Entrada IX

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He dejado a mi padre sumido en un buen dilema. Para él todo es o blanco o negro, pocas veces existe una escala de grises. Siendo fotógrafo de profesión no entiendo que no lo aprecie.
Como decía... le he dejado allí, sentado en el embarcadero, con una de las lágrimas de mi madre encerrada en una de esas botellitas que ella lanzaba al mar. Le he dejado una de mis posesiones más queridas pero lo que necesitaba era hacerle reflexionar. No podré vivir sin tenerle a mi lado. Mi padre siempre ha estado a mi lado en todos los buenos momentos de mi vida de los que tengo memoria. Me diréis que no estuvo en mi boda. Cierto, tenéis razón, pero es que en mi boda no estuve ni yo. No la recuerdo, de veras que no. Sólo sé que, en la despedida de Yildiz me tragué todo el alcohol que pude. Un chupito tras otro para darme valor y acudir a los brazos del hombre que sabía ya entonces me estaba prohibido, pero mi atracción hacia él borraba de un plumazo todo lo demás y, como me conocía, y sabía de mi miedo e inseguridad, necesité de un extra para darme valor. Recuerdo haber entrado en su despacho de Lucca y luego... nada de nada hasta la mañana siguiente en la que me desperté envuelta entre sus brazos, cubierta de seda negra y dos anillos en mi dedo.
Hablando de anillos...
Sí, los he recuperado.
Al dejar a mi padre allí, en el atracadero de casa, me he dirigido hacia Berkant. En cuanto ha visto que comenzaba mi camino de regreso a él, se ha puesto en pie y ha salido a mi encuentro. Nos hemos reunido a la entrada de la pasarela de madera.
-¿Todo bien? -me ha preguntado.
-No del todo -le he respondido.
He alargado mi mano y le he mostrado la palma, le he hecho un gesto con los dedos pidiéndole que me devolviera lo que era mío. Sabe entenderme sin que medie palabras. Sabía lo que estaba pidiéndole. Me ha sonreído de esa manera tan suya y se ha metido la mano en el bolsillo. Ha sacado mi cadena.
-He mandado arreglar el broche -me ha dicho.
Me he preguntado cuándo ha podido hacer eso, él por toda respuesta ha arqueado su ceja y ha contenido una sonrisa. Se ha acercado a mí y ha abrochado la cadena con mis dos anillos al cuello.
-Me he fijado en tus manos. Tienes los dedos demasiado hinchados y he caído en la cuenta de por qué los llevabas colgados en lugar de en tu anular izquierdo.
¿Se puede ser más observador que mi Berkant? Sí, mis dedos están hinchados, al igual que lo estuvieron en su momento los de mi madre y los de mis tías Leila y Deren. No llegué a ver los de mi madre, obvio, pero sí recuerdo los de mi tía Leila y los de mi tía Deren cuando ambas esperaban a Hasret y Sule respectivamente. Siempre me pregunté por qué durante ese periodo ellas no lucían sus alianzas. Debe de ser algo de familia porque otras embarazadas que he conocido a lo largo de mi vida no han tenido ese problema. Cuando mis dedos comenzaron a hincharse temí que tuvieran que cortarme los anillos pero Mara dijo que no sería necesario. Había probado con aceite, con jabón, nada daba resultado. Estaban tan unidos a mi piel que no había forma de sacarlos. Ella lo hizo, y lo hizo con un simple hilo rojo.
Hemos caminado en silencio hasta su coche y me ha ayudado a entrar en él.
-Vamos a casa -me ha dicho.
-No.
Se ha girado y me ha mirado.
-Necesito hacer algo antes, por favor.
Se ha apoyado sobre el volante y se ha dado un cabezazo sobre él.
-Necesitas descansar y no andar correteando de un lugar a otro.
-Créeme, no podría corretear aunque mi vida dependiera de ello -le he contestado.
Él se ha girado entre sus brazo y me ha mirado con esos ojos del color del aluminio y yo me he derretido. Literal. Me han entrado ganas de... bueno, ya sabéis. Mis hormonas están más revolucionadas de lo habitual.
-¿A dónde?
-A casa de tío Emre. Necesito recoger algo que guarda por mí Hasret.
Sí, mi prima Hasret. La mejor de todos para guardar secretos. Se le daría bien eso de entrar en cualquier cuerpo de Seguridad Nacional. Ni torturándola suelta nunca prenda.
Berkant me ha llevado a casa de tío Emre. Ni él ni tía Leila estaban. Aslan había desparecido hacía varios días y sólo había dejado una breve nota de que se iba a desconectar. A desconectar, ¿de qué? Nunca llegaré a entender del todo a Aslan.
Por suerte, Hasret sí estaba allí. Nos ha hecho pasar al salón y me ha traído lo que le he pedido. Nuestra visita ha sido breve, muy breve. Al despedirnos, Hasret se ha acercado a Berkant y le ha mirado con sus ojos turquesas y un poco saltones, los mismos ojos de tía Leila.
-Que no me entere que haces sufrir a Derya. Recuerda que fui campeona de tiro al blanco dos años consecutivos.
Y Berkant ha hecho con ella lo que no le he visto jamás hacer con nadie, ni siquiera conmigo. Ha bajado la cabeza hasta estar a su altura y le ha dado un beso esquimal. El mismo tipo de beso que he visto infinidad de veces que se han prodigado mis padres. ¿Tendría que ponerme celosa? Mi prima se ha ruborizado hasta la raíz del pelo y me ha mirado espantada. Yo, por toda respuesta, me he quedado muda y paralizada. He salido de la casa porque Berkant poco más que me ha empujado escalones abajo. Mientras íbamos hacia el coche, no he podido evitar volver la cabeza y ver la figura de Hasret en el umbral de la puerta. Berkant se la ha ganado. Hasret se ha «enamorado» a las primeras de cambio de mi marido.

Al llegar a la casa me he llevado una buena sorpresa. Me he encontrado con un chaval de doce años preparando la cena.
-Se llama Kaan. Vive aquí.
Así, sin más. Sin paños calientes. «Se llama Kaan. Vive aquí». ¿Qué se supone que debo hacer con tan extensa información?

El diario de DeryaWhere stories live. Discover now