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Debido a la llegada a las 1000 visualizaciones, a @CriCri09 y a mí se nos ha ocurrido la idea de publicar un capítulo extra como agradecimiento a toda la gente que está confiando en nosotras para seguir esta historia. Así que permitidnos una miradita al pasado que espero que os guste. Mil gracias por leer, por compartir, por comentar y por ayudarme a querer seguir adelante con esta historia.

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Permaneció sentada en la penumbra mientras los últimos restos de luz de la tarde se perdían por la ventana del salón. La carta seguía sobre la mesa. No quería volver a releerla. No quería volver a saber de Sophie. El problema era que, después de esa última misiva, no había sido capaz de volver a pensar en Maite sin sentir la horrorosa sensación de abandono que había nacido con su despedida en aquel puente. Y el círculo se cerraba ahí. No quería seguir sufriendo. Las promesas que ahora le hacía desde París le sonaban vacías, carentes de ningún sentido. Sobre todo, cuando se dedicaba a hablarle de otra mujer. No había sido capaz de contestarle. No había podido contarle el desastre de Anabel en la fiesta, la marcha de Ildefonso al frente, su amistad con Genoveva... Genoveva. ¿Quién le iba a decir que las cosas entre ellas acabarían siendo cómo eran? A veces recordaba la primera vez que habían hablado y una sonrisa permanente se dibujaba en su rostro. Bueno... Hablar, hablar... Había hablado Genoveva. Ella no podía por aquel entonces. Inconscientemente, se llevó de nuevo la mano a la mejilla y recordó una vez más toda la escena.

Estaba sentada en un banco, frente al Nuevo Siglo XX. En sus manos, el lápiz se movía rápido, de manera precisa, dibujando cada línea con cierta timidez, pero también con seguridad. Estaba tan concentrada, que no fue consciente de la mirada que se centraba en su trabajo desde su espalda. Genoveva sonreía ante la visión del talento de la muchacha en funcionamiento. Decidió acercarse a ella para poder ver mejor su arte y bordeó el banco hasta situarse a su lado. Camino escuchó de pronto el ruido de las piedrecillas del suelo crujiendo, notó el roce de la falda de la mujer en su brazo y pegó un salto, dejando caer la libreta al suelo.

-¡Perdona! Te he asustado, no era mi intención.

Genoveva se agachó a recoger el bloc de dibujo y se sentó junto a Camino, que seguía mirándola con recelo.

-Es precioso - el boceto del restaurante llamó poderosamente la atención de la mujer, que lo observaba maravillada y sin perder la sonrisa-. ¿Puedo mirar?

Camino asintió despacio, no se atrevía a levantar la mirada y centrarla en los ojos verdes que la intimidaban. Le parecía una mujer tan hermosa que cortaba el aliento. Todo el barrio lo decía. Tenían razón. Genoveva comenzó a pasar las páginas de la libreta. Se detuvo brevemente en el dibujo del puente, qué irónico, el mismo en que Maite se había despedido de ella años más tarde. Continuó sin parar por la iglesia de Valdeza y se detuvo en el retrato de Emilio.

-Tienes un verdadero don.

Camino agachó la cabeza más todavía, cohibida. Le habría gustado dar las gracias, pero sabía que por mucho que lo intentase su voz no saldría. Genoveva pasó la página otra vez y el rostro de Felicia, su mejor trabajo hasta la fecha, apareció sobre el papel. La mujer sonrió, miró a Camino y de una manera que le puso los pelos de punta, le hizo una propuesta.

-A ver si algún día me haces a mí un retrato - Genoveva se rió, Camino por fin pudo mirarla a la cara y le respondió con una tierna sonrisa-. Yo soy buena posando, ¿eh? Una vez un pintor me retrató. Aunque mejor que nadie de este barrio sepa cómo.

Camino se planteó durante un instante ese cómo y las risas y el gesto de Genoveva le confirmaron la indecencia de la insinuación. Ambas se echaron a reír juntas. Genoveva echó un último vistazo al retrato y cerró la libreta. Centró su mirada en la muchacha, que había dejado de sonreír y volvía a rehuir su mirada, cohibida de nuevo.

-Menudo susto te has dado antes.

Camino la miró a los ojos, lo pensó un instante y asintió apartando la vista. Pero el silencio de Genoveva la hizo volver a mirarla. Y no fue hasta ese momento en que la mujer continuó preguntando. O más bien afirmando.

-Eso es que algo te sobresalta.

Camino volvió a apartar la vista de manera intermitente mientras continuaba asintiendo. Era fácil responder a esa sonriente y hermosa mujer que parecía tan preocupada por ella.

-Me encantaría que me contaras el qué.

Una sensación entre miedo, angustia y decepción invadió a Camino. Tenía la mejor excusa del mundo, aunque en parte le apetecía poder hablar con ella, sincerarse, dejarse consolar... Pero sólo pudo señalarse la garganta, hacer gestos con la mano como si fuera una boca, abriéndose y cerrándose, y negar con la cabeza: no podía hablar.

-Anda qué lista, pero puedes escribir.

Genoveva se rio de nuevo y Camino bajó la cabeza complacida. El sonido de su risa era maravilloso.

-Supongo que no quieres contarlo.

La sonrisa se borró del rostro de la muchacha y negó con la cabeza. Comenzó a morderse el interior de los labios, nerviosa.

-Todos tenemos secretos que no queremos contarle a nadie. Pero a veces es bueno hacerlo - Camino levantó la vista y volvió a perderse en las esmeraldas que Genoveva tenía en la mirada-. Yo ahora le cuento todo a mi esposo. Bueno... Todo no. Hay algunas cosas que ni a él me atrevo a decirle. Las cosas que me sobresaltan.

Genoveva finalizó su discurso con una sonrisa brillante. Cuando Camino se la devolvió, no pudo evitar morderse ligeramente el labio inferior. Miró la libreta de bocetos que aún descansaba entre sus manos y tomó una determinación.

-Sé que no nos conocemos mucho y entiendo que todavía no tengas confianza, pero si algún día lo necesitas, podemos hablar de eso que tanto miedo te da - ahora Camino ya no podía apartar la mirada de sus ojos, sólo la desvió un instante para pensar en su propuesta-. Yo no voy a contarlo. ¿De acuerdo?

A la muchacha le resultó imposible no contagiarse con esa sonrisa. Afirmó con la cabeza y apartó la vista azorada por la felicidad que encontró en el rostro de Genoveva ante su respuesta que, además, volvió a morder esos preciosos labios.

-Aquí tienes - Camino recogió la libreta de manos de la increíble mujer que la había hecho sentirse tan bien, aunque volvía a costarle mirarla-. Y acuérdate de que quiero que me hagas ese retrato.

Movió de nuevo la cabeza arriba y abajo como única respuesta. Se moría de ganas de dibujar a Genoveva, en realidad. Y cuando menos lo esperaba, la mujer se inclinó y depositó sobre su mejilla un sonoro beso que la hizo sonrojar. Permaneció clavada en el banco viendo cómo la mujer de Samuel Alday se reunía con él en la plaza. Camino se llevó la mano a la mejilla sin saber muy bien cómo sentirse. Pero la inmovilidad no le duró mucho rato. Enseguida sintió la necesidad acuciante de dibujar. Abrió la libreta en una página en blanco y comenzó a mover el lápiz mientras seguía con la mirada a los Alday. La dibujaría a ella.

La intensidad de sus propios recuerdos la sorprendió. La amistad con Genoveva no había durado demasiado. Ella la había apartado de su lado. En su momento, no había entendido por qué le había dolido tanto. Pero tras todo lo que había pasado con Maite... ¿Era posible que ya entonces estuviese enamorándose de la dulzura que Genoveva mostraba con ella? ¿Era posible que esos sentimientos estuviesen aflorando de nuevo ahora que las dos habían vuelto a acercarse? ¿Y Genoveva? ¿Qué sentía ella? De pronto, surgió una imperiosa necesidad con tanta intensidad que se quedó sin aire en los pulmones. Se levantó y empezó a remover entre los cajones del aparador. Encontró la vieja libreta de bocetos junto con un lápiz. Los cogió y tomó asiento en la mesa del comedor. Sin ser consciente de que era la primera vez en mucho tiempo que lo hacía, comenzó de nuevo a dibujar, encajando las líneas necesarias para formar con ellas el rosto de Genoveva.

Vidas cruzadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora