CAPÍTULO II: PELEA A MUERTE

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Paul Landers se quitó el suéter de lana y lo amarró alrededor de su cintura. Llevaban poco más de media hora esperando. Flake, que comenzó a desesperarse gracias a la oscuridad y el olor a orines proveniente del callejón, le susurró:

— Oye, Paul. Vámonos. No creo que Nina vaya a salir. Además, tengo un mal presentimiento.

Landers, con una sonrisa en la cara, hizo oídos sordos. Era optimista. Sólo tenían que esperar un poco más y se abalanzaría a Nina Hagen y le pediría un autógrafo, quizá, si la tal Huma decía la verdad, se podrían ir de fiesta con ella. Sintió como Christian le tomaba del brazo y lo sacudía.

— ¿Qué te pasa, idiota? — dijo, empujándolo lejos de él.

— Paul, vuélvete hacia atrás. Disimuladamente — indicó Flake, en voz baja. Tenía los ojos bien abiertos y las gafas se le empañaron. Lorenz se sentía en peligro. Un grupo de hombres había ingresado al callejón. Perdieron de vista a Huma Sierich en un santiamén.

En aquel instante, Paul dio la media vuelta, cruzando miradas con uno de los cabeza rapada. Sus azules ojos fueron directamente al parche de esvástica adherido a la parte izquierda del chaleco que el extraño vestía tan orgulloso.

— ¿Qué hacen, par de maricas? — les preguntó. Su voz y sus gestos eran duros. Tendría unos treinta años, ojos azules pequeños y tatuajes en el rostro.

— No nos llames así — contestó Paul, secamente —. ¿Por qué no te largas, racista de mierda? — apuntó el símbolo que portaba.

Ante estas palabras, la fachada ruda flaqueó unos instantes, y Paul dejó que el momento se calentara en silencio. Mierda, ¿por qué reaccionó así? Se arrepintió en seguida. Eran cuatro sujetos contra ellos dos y Flake ni siquiera sabía pelear, de hecho, él tampoco.

El skinhead les dio la espalda. Entregó su chaleco a uno de sus amigos y, esa pudo ser la oportunidad de Flake y Paul de salir corriendo, pero no lo hicieron. Quizá envalentonados o demasiado asustados.

— Muchos huevos, ¿no creen?

Les enseñó el dedo de en medio.

— Váyanse a la mierda. Nina no tiene por qué ver a la escoria de esta ciudad.

— Vámonos, Otto, éstos no valen la pena. Míralos, los matarás de un golpe — dijo uno de los recién llegados. Otto se les quedó mirando. Aún así, sería divertido romperles la cara. El que habló estaba oculto bajo la penumbra. Entonces añadió:—. Velos, se están meando encima. Vámonos. La música de esa vieja ni siquiera te gusta

La falsa valentía de Paul volvió a tambalearse.

— Así como me ves, si te vengo partiendo el trasero, pendejo.

— Maldita sea, Paul. Cierra la boca — murmuró Flake, aferrándose a su amigo.

— Agárrenlos — ordenó Otto.

Como ya había oído bastante y la oscuridad de la noche les sentaba perfecto, podían molerlos tranquilamente. Sólo iluminaba la tenue luz amarilla del foco sobre la puerta de servicio. Igual, ya pasaba de la medianoche. Dos de sus amigos se adelantaron, sonriendo complacidos, pensando que aquel par pagaría las consecuencias. Antes de que Paul o Flake pudiesen correr, les rodearon.

Landers sintió que sus brazos eran fuertemente agarrados por detrás. Se puso a patalear, en un intento fallido de escapar. Otto, el de la esvástica, estrelló su puño contra la nariz del bajito. Mientras, Flake fue levantado de modo que sus pies no tocaran el suelo. Seguidamente, el agresor principal dedicó su atención al flacucho.

— ¡Suéltalo! ¡Él no te hizo nada! — gritó Paul. La nariz le sangraba a borbotones.

Otto le sonrió con sorna.

— Eres un verdadero tonto del culo. Mira que quedándote callado... — elevó el puño por segunda vez.

El que había abogado por ellos salió corriendo de la escena. No quería problemas. Igual a los otros tres no les importó. Aquel que sostenía a Paul le sacó la billetera, Otto se la arrebató de la mano, extrajo el poco dinero que llevaba dentro y se lo metió en el bolsillo.

— ¡Oigan, oigan, oigan..! — exclamó Huma Sierich que acababa de incorporarse a la escena —. Suéltenlos, malditos cerdos.

Otto se giró hacia la mujer.

— Si cruzas a un burro con un caballo te sale una mula. Supongo que esto te sacas cuando cruzas una avestruz con un payaso — dijo, echando un vistazo a Huma —. ¿Tú también quieres lo tuyo, nena? ¿Sabes? Es gracioso, pero con todo ese maquillaje sí que se me antoja la carne.

Ella le miró impasible. Le escupió las botas y después escupió al hombre a la cara.

Antes de que él le abofeteara, ella adelantó el brazo derecho y relució una botella de cristal. Se la rompió en la cabeza. Otto se desplomó.

Los que detenían a Paul y Flake les liberaron. Ahora su objetivo era la que noqueó a su amigo. Landers cerró el puño y le plantó un golpe en la mandíbula a uno de ellos. A éste le temblaron las rodillas. Aquello no parecía real, pero al mismo tiempo lo era.

— Perra maldita — dijo uno.

Huma se metió la mano por la cintura de la falda y les mostró una navaja.

— Les cortaré las bolas, lo juro.

Flake, sosteniéndose el estómago, pensó que era fenomenal.

Ambos skinheads dieron un paso atrás y corrieron en dirección contraria, abandonando al tal Otto.

Paul se apretó el tabique de la nariz, ignorando el dolor y sonriendo dijo para aminorar la tensión en el ambiente:

— Supongo que no veremos a Nina.

— Les mentí, en realidad no soy su maquillista — confesó la joven y añadió:—. En realidad, intenté hacerme pasar por staff, pero no resultó y no quería quedarme sola por aquí. Soy mujer, así que...

— ¿De dónde sacaste la botella? — quiso saber Flake.

— La compré con tu dinero. Pensé que podríamos beber algo en lo que esperábamos... Pero se fue a la mierda el plan — contestó, mientras le daba un pisotón en la cara al que permanecía en el suelo. Ella también notó el parche.

— Gracias — dijeron Landers y Lorenz al unísono.

— No hay de qué.

Hubo un largo silencio.

— Bueno, ¿todavía quieren esperar a Nina o quieren que les cure esos golpes? — Huma esbozó una sonrisa.

HUMA [ Paul Landers ] Where stories live. Discover now