XIX. Pétalos y espinas

2.9K 194 738
                                    

Kore sintió que sus párpados y mejillas ardían ligeramente ante los rayos del sol, y despertó con pereza. Cuando dejó de restregarse los ojos, se dió cuenta que se encontraba en medio de un enorme prado de flores limitado por un espeso bosque frente a ella. A sus espaldas, a varios metros de distancia, estaba el castillo de su madre.

Sentada entre las flores, sentía que había tenido un sueño eterno. Miró sus manos y su vestido de seda blanco... Todo parecía normal. ¿Por qué estaba allí? ¿Acaso todo lo vivido había sido un sueño? ¿Alguna de todas las memorias vividas en el mundo de las sombras había sucedido en verdad? 

Se sentía extraña. A pesar de no encontrarse en el Inframundo se sentía plenamente feliz, como si nada ni nadie le faltara. Comenzó a caminar en dirección al bosque y un grupo de ninfas, cuyos cabellos ondeaban salvajemente en el viento, al igual que sus largos vestidos decorados con flores, pasaron frente a ella correteando alegremente y la saludaron con amplias sonrisas antes de perderse entre los árboles nuevamente. Ella les devolvió el saludo con una tímida sonrisa. De repente, una enorme cantidad de rosas rojas crecieron a su alrededor a causa de dicha sonrisa.  La diosa recogió una de las rosas del suelo y la olió soñadoramente. Ese aroma tan dulce y salvaje, proveniente de una flor tan hermosa a los ojos como peligrosa para quien no supiera cómo tratarla correctamente. Esa flor sólo le hacían pensar en una persona... En un dios en particular...

— ¡Aquí estás, mi bella flor silvestre! - dijo una voz masculina grave y suave a la vez, mientras la abrazaba por la espalda. 

La piel de Kore se erizó al reconocer dicha voz. Volteó con emoción para encontrarse entre los brazos del rey del Inframundo, aquél que hacía que su corazón se acelerara con apenas la más fugaz de las miradas. Se colgó de su cuello para abrazarlo con todas sus fuerzas.

— ¡Oh, Hades! ¡Me hiciste tanta falta!

— Y tú a mí, cariño. Pero ya pasé por tu hogar y le avisé a tu madre. Ella me dijo que podía encontrarte aquí... ¡No sabes cuánto te extrañé! - Hades hundió su rostro en el cuello de Kore y lo besó con ternura al darle un nuevo abrazo - Odio el tiempo que pasamos separados, pero cuando llega el día en que nos reencontramos, mí corazón desborda de felicidad.

— ¿Qué? - dijo extrañada. ¿Él hablando con su madre? ¿Ella diciéndole dónde encontrar a su hija? ¿Desde cuándo su madre hablaba con él? ¿Estuvo separada de él por mucho  tiempo? Nada de lo que decía Hades en ese momento parecía tener sentido.

— Así es, mi reina. Ya es hora de volver a casa, nuestro reino nos espera... - la voz de Hades se fue dispersando en el aire y sus últimas palabras retumbaron como un eco en cada rincón de la mente de kore. 

La diosa abrió una vez más los ojos para encontrarse recostada sobre unas suaves sábanas negras, junto a un Hades aún inconsciente. 

Había sido un sueño hermoso. Extraño... muy extraño, pero la sensación de felicidad que le había dejado aquél sueño duró unos segundos más hasta que cayó en cuenta que debía volver a la realidad y dejar de fantasear con un mundo en el que Hades y ella serían tan felices, ya que eso parecía poco probable en aquellos momentos.

Cerró una vez más los ojos tratando de volver a aquél encantador sueño, aunque sea por unos minutos más y así escapar de la caótica realidad que los aguardaba.

— Tranquilo, en cuanto le dé el antídoto quizá pueda hacer algo para detener su hemorragia. Esto debería funcionar - dijo Hécate algo dudosa y nerviosa observando una pequeña botella con un líquido viscoso amarillo. Thanatos respiró hondo tratando de calmarse y secándose las lágrimas que no lograban caer de sus ojos. Estaba muy preocupado por perder a su amigo más cercano. 

Una flor para HadesWhere stories live. Discover now