Perseguidas

262 58 3
                                    

–Esto no ha sido natural– murmuró para sí mismo.

Había estado examinando el boquete durante horas, buscando cualquier indicio, cualquier pista.

De nivel 82, estaba cerca de la zona cuando había escuchado lo de aquel agujero, y había acudido a investigar. No había encontrado nada, excepto toneladas de tierra, hasta que se había parado a descansar sobre un árbol cercano. Allí se había dado cuenta de algo.

–Ésta raíz se ha movido. Alguien la ha hecho moverse, y se mete hacia el agujero– dedujo.

Había estado frustrado por no poder participar en la caza de aquella elfa, pues estaba lejos cuando se anunció. Casi se había alegrado al enterarse de que se les había escapado, tanto por tener aún una oportunidad como por que otros no lo consiguieran.

Se había estado rompiendo la cabeza, preguntándose dónde habría podido ir, escuchando todos los rumores e indicios. Pero, o no eran de fiar, o estaban demasiado lejos para llegar a tiempo.

Sin embargo, aquel boquete estaba allí sólo para él. Las noticias tardarían en salir de allí, pues, a pesar de estar de paso por una ciudad cercana, apenas se había enterado por casualidad, escuchando una conversación entre dos elfos que hablaban en voz baja. Parecía evidente que tardaría en propagarse.

–No sé si ella tiene algo que ver, pero eso explicaría por qué nadie la ha encontrado. Si ha quedado enterrada, no hay nada que hacer. Pero si ha salido, ¿dónde habrá ido?– reflexionó.

Es cierto que no tenía ninguna seguridad de que fuera ella. De hecho, había decenas de otros cazarrecompensas examinando otros fenómenos más o menos inusuales, y pensando que la elfa tenía algo que ver. Pero sólo él había tenido la suerte de acertar.

–Si se va a la frontera, la pillarán. No tendré oportunidad. Si está escondida por aquí, será muy difícil encontrarla, todos son elfos. Igual la esconderían. Aunque también sería peligroso para ella. Bastaría un traidor o un desliz para que la descubrieran. Si ha conseguido escapar hasta ahora, no creo que se arriesgue a eso. Entonces, ¿a dónde podría haber ido?

Todas los indicios hacían pensar que se dirigía al reino elfo, en especial que la frontera fuera la más vigilada. Por otra parte, era evidente que sería una temeridad ir a Engenak. Y si iba hacia otras zonas, donde los elfos eran menos comunes, podía ser más fácilmente identificada.

–Supongamos que va a Narzerlak. ¿Cómo llegará? Por la frontera es imposible. ¿Escalando las montañas? Eso no sería nada fácil, y muy peligroso. Espera... Quizás... Había un paso...– siguió hablando consigo mismo.

Empezó a sacar el contenido de su mochila hasta llegar a un viejo mapa. Allí se indicaba la entrada a un antiguo paso bajo las montañas, un paso peligroso si tu nivel no era muy alto, pero que no debía ser ningún problema para él.

–Vale la pena intentarlo– se dijo



Varios días después, había llegado a la entrada de una cueva, y no pudo sino estallar en una carcajada cuando descubrió varias huellas, entre ellas las de una felina.

–Ja, ja, ja. ¡Es el destino! ¡Los dioses están conmigo!

Sin dudar, entró en la cueva, sacando una lámpara mágica que pegó a sus ropas.

Apenas se inmutó cuando se encontró con una tela de araña, recién tejida, y cuya dueña cometió el error de intentar cazar a la presa presuntamente atrapada.

Los ciempiés que le atacaron apenas duraron unos segundos, incapaces de enfrentarse a quien les llevaba casi 30 niveles, quedando atrás sus cuerpos inertes, abandonados por el cazarrecompensas. Aunque tenían cierto valor, no estaba para perder tiempo en ellos, algo que agradecieron otros depredadores.

Ni siquiera se inmutó cuando llegó a una enorme estancia. Su única preocupación era confirmar cuando podía las pisadas que quedaban marcadas en los pequeños cúmulos de tierra, que se encontraban de tanto en tanto sobre el suelo de roca. Una enorme sonrisa se formaba cada vez que las localizaba.

–Estoy cada vez más cerca– se decía.

Pero fue cuando entró en una enorme gruta que casi no pudo contener una carcajada. Había un lago allí y el suelo era arcilloso, por lo que las pisadas de la elfa y la lince eran más que evidentes. Y no parecían muy antiguas.

Desde el boquete, había forzado al máximo su resistencia para llegar hasta allí lo más rápidamente posible, ganándoles terreno día tras día. Y cada vez estaba más cerca. No podía sino relamerse y soñar despierto ante la jugosa recompensa.

Siguió corriendo, siguiendo las pisadas sin detenerse, ignorando que el lago se ampliaba cada vez más. No fue hasta que oyó un gran estruendo que se giró hacia el agua. Apenas un instante después, dos poderosas bolas de fuego chocaron contra la pared, una por delante y otra por detrás de él, aunque a más distancia que con Goldmi.

Tragó saliva al descubrir las dos cabezas del poderoso ser, que lo miraban fijamente.

–¿No eres un visitante, verdad?– preguntó una cabeza.

–No, no, majestuoso ser. No lo soy. No quería molestarle. Me iré enseguida– respondió el cazarrecompensas, aterrado.

–¿Seguro? Más te vale no mentir– quiso asegurarse está.

–¡Seguro!

Fue entonces cuando una sonrisa fría y cruel apareció en cada una de las cabezas, cuyos ojos parecían brillar con anticipación.

–Es bueno que sea así. Lo de la otra ha sido frustrante– dijo la segunda cabeza, en un tono que expresaba una alegría feroz.

El cazarrecompensas sintió un profundo escalofrío ante las palabras y las miradas de aquellas dos cabezas. Sabiendo que estaba en peligro, activó su habilidad para aumentar la velocidad, corriendo en la dirección que indicaban las pisadas.

Sin embargo, la distancia que lo separaba de la salida no sólo parecía inmensa, sino que lo era. Una inesperada ola lo empujó contra la pared de piedra, empapándolo.

Intentó reaccionar, poniéndose en pie y tratando de volver a impulsarse hacia delante, pero una enorme mandíbula se cerró sobre él. La cabeza de la hidra lo alzó, con medio cuerpo fuera que aún parecía resistirse, pataleando.

–¡Eh! ¡Yo también quiero!– protestó la otra cabeza.

Se abalanzó sobre la primera, clavando los dientes sobre la mitad que sobresalía. Ambas estiraron, peleándose por la comida que acabaría llegando al mismo cuerpo, hasta que finalmente su víctima se partió en dos.

Cada una de las cabezas se apresuró a asegurar su porción, a no desperdiciar la sangre que goteaba, a saborear un delicioso manjar al que rara vez tenían acceso, y a ignorar la cruenta escena que habían protagonizado.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaWhere stories live. Discover now