Capítulo Once

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Mía despertó en los brazos de Leo, su mente viajó a unas horas antes, justo anoche cuando Leo le dio la respuesta que ella buscaba, una sonrisa cruzó sus labios.

Leo abrió los ojos al sentir las manos de Mía en su rostro, sonrió como ella y le plantó un beso suave.

—Hola. —Pronunció inundada en su propia felicidad.
—Hola. —Respondió Leo y se sonrieron.

Mia deslizó su tacto por el pecho de Leo, acarició los abdominales marcados que había obtenido Leo por su trabajo constante y siguió bajando hasta parar sus dedos en la V marcada.

Acaricio la línea y no se detuvo hasta llegar a su entrepierna, Leo cerró los ojos cuando los dedos de Mía se envolvieron alrededor de su erección y aunque le pareció sorprendente su actitud, le encantó.

Se dejó llevar y pronto Mía se encontraba masturbandolo, Leo gimió perdido en su propio paraíso, las manos de Mía lo elevaban y eran todo lo que necesitaba.

Pero también deseaba estar dentro de ella, así que sostuvó su muñeca deteniéndola, la miró a los ojos y con una sonrisa pícara se subió encima de ella.

Leo la penetró  y Mía separó los labios al sentirlo hundiéndose en su interior, le apretó los músculos y a su vez el comenzó a moverse.

Era su propia celebración.

Su momento íntimo y feliz que no terminaba.






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—¿Quieres realizar más trabajos?. —Pregunto Carlos Carpenter confundido.

Leo asintió con la cabeza.

—¿Tienes problemas de dinero, hijo?. —Esta vez preguntó, no tenía porqué tenerlos, Leo vivía tranquilamente en la hacienda, no le faltaba techo, ni comida.

Y lo que realmente le preocupaba a Carlos era si Leo se había metido en problemas fuera de la hacienda, odiaria saber que el niño que trajo a su hogar se había convertido en un hombre problemático.

Lo que el ignoraba era que Leo no quería el dinero por tener un problema, sino por Mía.

—No se trata de eso. —Le aseguro Leo.

Carlos ya no pensó que podría tratarse de un chico problemático, sino que tal vez quería obtener más compensación para gastarlo en algo que le gustara.

¿Acaso no era suficiente lo que le pagaba?

Carlos se preocupó de haberlo estado explotando.

—Si el dinero no te alcanza solo debes pedírmelo, no es necesario que trabajes más duro de lo que tu cuerpo puede soportar.

Leo no lo pensó, no quería pedirle dinero a Carlos, quería ganárselo con su propio esfuerzo.

Iban a ser sus ahorros y su sudor de su frente para obtener más y así darle una vida quizás no de lujos a Mía, pero al menos un techo c
donde vivir.

Además..¿Con que cara podría irse sabiendo que le pidió dinero para llevarse a su hija con el?

Si lo iba a hacer, al menos quería ganarse esos mismo billetes y de alguna manera sentirse menos culpable por pedir una compensación y luego fugarse con Mía.

Leo apreciaba mucho a Carlos Carpenter y por eso mismo prefería trabajar.

—Podre con eso. —Leo respondió convencido.

Carlos no estaba seguro, pero sabía que Leo era trabajador, el lo había traído a casa para ser compañero de su hija y así mismo vivir con ellos como miembro de su familia, pese a lo que dijera su esposa, pero Leo desde el primer momento quizó empezar a trabajar y Carlos no tuvó otra que dejarlo, por ello decidió darle una remuneración, aunque iba a dárselo así trabajara en la hacienda o no.

—De acuerdo, hijo.

Leo sonrió con la respuesta. —Gracias.

Valoraba su ayuda y todo lo que hizo por el, pero su amor por Mía era mucho más grande.






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Mía sujeto su alcancía y la llevo a su cama, donde la esperaba un pequeño cofre en él que guardaba en billetes sus ahorros de sus alcancías anteriores, a Mía le gustaba usar alcancías desde pequeña y su padre al darse cuenta, decidió comprarle un cofre y cambiar sus monedas por billetes.

Ahora cada vez que  llenaba una alcancía y la rompía , iba con su padre para intercambiar sus monedas por nuevos billetes.

Mia rompió su alcancía nueva y los pedazos de arcilla se regaron en sus frazadas , las esparcio y comenzó a contar las monedas.

Este mes había ahorrado mucho más dinero y sumado a lo que tenía guardado, podría alcanzarle a ella y Leo comprar dos pasajes del ferrocarril, así tomarían un rumbo que los llevaría lejos de la hacienda y del pueblo.

Además de que podrían conseguir un lugar donde quedarse mientras ambos encontraban trabajo.

Mía sonrió observando todos sus ahorros.







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—¿Cuándo nos iremos?. —Le pregunto Mía esa noche a Leo.

Leo suspiro. —Pronto. He empezado a trabajar más horas,  quiero obtener dinero suficiente.

—Hoy rompí mi alcancía, tengo dinero suficiente para dos boletos.

Leo abrió los ojos.

—Iremos al pueblo y luego podemos tomar el ferrocarril. —Continuo Mía.

Leo se incomodó.

—No voy a dejar que gastes tus ahorros.

Mía lo miro. —Se que estamos en una época donde el hombre debe ocuparse de su mujer , pero también estábamos en una donde no es bien visto que nuestra relación exista.

Leo pasó saliva.

—Y mira lo que hicimos . —Le recordó. —Hemos ido en contra de todo por nuestro amor.

Mía negó con la cabeza.

—Así que ahora no me vengas con no querer aceptar mi apoyo por una estúpida tradición.

Leo sonrio y se acomodó junto a ella.

—Tengo ambas manos y piernas, pero aún si no las tuviera, yo quiero trabajar porque lo que haremos no solo será tu decisión, es de los dos.

—Mi amor…

—Y odio quedarme sin hacer nada.

Leo no podía luchar contra las decisiones de Mía, a pesar de haberse criado en un ambiente con normas y decisiones machistas que su propia madre le había implantado, ella había aprendido a elegir su rumbo y de alguna manera los libros de auto descubrimiento que se encontraban en su biblioteca la habían ayudado.

—¿Vas a dejarme apoyarte?. —Preguntó Mía temiendo por la respuesta de Leo.

Nuevamente el respondió algo que la hizo sentir feliz.

—Por supuesto.

Leo había dejado que siguiera sus propios pensamientos y otra vez se afirmaba que había echo bien al escoger a un hombre como el para amar.

Color de PielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora