Dewandenäpö

3

El tercer día comienza igual de horrible que el segundo y Draco quiere que uno de los tigres alados se lo coma, sólo para renunciar a ese trabajo. Potter anda de un lado al otro antes de las cinco de la mañana, el ruido que hace lo despierta; nunca lo había odiado tanto, como cuando anda con el cabello todavía húmedo y se queda un momento frente a su armario, buscando una camiseta.

Por si fuera poco, el tigre alado de los chicos había entrado a su habitación la tarde anterior, cuando Axier fue a avisarles que servirían la cena, y se llevó su varita en la boca. Aún desconocían el paradero de la misma, pero los muchachos juraron encontrarla antes de que tuviese que ir a trabajar en las pirámides.

Una de las misiones más difíciles de su vida se le presentaba entonces.

Había que tender la cama.

Sin magia.

Draco se esforzó. Lo intentó, lloriqueó, lo retiró y volvió a poner, se estiró sobre la cama, batalló, probó diferentes métodos. No importaba qué hiciese; no podía conseguir que la cuarta esquina llegase a donde debía.

Mientras se producía una de las mayores luchas de su existencia, Potter lo miraba desde la otra cama, tachando unas opciones para lo que fuese que haría como asistente esa mañana.

—¡Esto es imposible!

Lo peor no era sólo el haberse agotado sin lograr su objetivo, sino que Harry lo seguía viendo. Ladeó la cabeza, todavía tendido en la cama sin arreglar, y le frunció el ceño.

—¿Qué?

El idiota tuvo el descaro de sonreírle.

—Sólo disfruto la vista.

No necesitó magia para atacarlo, arrojar almohadas fue suficiente. Harry seguía riéndose y diciendo que era broma, y que no sabía qué se suponía que había entendido él, cuando arregló su cama con magia. Draco formaba pucheros al verlo.

—¿Cómo aprendiste a usar los brazaletes?

—Le dije a los chicos que me enseñaran.

—¿Le pediste a unos adolescentes que te enseñaran a hacer magia?