CAPÍTULO 14

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Genoveva intentaba respirar entre jadeos. El sudor resbalaba por su piel con profusión, nunca se había sentido así, sin aire, tan llena, tan desbocada... Un mechón de cabello le cayó sobre el rostro y enseguida la mano de Camino lo retiró en una caricia. ¿Cómo tenía la capacidad para estar pendiente de todo? Ella apenas podía centrarse en la sensación que la piel de la muchacha le causaba sobre la suya. Se abandonaba a la cadencia que ella le marcaba sin ninguna duda, sabiendo que la guiaría al más alto de los placeres, como cada vez que se amaban, cada noche, cuando una escapaba de todo para refugiarse entre los brazos de la otra. El mundo dejaba de existir cuando ambas estallaban entre gritos de gozo. Aunque lo más satisfactorio era el momento de después, el instante en que, sin fuerzas, casi sin aliento, se abrazaban y se besaban hasta quedarse dormidas abrazadas. Genoveva sintió cómo la sobrevenía el éxtasis y clavó las uñas en la espalda de Camino sin poder resistirse. Apenas fue consciente del temblor de la muchacha entre sus brazos que la avisaba de que llegaría a la cima del placer casi al mismo tiempo que ella. Unieron aún más sus cuerpos, resbalando en el sudor conjunto que una noche entera de pasión había dejado en sus pieles. El suspiro huyó de sus labios sin que fuese consciente de ello hasta que notó la rigidez del cuerpo de su amante unido al suyo. ¿Qué había dicho?

-¿Qué has dicho? – Camino jadeaba, sin aliento-. ¿Has dicho...?

-No me hagas caso – Genoveva también se tensó, consciente de que podría asustar a la muchacha con sus palabras-. Ha sido el fragor del momento.

-Genoveva – el cosquilleo en su oído provocado por el aliento de Camino la hizo suspirar de nuevo, pero esta vez sin palabras-. Di lo que tengas que decir, por favor.

-¿Qué pretendes que te diga, Camino? ¿De verdad tengo que explicarte que no puedo pensar en nada más que en ti? ¿Tengo que contarte que nunca pensé que podría llegar a sentir nada tan intenso por alguien, mucho menos por una mujer? ¿Me obligarás a repetir que creo que me estoy enamorando de ti, que te quiero?

El silencio se instaló entre las dos. Camino no se movió, pero Genoveva comenzó a sentirse incómoda y acabó soltando a la muchacha para alejarse de ella. ¿Cómo podía haber sido tan incauta? Sabía perfectamente que su amante seguía enamorada de la pintora. Desde que habían empezado a compartir sus noches, ninguna de las dos había hablado de sentimientos. Estaban bien como estaban. Sabía perfectamente que un par de meses no borrarían los sentimientos de Camino hacia Maite. Probablemente esos sentimientos jamás desaparecerían. Si algún día a la parisina se le ocurría volver a pisar Acacias, no dudaba de que la muchacha se olvidaría de ella tan rápidamente como había comenzado su relación. Pero saberlo no significaba aceptarlo, o que le gustase lo más mínimo. Porque en el fondo, Genoveva sabía que sí, que se había enamorado; que no había sentido algo tan intenso por nadie desde la muerte de Samuel; que, si en algún momento de su vida podía plantearse volver a ser feliz, sabía que sólo podría ser con Camino a su lado. Pero ella no opinaba igual. Ella se iría a París si tuviese la oportunidad. Sólo era su consuelo, su pasatiempo, la mejor opción por el momento. Hasta que el amor de su vida regresase. Hasta que Maite volviese y le robase su atención.

-Genoveva – se negó a mirarla, aunque el tono de voz fue dulce y suplicante-. Ven, por favor.

Pero Genoveva se alejó todavía más y se acercó a la ventana, por donde se filtraba la luz de la luna llena que iluminó la mitad de su rostro. Justo el lado donde una lágrima había decidido escapar a su control. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué no podía evitar ser tan sentimental con Camino? La muchacha se levantó al ver el reflejo de la luz plateada sobre la pequeña gota que surcaba su rostro.

-No, no, por favor, Genoveva. No llores – intentó abrazarla, pero la mujer se volvió y le puso la mano en el pecho desnudo, aún ligeramente húmedo del sudor de ambas-. Espera...

-No voy a compadecerme de mí misma. Me pediste que repitiese lo que había dicho y lo he hecho. Sé dónde me estaba metiendo cuando ambas empezamos esta... aventura. Y no me arrepiento de nada. Lo que yo sienta o deje de sentir, no es asunto tuyo, Camino. Tú puedes seguir amando a tu pintora sin sentirte culpable por mí.

-Pero...

-Basta, Camino. Basta, por favor... Sabía desde el principio que esto sólo era un desahogo para ti, que sólo necesitabas un hombro en el que llorar.

-Pero es que no es así...

-¿Ah, no? – Genoveva la soltó, la esquivó y se recostó de nuevo en la cama; su serenidad, su belleza y su templanza dejaron sin aliento a Camino-. Tú corazón no es tuyo, Camino. Lo envías con cada carta que diriges a París.

-Hace meses que dejé de escribir a París, Genoveva.

-¿Qué? – se incorporó sobresaltada, no podía creer lo que acababa de escuchar-. ¿Ya no escribes a París?

-Quizás tenía que habértelo dicho antes... En su última carta, Maite hablaba muy exaltadamente de una compañera artista de París. Sophie... En un arranque de celos, acabé por destrozar el papel de tanto leerlo con rabia – Camino se sentó al borde de la cama y Genoveva no dudó en rodearla con sus piernas y sus brazos para acunarla desde la espalda-. Y entonces sucedió esto contigo... No sabía cómo contarle todo lo que había ocurrido. El desliz de Anabel con el secreto de mi marido, la marcha de Ildefonso, esto entre tú y yo... ¿Qué podía escribirle? Y las dudas me llevaron días. Los días se convirtieron en semanas... Y de pronto me encontré deseando más acabar la jornada para encontrarme entre tus brazos que recibiendo otra carta suya. Porque eso es lo único que conseguiré de ella, Genoveva. Cartas. Ahora que la pena se ha ido, sólo me queda la rabia de ver cómo me dejó sola a mi suerte. Ante un matrimonio infeliz. Un matrimonio que ella me recomendó aceptar. Me pidió que hiciese todo lo que mi madre dispusiese... Y yo le hice caso. Acaté – Genoveva estrechó el abrazo y Camino lo disfrutó, dejó caer su cabeza hacia atrás sobre el hombro de su amante-. No te voy a negar que cuando llegó su primera carta, fui la mujer más feliz del mundo. Quizás también con la segunda y la tercera. Pero entonces habló de Sophie y me sentí... Abandonada. Y ese sentimiento es algo que sólo se ha mitigado contigo.

-Me alegro de que lo... lo nuestro te haya hecho sentir mejor.

-Si no hubiese sido por ti, con todo lo que me estaba pasando, me habría vuelto loca. No faltaré a la verdad. No voy a decirte que te amo. No voy a mentirte en ningún momento. Ni siquiera te diré que me he olvidado de Maite, porque no es así. Pero tú no eres sólo un desahogo, Genoveva – se incorporó y se giró para clavar sus ojos de tierra en el verde azulado, como un cabo que se adentra en el mar-. Tú eres quien se esfuerza cada día por recomponer los pedazos de mi corazón roto. Y lo siento, porque sin duda acabarás cortándote con alguno de ellos. Pero no puedo dejarte ir. No puedo evitar dejarme llevar y olvidarme de todo entre tus brazos.

-No lo evites, Camino. Por favor, no lo evites. No me importa si me quieres o no. Con poder disfrutar de esto, sea lo que sea, contigo, es más que suficiente. ¿Me permitirás quererte?

-¿Puedo impedírtelo?

-No. Supongo que no puedes – Genoveva sonrió, tomó la barbilla de Camino entre sus manos y tras una dulce caricia, se abalanzó sobre sus labios con una pasión renovada, deseando volver a hacerla gemir su nombre.

Vidas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora