CAPÍTULO IV: FENÓMENO

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Paul encendió la radio apenas ingresaron a la furgoneta. Comenzó a sacudir suavemente la cabeza, al ritmo de las cancinas palabras de un conductor que hablaba sobre abducciones extraterrestres y mierdas que no podrían ser reales. Flake suspiró con cansancio y la apagó, haciendo renegar a su amigo.

— ¡Oye! — exclamó Paul.

— Ya tengo suficiente de ti. Por favor, te pido, te ruego que me dejes disfrutar del silencio al menos durante el trayecto a la gasolinera — Lorenz le miró con auténtica súplica.

Landers se encogió de hombros, se echó en el asiento del copiloto, cerró los ojos y con una maliciosa sonrisa volvió a encender la radio, pero esta vez elevó el volumen.

— A descansar a la tumba, Christian — contestó Paul.

Ante estas palabras a Flake no le quedó más que aguantarse. Bajó la ventanilla con dificultad, girando la manecilla con ambas manos y asomándose para cruzar miradas con Huma Sierich, la cual les miraba desde la ventana que daba a la calle. Ella movió la mano derecha, en señal de despedida, Lorenz hizo lo mismo.

Dos minutos desde que la camioneta comenzó a andar y Paul ya se había quedado dormido. Antes de darse cuenta llegaron a la gas más cercana. No había más vehículos, muy extraño para una ciudad tan grande e insomne como Berlín.

— Tráeme cigarros y algo de beber— ordenó Paul, acurrucándose y dándole la espalda —. Con tu dinero, luego te lo pago.

Flake rodó los ojos, ignorándole. Recargó la furgoneta y al regresar, se topó cara a cara con su mandón amigo, que ya estaba bien despierto.

— ¿Y mis cigarros?

Christian se le quedó mirando el incipiente bigote.

— No había — contestó, emprendiendo la marcha de nuevo. Sólo había ido a la estación de autoservicio a pagar.

— ¡Imposible! — replicó el rubio.

— ¡Ya cállate y duérmete, maldita sea! — el de las gafas agitó las manos y pegó la frente al volante por un instante—. Tu bocota ya nos ha metido en muchos problemas el día de hoy.

El chico no dijo nada, porque no había qué decir, su amigo con corte de hongo tenía razón.

Se metió en el suéter de lana y dijo:

— La noche fue una mierda, pero las risas no faltaron, ¿eh?

Christian le dio una rápida ojeada, dobló a la derecha y sonrió. Habían perdido un concierto, les habían golpeado, pero conocieron a una chica.

— Bueno, eso sí.

— ¿Y tendrá novio? — Paul bajó la ventana, dejando que la fría brisa de la madrugada le estremeciese.

— Dijo que compraba pastillas anticonceptivas.

— ¿Y?

— Que puede que sí tenga novio. Además, ¿a ti qué te interesa, cochino? Se supone que te gusta la hija del casero.

Paul sonrió con sorna.

— Sólo tengo ojos para Ileana — él asintió inquieto y dio una palmadita en el hombro de su flacucho amigo —. Pero yo no lo preguntaba por mí, sino por ti — se rió al ver el sonrojo de Flake —. Se notó de una que le gustaste, Flaky.

— Ella dijo que no quería enamoramientos y yo lo respeto— hizo una pausa y paró en rojo —. Además, quién sabe si volvamos a verla de nuevo.

Paul inclinó un poco la cabeza y estudió la cara de su amigo.

— ¿Eres tonto? Ahora sabes dónde vive, ¿no puedes pasarte un día por "casualidad"?



Paul le pegó una patada a la puerta y cayó rendido sobre el viejo sofá. Durmió como un bebé, ignorando el dolor en su nariz. No despertó hasta ya bien entrado el mediodía, cuando golpearon la puerta insistentemente. Se quejó mientras se tallaba el rostro con ambas manos.

Abrió, encontrándose frente a frente con Christoph Schneider. Lo examinó con la mirada; aquellos pequeños ojos azules, el cabello alborotado, ese ridículo suéter que parecía haber sido tejido por su abuelita.

— ¿Qué quieres? — preguntó, haciéndose a un lado para dejarlo pasar.

Christoph asintió sin decir nada. Usaba unos shorts de mezclilla que no iban para nada con el frío clima que azotaba a Berlín. Se puso a buscar entre los estantes, algo se le había perdido y no le quería decir qué. Paul se tumbó en el sillón por segunda vez.

— Bueno, tú puedes buscar, mientras yo me dormiré otro rato — dijo, bostezando.

El pelinegro se detuvo y ahora sí habló:

— ¿Has visto mis baquetas nuevas? Creo que las dejé por aquí durante la mudanza — su mirada fue entonces al moratón que se había hecho en la cara de Paul, por debajo del ojo izquierdo —. ¿Qué te pasó?

— Ah. Dejé noqueado a un tipo — alardeó.

— ¿Tú noqueaste a alguien? — Christoph contuvo una carcajada —. Perdón, ¿en serio?

Paul le mostró el dedo de en medio. Hundió el rostro en un cojín. Con dificultad confesó:

— Un skinhead nos golpeó a mí y a Flake y una chica nos salvó rompiéndole una botella de vino en la cabeza.

— ¿Fue antes o después del concierto de Nina?

— Durante. Llegamos tarde — maldito Flake. Sólo era cambiar un neumático.

— ¿Y cómo se llamaba la chica? — Schneider se puso a buscar bajo el sofá.

— Pues Huma, pero, ¿para qué quieres saber?

Christoph alzó la mirada hacia Paul. No sólo encontró sus baquetas, sino que también un par de zapatos nuevos que creyó le habían sido robados en una presentación. Maldito, Landers, debió escondérselos. Entrecerró los ojos mientras tomaba las calzas.

— ¿Escuchaste lo que te dije? Se llama Huma — insistió Paul.

El otro asintió. A su cabeza vino la misteriosa Huma Sierich; mullet casero, delineado al estilo egipcio y su capacidad para maldecir al estilo de un marinero. Toda ella era un personaje, escuchó decir a Richard, su compañero de cuarto.

— Seh. Se llama como una amiga de Reesch.

El rubio sabía de quién hablaba, y por lo poco que lo conocía, el tal Richard no logró impresionarle con sus habilidades en la guitarra. Además, siempre se comportaba como un idiota.

— Ah... Pobre Flake.

— ¿Qué? — Christoph esbozó una divertida sonrisa —. ¿Le gusta?

— No me lo dijo directamente, seguramente le interesa, pero es que ya lleva mucho tiempo sin salir con alguien y quiero demostrarle que consiguiéndole una novia... Soy un buen amigo— le devolvió el gesto a Schneider.

— Pues... — él se rascó la cabeza, indeciso —. Richard me invitó a acompañarlo a una obra de teatro donde, casualmente, Huma va a participar. De hecho, ella lo invitó a él. Es el miércoles.

— Oh. Entonces sí le gusta juntarse con pendejitos — dijo Paul, secamente.

— Pero, ¿y si se trata de otra Huma?

— ¿Parece una mezcla entre avestruz y payaso? — quiso saber Paul.

Schneider le miró confundido, se echó a reír y contestó:

— Seh. Una fenómeno total.

HUMA [ Paul Landers ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora