CAPÍTULO 13

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Cuando entró en la habitación del hospital y la encontró vacía, una mala sensación se instaló en su pecho. Llevaba dos días sin visitar a su marido. Ahora se sentía culpable al no saber qué había ocurrido con él. Se acercó a la puerta de nuevo y llamó la atención de una enfermera que pasaba por el pasillo.

-Disculpe, ¿qué ha ocurrido con el hombre que ocupaba esta habitación?

-Le han dado el alta.

-¿El alta?

-Sí, si quiere puedo avisar al médico para que venga a hablar con usted. Yo no dispongo de más información.

-Si me hace el favor, le estaría agradecida.

-Ahora mismo le digo que venga. Espere aquí.

Se paseó por la habitación como una tigresa enjaulada. ¿Qué significaba que le hubiesen dado el alta? ¿Había recuperado la memoria? ¿Seguiría adelante con sus planes para conseguir condenarla? Un escalofrío recorrió su columna. No, ahora no. Ahora que había encontrado a Camino, ahora que parecía que se le permitía un poco de felicidad en la vida... Soltó un grito de frustración y golpeó la cama con el puño con fuerza. ¿Es que estaba maldita? ¿Nada podía salirle bien?

-¿Señora Salmerón?

-Sí – se volvió de golpe e intentó recomponerse al encontrar al médico ante ella-. Doctor, ¿qué ha ocurrido con mi marido?

-Pues verá, las últimas pruebas demostraban que Don Felipe, a pesar de su pérdida de memoria, estaba totalmente capacitado para cuidar de sí mismo, así que ha solicitado firmar el alta voluntaria.

-¿Pero entonces no ha recuperado la memoria?

-No. Seguía sin poder recordar los últimos diez años de su vida.

-Bueno. Al menos...

-¿Al menos?

-No me haga caso, doctor. Muchas gracias por la información. ¿Sabe a dónde ha podido ir Felipe?

-Su amigo don Liberto lo acompañó cuando salió del hospital. Puede dirigirse a él en busca de más información.

-Muchas gracias, doctor. Vaya con dios.

-Con dios, señora Salmerón.

Salió del hospital todavía confusa. Sus pasos, inconscientemente, la llevaron de vuelta al barrio, pero no porque tuviese prisa por ir a hablar con Liberto para saber qué había ocurrido con Felipe. Cuando fue consciente de ello, estaba delante del Nuevo Siglo XX y no podía dejar de sonreír tras adivinar la figura de Camino tras el cristal de la puerta de entrada. Desde aquella primera noche que habían compartido juntas, se sentía más unida a ella de lo que había sentido nunca por nadie más. Si hacía unos años le hubiesen dicho que el amor era esto, se habría reído a carcajadas. Pero ahora que lo estaba sintiendo, no podía más que dejarse llevar por esa sensación. Se moría por ver en el rostro de la muchacha una sonrisa. Y hacía lo posible por conseguirlo a cada momento. Al día siguiente, después de despedirse con un último beso tras la puerta del principal, le había hecho llegar un ramo de rosas al restaurante, mientras trabajaba. Lo único que ponía en la nota era gracias. Sabía que Felicia, avispada y curiosa, la leería y la achacaría al desgraciado de su marido, que desde el frente intentaba congraciarse con Camino por si en algún momento conseguía regresar. Pero la sonrisa de la chiquilla le había indicado que sabía perfectamente de quién venían. También la mirada y el guiño indiscreto que le dedicó al verla sentada en la terraza la llenaron de satisfacción. No veía la hora de volver a verla en privado, de volver a desenvolver su piel y recorrerla con las manos, con los labios, con la lengua... La necesidad por ella crecía cuanto más tiempo pasaban separadas. Pero sabía que debían ser prudentes. La pobre Camino no podía permitirse un nuevo escándalo en el barrio relacionado con otra mujer. Aunque seguramente con su reputación, pocos dudarían de que Genoveva Salmerón fuese la mujer que bebía los vientos por la chiquilla más guapa del barrio.

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