el punto de control sobre ello, así que simplemente intentaba ser lo más parecido posible a un témpano de hielo, y de esa forma la manada estaría siempre en calma.

Mael miró al cielo, a la luna llena que lo llamaba a gritos, pero acalló la voz de su interior que le pedía transformarse junto a su manada y se dirigió a su casa.

Las luces estaban encendidas, así que entró y puso el portátil en la mesita de madera maciza dela entrada. A su izquierda un elegante chestlong gris desentonaba con los ventanales que tenía detrás, las paredes, suelo y techos de caoba puros. Delante del sofá, una televisión de pantalla plana de cincuenta y dos pulgadas ocupaba gran parte de la pared.

En el sofá, una mujer, con pantalones cortos vaqueros y una camiseta gris, demasiado grande para ser suya en verdad, estaba tirada junto a un cuenco de palomitas. Por un instante despegó la vista de las imágenes en movimiento del enorme aparato, de forma que los mechones rubios de su cabeza cayeron por sus hombros, sus ojos azules encontraron los de Mael haciendo que los labios de ella le diese una bienvenida a modo de sonrisa.

Mael le devolvió la sonrisa, aunque la de él era forzada. Se acercó, se quitó las deportivas y se tiró al sofá junto a ella.

—¿Qué tal tu día?— Le preguntó ella, volviendo a mirar la televisión, donde un hombre muy blanco, muy delgado y muy apuesto de ojos azules y pelo negro le estaba poniendo o puede que quitando, un colgante a una chica.

—Largo. ¿El tuyo?— Mael metió la mano en el bol y cogió un puñado de palomitas. Acababa de darse cuenta de que no había cenado y se moría de hambre.

—Nada nuevo. Payton se ha peleado con Frankie porque estaba metiéndose con ella. La llamó marimacho y las cosas de siempre.— Mael pensó en decirle que había sido él quien había puesto fin a la pelea, pero estaba demasiado cansado para eso.— Payton le ha pegado una paliza, por lo que me han dicho. Yo estaba con los peques en el centro de enseñanza, así que no llegué a verlo.

En la pantalla, el tipo de ojos azules estaba haciendo una especie de hipnosis a la chica, y por lo visto acababa de declararse y estaba haciendo que ella se olvidase de aquello. Mael pensó que eso era una tontería. Después de todo el valor que requería declararse a alguien y lidiar con tus propios sentimientos, hacerle olvidar. ¿Para que?

—¿Qué vemos?— Preguntó él, pasando el brazo izquierdo por los hombros de ella, trayéndola hacía sí. Necesitaba algo de contacto, por mínimo que fuese, no dejaba de ser el Alpha y esa era una de los requisitos de su lobo. Marcar a los miembros de su manada, aunque solo fuese a los más cercanos a sí, con su olor.

—Ese es Damon, es un vampiro.— Le explicó ella.

—¿Cómo los de verdad?

—Más o menos. Han acertado en algunas cosas, pero la mayoría son cuentos para niños.

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