CAPÍTULO VII: PAUL, ERES ADORABLE

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— Ahora has salvado mi integridad — susurró, fascinado —. Estoy en deuda contigo.

— Quiero una cajetilla de cigarros, así que aceptaré el pago esta vez — le palmeó la espalda, con suavidad.

Flake Lorenz se sacó el suéter de lana al sentir el calor del baile. Se movía de manera tan extraña, que Huma no tardó en unírsele de nuevo. Su cabello yendo a todas direcciones, su imperfecta sonrisa, el polvo blanco resbalándose de sus mejillas gracias al sudor, la manera en que los músculos de sus piernas resaltaban al moverse. Paul la vio como una heroína. Incluso, sintió ganas de llorar, no sabía bien por qué, pero así era.

Una lágrima iba a caer por su mejilla derecha hasta que Richard le habló:

— Huma me dijo cómo se conocieron.

«Eres tontísimo y siempre lo serás»

Ah — contestó, cortante.

— Que mal que no hayan alcanzado a llegar, el concierto estuvo genial.

Paul Landers se giró hacia él y entrecerró los ojos, disgustado. Que mal le caía el tipo, de verdad, estaba a nada de cantarle una pelea a muerte, pero su nariz seguía resentida.

— ¿No tienes mejores cosas qué hacer? Cómo, no sé, ¿irte al... — no pudo terminar la oración, ya que fue jalado por Huma y Flake.

No, no, no, se suponía que debían ser esos dos nada más. Nada de tríos, nada de cuartetos, ni quintetos y mucho menos sextetos. Le sujetaron de las manos, comenzando a dar vueltas.

— ¡Tres es multitud! — exclamó el rubio teñido —. ¡Mul-ti-tud!

— ¡Cierra la boca! — respondió Huma.

Tras varias vueltas, se marearon tanto que cayeron al suelo. Que bueno que ninguno había comido, porque sino, estarían devolviendo el estómago. Paul miró a sus amigos. Había dos Christian y dos Huma y dos Christoph de piernas espectaculares y dos Oliver gigantes. También había dos Till y, desafortunadamente, dos Richard. Gracias a todo lo bueno, la ilusión óptica desapareció.

— Ocupo algo de aire fresco — mencionó Lorenz, gateando rumbo la salida.

— Te acompaño — segundó Sierich mientras se levantaba.

Otra vez, desde abajo, Paul pudo verla altísima, pero también pudo ver un tatuaje asomándose desde su muslo derecho, un nombre: Eka.

— ¿Vienes? — le preguntó Flake, casi llegando a la puerta.

— Necesitan soledad, Flaky — contestó, sonriente.

Esperó a que salieran para ponerse en pie. Christoph se apresuró hacia él. Tenía las mejillas rojas y una boba sonrisa, le tocó el hombro y le susurró:

— Crecen tan rápido.

— Míralo, todo un adulto ya — apuntó al de anteojos que salió de la casa —. Bueno, qué quieres.

— ¿Tienes dinero? — preguntó, metiéndole la mano en el bolsillo delantero derecho de los pantalones.

Paul le tomó de la muñeca, impidiéndole seguir hurgando. Ladeó el rostro en su dirección y muy serio dijo:

— Para, Schneider, que me excitas.

Éste se quedó mudo por varios segundos, luego frunció el ceño, sacando la mano.

— ¡Necesito dinero, amigo!

— ¿Para qué? — quiso saber Landers.

— Gasolina. Con Oliver y unos chicos planeamos robarnos la camioneta de Richard por un rato. Por favor.

HUMA [ Paul Landers ] Where stories live. Discover now