CAPITULO 8

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Genoveva se paseaba por la habitación como una tigresa enjaulada. ¿Qué demonios había ocurrido? Algo había pasado para que Camino huyese como si hubiese visto un fantasma. Le habría gustado no haberse quedado paralizada, haber salido corriendo detrás de ella y haber conseguido sonsacarle qué la había puesto así. Pero el decoro y el deber la habían llamado al orden. Y aquí estaba, de vuelta en el hospital, sin saber muy bien qué la ataba allí ya. Por supuesto, seguía siendo la esposa de Felipe y cualquier decisión médica que hubiese que tomar dependía de ella. Pero estaba tentada de salir corriendo y dejarle a su suerte. A fin de cuentas, ¿qué había devuelto él a todo el amor que ella le había profesado? Nada. La había engañado, la había ridiculizado casándose con ella mientras amaba a una fulana negra que ni muerta había dejado de suponer un obstáculo entre los dos. ¿Por qué había tenido que fijarse en el abogado? ¿Por qué se había empeñado en conseguir que la amase? Maldita la hora... Pero prefería no pensar en ello. Prefería no pensar en todo lo malo que había hecho desde que había llegado a Acacias como la mujer de Samuel Alday. Al pensar en el que siempre había considerado el amor de su vida, las lágrimas asomaron a su rostro de nuevo. Pero ni siquiera eso le respetaba la vida. No había llegado a cruzar su mejilla una pequeña gota salada, que la presencia de Liberto entrando por la puerta la obligó a volverse y limpiarse discretamente la cara.

-Liberto – consiguió articular-. No le esperaba tan pronto.

-¿Tan pronto? Han pasado algunas horas. ¿Aún no ha venido nadie a decirle algo?

-No. Nadie. Pero si le soy sincera no sé si eso es bueno o malo.

-¿Qué le dijeron exactamente cuándo se lo llevaron?

-Fueron bastante parcos. Tenían que hacer más pruebas y otros médicos estaban interesados en revisarle tras el coma.

-Espero que no lo utilicen como un simple conejillo de indias.

-Buenas noches - el doctor entró en la habitación sujetando una carpeta con cara de resignación.

-Doctor, ¿cómo se encuentra mi marido?

-¿Tiene algún diagnóstico ya sobre Felipe?

-Sí, le hemos realizado una serie completa y exhaustiva de pruebas neurológicas y los resultados son bastante concluyentes.

-Sea concreto, doctor – Genoveva no pudo evitar estrujarse las manos, con nerviosismo-. ¿Qué le pasa a Felipe?

-Tras haber superado el estado de coma, las constantes vitales de Don Felipe Álvarez Hermoso han vuelto a la normalidad de manera casi milagrosa.

-Eso es bueno, ¿no? – la voz de Genoveva sonó ligeramente esperanzada.

-Aunque el edema causado por el golpe ha remitido, hemos acusado unas graves secuelas más que significativas.

-¿A qué se refiere? – Liberto comenzó a entender lo que el médico quería decirles.

-Todos los médicos coincidimos en que el fuerte traumatismo craneoencefálico le ha ocasionado una severa pérdida de memoria.

-Por eso no se acordaba de mi nombre.

-Es algo más complicado que un simple olvido de un nombre. Su marido padece lo que los neurólogos denominan amnesia.

-Amnesia, no sé... - Genoveva odiaba los términos médicos, prefería que le dijesen las cosas con claridad-. No...

-Sí, algo he leído sobre ello – Liberto salió al rescate para explicárselo, algo que Genoveva, pese a la tirria que le tenía al metomentodo, le agradeció profundamente-. Son lagunas en la memoria que pueden abarcar de minutos a décadas en la vida de las personas.

-Así es. En el caso de Don Felipe, él es consciente de su identidad, de su profesión, e incluso de ciertas etapas de su pasado. En cambio, carece por completo de ciertos recuerdos que han sido olvidados.

-Doctor, perdone que le interrumpa – a Genoveva comenzaba a faltarle el aire por las implicaciones que todo esto podía tener-. ¿Puede concretar de cuándo data el último recuerdo de mi esposo?

-Es difícil saberlo con certeza, pero por lo que hemos observado en la evaluación, parece que los recuerdos de Don Felipe se remontan a más de una década atrás.

-¿Diez años?

-Es mucho tiempo, sí – Liberto la miraba preocupado.

-Es una estimación aproximada en base a las preguntas que le hemos hecho.

-¿Me está usted diciendo que es posible que no recuerde que yo soy su esposa?

-Es una posibilidad.

-Dios mío... ¿Cómo no va a recordar nuestra relación? Eso... - de pronto un sinfín de posibilidades estalló ante ella, no recordaría sus discusiones, la pérdida de su hijo, su matrimonio, a Marcia, podrían empezar de cero... O tal vez podría ser libre, libre para huir de lo que sentía por él, de ese amor enfermizo que le había hecho cometer tantas locuras-. Eso sería... Terrible.

-Ya le digo que no puedo aventurarle el alcance real de su pérdida de memoria. Se trata de algo meramente estimativo.

-¿Y qué posibilidades hay de que pueda recuperar esos recuerdos perdidos? – se interesó Liberto ante el repentino mutismo de Genoveva.

-Existen técnicas experimentales con las que se está empezando a trabajar, enfocadas a la recuperación de la memoria. Si ustedes dan el visto bueno, alguno de nuestros especialistas podría empezar a trabajar con ellas.

-Pero según usted ninguna puede garantizar el éxito de las mismas – Liberto seguía observando a Genoveva, que parecía no poder reaccionar.

-Sí, así es. Lo siento.

El doctor salió por la puerta de la habitación y los dejó solos. Liberto permaneció algún tiempo en silencio, dando vueltas a sus propios pensamientos, pero más preocupado por la expresión vacía que se había instalado en el rostro de la esposa de su amigo. ¿Qué le estaría pasando por la cabeza a esa mujer? Era imposible adivinarlo. Le constaba que amaba a Felipe. De lo contrario, no estaría ahí, preocupándose por él. La había visto alegrarse cuando su marido había despertado y ahora su preocupación era palpable. Pero había algo en su actitud, en su silencio, que le ponía los pelos de punta. Aprovechó su confusión para disculparse con ella y despedirse con la excusa de volver con Rosina a tiempo para la cena. Por su parte, lo único que Genoveva era capaz de plantearse, era cuánto quería realmente a ese hombre. Y si estaba dispuesta a tener la paciencia necesaria para construir una relación de nuevo con él sabiendo que quizás los recuerdos reapareciesen para destruir su felicidad más tarde. O si podría aprovechar para dejarle libre y empezar a olvidarle. En los últimos días, había comenzado a sentir algo diferente. Tenía que admitir que nunca había deseado tanto estar cerca de alguien, tocar o besar a alguien, como deseaba a esa joven camarera de restaurante. Había sido la única capaz de hacer que olvidase a Felipe. Pero también sabía que, aunque eliminase de su vida al abogado, había demasiados problemas que solucionar. Y Camino era una mujer... Y... ¿Podía la vida reírse más de ella? Posiblemente no. Golpeó con frustración la mesa auxiliar de la cama y salió como una exhalación por la puerta de camino a su casa. Necesitaba alejarse del hospital, de Felipe, de su vida. Necesitaba a Camino.

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