Narra William

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Ya no sabía que esperar por parte de Johanna, intentaba seguir su ritmo, entender sus decisiones apresuradas, sin embargo, sentía que luchaba contra la corriente, con un gigantesco mar que en cualquier momento podría ahogarme.

Algo que me había caracterizado siempre, era la seriedad con la que regía mi vida, eso incluía el trabajo, mis relaciones. Un hombre adulto que sabía lo que quería e iba por ello. No me gustaba perder el tiempo, siempre fui responsable de mis actos y vivía en torno a las consecuencias de los mismos, pero con Johanna todo a mi alrededor cambió, ella era impulsiva, precipitada, y aquello, lograba irritarme por momentos.

Creí que después de aquel encuentro en la oficina el día de la fiesta las cosas tomarían un rumbo más íntimo entre nosotros, la manera en la que se entregó a mí, aquella pasión desbordada mientras la hacía mía me hizo pensar en que sus sentimientos por mi habían cambiado y que nos daría la oportunidad de disfrutar de una relación de pareja. No obstante, no fue así, sino todo lo contrario, se volvió más taciturna. Cada vez que creía dar un paso en el camino a comprenderla, ella daba dos hacia atrás.

Estaba cansado de la situación, por eso decidí aceptar aquel viaje de negocios que me permitiría reflexionar en todo el asunto. No estaba obligado hacerlo. Los últimos viajes los realicé yo, por lo que en esa ocasión la oportunidad recaía sobre mi socia, cuando se trataba de lograr un contrato millonario como aquel, la responsabilidad se dividía a partes iguales, eso incluía los viajes que tendríamos que realizar. Pero esa vez fue distinto, necesitaba alejarme un poco, poner cierta distancia entre Johanna y yo que me diera tiempo para pensar en los próximos pasos que daría entorno a lo que sucedía entre ambos.

Lo que no pensé fue, que firmar aquel contrato me tomaría tanto tiempo.

Dos meses pasaron sin que pudiera ver a Johanna, sin lograr sacarla de mi cabeza ni un solo día. Queriendo romper aquel círculo vicioso del que empezaba a ser esclavo y con mi amiga Patricia diciendo lo terco que era por no querer seguir la dirección de mis sentimientos. Ella denominó aquella actitud como cobardía. Insistía en que no debía darme por vencido y que si de verdad quería que Johanna me quisiera como yo la quería, tenía que luchar, no darme por vencido ante el primer obstáculo. El problema es que aquel no era el primer obstáculo, había logrado superar los anteriores, pero después de aquel rechazo el día de la fiesta, mi orgullo quedó muy lastimado.

A pesar de todo aquel dilema, Patricia logró convencerme, quería demasiado a Johanna como a rendirme sin intentarlo una vez más. Así que cuando logré firmar el contrato, tomé el primer vuelo a casa. Necesitaba verla.

Mi avión aterrizó la primera hora de la mañana en la ciudad, mi chófer pasó a recogerme para llevarme a casa. Allí tomé un baño para luego ir a la oficina donde tenía varias reuniones pendientes antes de salir a buscar a Johanna. Aquellos planes se vieron interrumpidos al recibir una llamada de mi amiga y socia que me informaba de que se encontraba ingresada en el hospital. Mi corazón se saltó un latido al recibir la noticia, no estaba preparado para aquello, el miedo se apoderó de mi cuerpo, y la razón abandonó mi mente en solo segundos.

Salí lo más pronto posible a la dirección que me proporcionó, tenía que llegar al lugar donde se encontraba, tenía que asegurarme de que estaba bien. Le pedí a Cristián que se hiciera cargo de mis pendientes y llegué al hospital en tiempo récord, no iba a sorprenderme si me llegara una multa al día siguiente.

—¡Buenos días! —saludé a la enfermera que se encontraba en recepción—. Estoy buscando a Johanna Villanueva, entró en la mañana por urgencias.

Movió la cabeza en aceptación a lo que dije para luego dirigir su atención al computador que estaba frente a ella.

—Habitación 203 en la segunda planta, a la espera de resultados—informó. No necesité nada más, emprendí mi camino hacia el ascensor con prisa.

Llegué a la habitación indicada intentando hacer el mínimo ruido posible, ella se encontraba recostada en la cama dándome la espalda, caminé hasta allí y al ver que no se movía me acosté a su lado, la envolví en un abrazo buscando transmitirle todo cuanto sentía, alejé el miedo por un instante al no ver nada alarmante en su semblante y hablé en susurros a su oído indicándole que estaba allí, para ella.

Permanecimos en silencio hasta que el doctor entró en la habitación trayendo consigo los resultados de los análisis que le habían realizado, mentiría si dijera que no estaba preocupado, recordé aquellos momentos que viví al lado de mi exesposa cuando padecía a causa del cáncer. El dolor de la pérdida es algo que no le deseaba a nadie, por eso ver a Johanna tendida en una cama de hospital me descontroló de muchas maneras y ninguna de ella era agradable.

Permanecí alerta hasta que el doctor informó la razón de su malestar, sonreí pletórico al escuchar la noticia

¡Estaba embarazada! Embarazada de un hijo mío, porque estaba casi seguro de que lo era.

Pasada la sorpresa iniciar observé a Johanna detenidamente mientras avasallaba al médico a preguntas, con cada una de sus interrogantes un instinto sobreprotector se activaba dentro de mí. Nadie volvería hacerle daño, no importaba lo que tendría que hacer para mantenerla a salvo a ella y a mi hijo, no iba a permitir que volvieran a herirla. Quise poder borrar todos sus miedos, borrar de su mente aquellas memorias caóticas que tanto la atormentaban. Al escucharla cuestionar al medido me hice un poco más consciente de lo que había tenido que pasar y de su negativa a mantener una relación seria conmigo.

Cuando el doctor salió de la habitación indicándonos las medidas que se debían tomar en cuenta para garantizar su salud y la del bebé, decidí enfrentarla, porque, aunque tenía claro que el niño era mío, necesitaba la confirmación de su parte.

Cuando la tuve, abandoné la habitación sin mirar atrás.

Lo primero que hice fue llamar a Tereza para informarle la buena nueva y para pedirle que, por favor, fuera al hospital a hacerle compañía a Johanna, porque más que nunca podía estar sola.

A la segunda persona que llamé fue a Cristián, que después de darle la noticia quiso venir a hacerme compañía, pero me opuse, lo necesitaba centrado en la empresa, necesitaría de su ayuda para poder cuidar de Johanna y de mi hijo.

¡Mi hijo! Es que aún no lo creía.

Hice un par de llamadas más y organicé todo para que al salir del hospital Johanna pudiera instalarse en mi casa sin inconvenientes. 

 

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No te dejaré rendirte (COMPLETA) Editando.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora