CAPÍTULO LXXII: TALENTO

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Adoraba ver a Sam dedicándole tanto tiempo a Olimpia y si, sabía que al fin y al cabo era su deber, pero también sabía que con todo lo que tenía que hacer y estudiar para terminar su especialidad, con la cual aún le quedaban prácticamente dos años para terminar y sacarla, era realmente admirable que lo hiciera.

Adoraba aún más ver como le enseñaba a tocar piano a nuestra pequeña, que en realidad al estar sentada ahí tocando de manera tan consciente para tener tan solo tres años, ya no se veía tan pequeña. Cualquiera diría que tres años era demasiada poca edad para aprender música e incluso yo también llegué a pensar eso, pero de alguna manera Olimpia de verdad se entendía y se conectaba con el instrumento. Asumía que era porque Sam se había encargado de inundarla con la música desde que se encontraba en mi vientre.

—Yo tocaba esto cuando tenía como ocho años... —me habló Sam, al ver que las estaba observando desde la entrada de la sala de música—. Amor, literalmente sabe coordinar sus dedos y de alguna manera su oído está entrenado... —insistió, impresionada por el avance de nuestra hija.

—Si, o sea, a mi igual me sorprende y me encanta que lo haga... —respondí, sin saber qué mas decir y es que realmente era algo que te dejaba sin palabras.

—¿Tú crees que realmente lo hace porque le gusta? —preguntó de pronto, mostrando preocupación.

—¿Por qué más lo haría? —devolví—. Sam, deja de creer que estás presionándola con algo... Tiene tres años, bueno, cerca de los cuatro —dije, tranquilizándola—. A esta edad difícilmente puede decidir que hará algo para hacerte feliz a ti o a mí, lo hace porque simplemente quiere hacerlo... —agregué, tratando de usar la lógica y lo poco y nada que sabía de psicología infantil.

—Tiene mucho talento... —admitió—. Y me da miedo aprovecharlo y que no le guste o desaprovecharlo y que después se lamente de que no le dimos las herramientas... Pero es tan chica todavía...

—Te entiendo —dije—. Y ya sé a donde va todo esto... Quieres buscar a alguien que de verdad le enseñe, ¿cierto? —pregunté, recibiendo un "si" como respuesta—. Mira, la mayoría tiene la concepción de que un niño es feliz cuando juega con otros niños todo el tiempo o cuando juega algún videojuego o, no sé. Pero al final, cada niño va a ser feliz con una cosa distinta... Y tal vez, resulta que Olimpia de verdad adora estar tocando piano o simplemente rodeada de música —analicé—. Lo que podemos hacer es buscar a alguien que la evalúe, le de unas pocas horas de clase por, no sé, una semana o un mes y ver qué tal reacciona... Eso podemos hacerlo —propuse.

—Si, es buena idea —concordó—. Además, ya el otro año va a poder entrar al colegio y va a socializar con más niños —agregó, mas calmada—. Todo se va a dar con el tiempo, al final, lo único importante es que haga lo que en verdad le guste.

—Mami... ¿es paragenio de Mozart? —escuché a Olimpia preguntándole a Samanta sobre la composición que estaba sonando desde el dispositivo de sonido, pronunciando lo más correcto posible. Se preocupaba hasta del más mínimo detalle para tan solo ser una niña.

—Papageno, amor —corrigió con dulzura mi esposa—. Repite conmigo... —propuso, con la niña dispuesta a seguirla—. Papa —dijo— geno —finalizó, logrando que Oli aprendiera. Ahora le gustaba La Flauta Mágica, claro que sí.

Así inició nuestra búsqueda para dar con un profesor que de verdad pueda potenciar el aprendizaje de nuestra pequeña, pero sin que la explotase ni la presionara. Buscamos a alguien que se especializara en niños y que tuviera verdadera experiencia con la música.

¿Arte? Es amarte (LGBT) (LESBIANAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora