Capítulo V: Preocupación.

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Sanemi tenía un mal presentimiento, su colega se había quedado muda y había empalidecido, como si le hubieran dado una trágica noticia.

— ¿Qué sucede? — Preguntó el pilar del viento.

— Shinazugawa, necesito que te retires.

— ¿Qué? ¿Qué sucede? — El joven tenía más dudas en su cabeza.

— No discutas. En verdad tengo que...

— ¡Que! — Sanemi interrumpió alzando la voz y levantando el puño haciendo un gesto amenazante.

— ¡Que no discutas! — Shinobu alzó la voz de una forma que nunca había hecho antes, llegando al punto de hacer que Sanemi se estremeciera.

— Esta bien. — Respondió Sanemi resignado.

Shinobu se acercó al joven, apoyándose en el hombro se inclinó hacia delante en puntillas y le dio un beso en la mejilla.

— Gracias por comprender. — Kocho abrió la puerta y dejo al muchacho salir de la finca.

Una vez que Sanemi se retiró, Kocho se dirigió a su consultorio, de un cajón sacó varias hojas y raíces, de entre ellas unas hojas de escopolamina.

De una de sus vidrieras tomó varias probetas, un mechero de bunsen, un tiroide y unas pinzas para crisol, más un mortero.

La joven, que poseía conocimientos farmacéuticos, se puso a trabajar de forma ardua y acelerada, temiendo por lo que le podía ocurrir a su compañera cazadora. <<Ya es tarde, a esta hora puede que ya le haya dado el remedio a Kanroji.>> Pensaba, mientras machacaba las hojas y raíces con el mortero varias gotas de sudor caían de su frente.

El miedo de la joven era justificado, temía que su amiga consumiera esa sustancia y en el peor de los casos Iguro también la tomara, tal vez por la inocencia y ternura de ella no diría nada cuando él estuviera sobre ella, como un lobo sobre un conejo.

***

Ese mismo día más temprano, En un callejón, alejado de la finca mariposa, un aturdido Tomioka Giyu perdía el conocimiento, sintiendo como sus piernas lo traicionaban, haciendo que callera de rodillas sobre la tierra.

El joven comenzaba a ver borroso y el cuerpo lo sentía entumecido, de pronto, unas tersas manos lo sujetaban de los brazos, levantándolo de la tierra, entre parpadeos y antes de desmayarse, el joven pilar del agua vio a tres mujeres que lo tomaban y llevaban hasta un lugar desconocido.

Al mismo tiempo, Obanai había llegado junto con Shinazugawa, habían coincidido en la entrada de la finca, pero tenían propósitos distintos, uno venía a recoger el medicamento para una persona especial y el otro venía para dar sus plegarias a esa mujer que amo y que a su vez no pudo amar.

Cuando Iguro entró a la finca, Shinazugawa ya se le había adelantado, mientras que el peliblanco se dirigía al jardín trasero para buscar a la dueña de la finca, Obanai iba en busca de la medicina.

Mientras Iguro se movía por los pasillos, Shinazugawa entraba por la puerta de atrás con Kocho en brazos.

— ¿Qué le paso? — Preguntó.

— No lo sé. — Exclamó Sanemi preocupado—. Voy a recostarla en su cama.

— Vale. Yo seguiré buscando la medicina, creo que queda demás decir que no puedo preguntarle.

— ¿Por qué no vas al consultorio? — Bufó Sanemi, fastidiado.

— No me digas que hacer. — Respondió Iguro frunciendo el ceño—. Encárgate de Kocho, yo iré al consultorio.

Un ligero empujónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora