IV. Un regalo de inframundo

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De regreso en las tierras de Deméter, Hades se colocó nuevamente el casco de invisibilidad y se escabulló en el bosque.  Al asomarse por los límites, entre los arbustos, supo que algo no andaba bien: se oían gritos retumbando por todo el lugar, y las zarzas y demás plantas en el exterior del castillo estaban creciendo descomunalmente. 

Quedó petrificado al ver cómo Kore salía corriendo a toda velocidad del palacio. Ella volteó sólo para completar lo que había comenzado: su hogar ahora era una jaula de zarzas espinosas. Todas las ventanas y puertas estaban bloqueadas y permanecerían así por un tiempo, al menos hasta que ella decidiera quitarlas. Corriendo nuevamente en dirección al bosque, bajo sus pisadas descalzas brotaban de la tierra hiedras venenosas y rosales que se esparcían por todo su alrededor. 

— Creo que esta vez la pelea fue más fuerte de lo normal - pensó Hades, imaginando lo furiosa que debe estar Deméter de no poder salir ni defenderse de la que ella creía aún era su niñita. 

Kore ingresó al bosque hecha una furia, las hermosas flores y árboles verdes que la rodeaban comenzaban a marchitarse, a resecarse y a pudrirse. En su lugar, crecían enormes plantas como  hiedras, zarzas y rosales, con espinas más prominentes y afiladas de lo que debería ser normal.

Las lágrimas de Kore caían por el suelo y marchitaba todo donde caían, como si de ácido se tratase. El desastre que estaba provocando en la botánica del lugar, aminoraba a medida que se adentraba en el bosque. Finalmente, se detuvo en un claro de lo más profundo del lugar, y se arrojó sobre un tronco caído, llorando desconsoladamente. Sabía que su madre no la perdonaría por lo que había hecho y su único remedio sería escapar por algún tiempo, al menos hasta pensar bien las cosas, ordenar sus sentimientos y tomar la fuerza necesaria para imponerse y negarse a su matrimonio arreglado.

Hades observaba la escena desde detrás de un árbol cercano. Admitía en su interior que le resultaba aún más excitante verla enfadada y demostrando la grandeza de sus poderes, pero odiaba verla triste. Un nudo se formó en su garganta y los nervios le erizaron su grisácea piel. Era el momento de actuar. 

— No llores, por favor.... No me gusta verte así... 

Kore dio un respingo levantando su cabeza de entre sus brazos. Otra vez, esa voz. La voz de su cabeza que tanto la había reconfortado días atrás. Miró en todas direcciones y no vio a nadie por allí cerca. Pero se percató de algo nuevo en ese lugar: frente a ella, había crecido un solitario narciso blanco, tan puro como la nieve. Lo miró con detenimiento y sintió que quedó encantada con su belleza. Las gotas de rocío de la madrugada lo hacían brillar más de la cuenta, como si cada gota de agua fuera un diminuto diamante. Lo tomó del suelo y lo olió con delicadeza, dejándose invadir por su dulce aroma, aspiró con una fuerza tal que esperaba que quizá esa bella flor se llevara todas sus penas y la hiciera sentir mejor. 

— ¿Siempre estuviste aquí? ¿Cómo es que una flor tan hermosa no de encuentra tan fácil por aquí? - Kore le habló al narciso como si fuera a responderle, aunque sabía que no lo haría. Kore sonrió finalmente, después de un día tan duro, en ese momento se sentía en paz aunque no comprendía por qué. Su flor favorita, aunque difícil de conseguir, había aparecido de la nada para secar sus lágrimas, por lo que era inevitable para ella sonreír y volver a perder su mirada en un sueño despierto. 

— Es un narciso del inframundo... - dijo otra vez aquella voz. Kore volvió a sobresaltarse y sostuvo el narciso contra su pecho. 

— ¿Quién anda allí? - dijo rápidamente, tratando de disimular sus nervios.  

Miraba en todas direcciones y no veía más que vegetación. ¿Se estaría volviendo loca? Hasta que Hades por fin se quitó el casco. Allí estaba él, el dueño de aquella cálida voz que le hablaba en su mente, de pie frente a ella aunque algo alejado por temor a asustarla. Ahora Kore podía apreciarlo mejor, estando frente a frente. 

Una flor para HadesOnde histórias criam vida. Descubra agora