Entrada X

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Me levanté a escribir en este diario porque no podía dormir. Las tres de la mañana y Berkant no está donde se supone que debe de estar, es decir, durmiendo en mi cama, bueno, nuestra cama, vosotras ya me entendéis.
Salí al pasillo y me topé con el chaval, con Kaan. Cada vez que pronuncio el nombre a la cabeza me viene la imagen de un terrier, creo que es lo que tiene el haber vivido en Irlanda algunos meses.
Siento curiosidad por el crío. ¿Cómo ha llegado hasta aquí? Me bastaron cruzar con él un par de frases para darme cuenta de que tiene una dicción espantosa. Junta las palabras, no vocaliza bien y no quiero ni imaginarme cómo leches escribe. Necesita un buen profesor, necesita a mi madre y a tía Deren, yo ya demostré en su día que no tengo madera de maestra. No tengo paciencia para la enseñanza. Mi cabeza funciona mucho más rápido que mis labios y al final termino haciendo un conglomerado de mucho que nadie entiende. Tendré que llamarlas a ambas a filas y luego rogarle de rodillas a tía Leila que le enseñe matemáticas. Algo me dice que tampoco anda sobrado de esos conocimientos. Mi padre puede ser un buen profesor de Geografía para el chaval.
Tardé unos minutos en ser consciente de lo que estaba pensando y escribiendo en este diario. Ni siquiera conozco al chico y ya le estaba organizando la vida al tiempo que bajaba con cuidado las empinadas escaleras que separaban el dormitorio en la planta alta de la planta baja. No sé si tenéis escaleras en casa, pero son un martirio para una embarazada de casi seis meses a la que le cuesta ya abrocharse los zapatos. Subirlas... todavía... bajarlas... mejor me mantengo en silencio.
El chico me ha seguido en silencio. Casi he tenido la sensación de que es un guardaespaldas, la verdad. He mirado por las primeras estancias que me he encontrado. Todo vacío. Ni rastro de Berkant.
-Zegu'o que z'a quedao dormío en la zala d' juego' -dijo Kaan.
¿La sala de juegos? ¿Qué demonios? Pues sí. Allí lo hemos encontrado. Despatarrado sobre un sillón con los brazos desgastados y arañados que me ha traído algún que otro recuerdo no apto para oídos infantiles. Creo que me he ruborizado hasta la raíz del pelo y mi pulso se ha disparado ante las imágenes que han aparecido en mi mente. Casi he salido de allí como quien huye de un incendio. ¿Despertarlo en ese momento para que suba? Imposible. Os podéis imaginar que el resultado de aquello podría haber sido una buena sesión de sexo y no sé vosotras pero una vez Berkant me dijo que compraría una casa insonorizada y, la verdad, no sé si ésta lo está. Mejor no tentar a la suerte.
Me paré en el inicio de las escaleras y miré hacia arriba. Veinte escalones. Veinte escalones de peldaños estrechos que tendría que subir. Si ahora me parecen difíciles de superar no quiero ni pensar lo que será en seis u ocho semanas. Kaan se ha parado en el segundo al ver que yo no lo seguía. Ha sonreído y me ha extendido la mano para ayudarme a subirlos. Una mano nada infantil, una mano que, al aferrarme a ella, he sentido de piel curtida y llena de durezas y heridas. Lo he mirado a los ojos y el chiquillo me ha sostenido la mirada. En ella veo la fiera mirada de un tigre. Alguien bastante herido a mi parecer. Por la mañana hablaré con Mara, ella siempre tiene respuestas para todo, seguro que también la tiene para él. ¿Quién es? ¿De dónde viene? ¿Qué hace con Berkant? He echado cuentas, no creáis que no lo he hecho pero, tal y como he empezado a hacerlas, me he parado. No, Kaan no es hijo de mi marido. No porque no se parezcan mucho, eso sería secundario; es, simplemente, por que Berkant no habría dado la espalda a un hijo suyo jamás. No si sabes su historia. No después de todo por lo que él ha pasado de niño. Si alguien en esta vida puede sentirse arropado y querido es un hijo de él. Lo que me lleva a darme patadas mentales. Me las daría en el trasero pero creánme que si anatómicamente puede ser posible hacerlo con los talones, en estos momentos es inviable. Ni con todo el yoga para embarazadas que pudiera practicar... conseguiría semejante proeza.
He subido las escaleras gracias a la ayuda del chico. Al llegar arriba, me ha sonreído con una de esas sonrisas amplias que me ha recordado a las de mi madre y ha tirado de mí cuando me he parado ante una puerta cerrada.
-No creo que a' zeñó* Berkan' lo guzte ka'ntre ahí.
En serio, me han dolido los oídos. Urge hablar con mi madre y tía Deren. URGE. He tenido que repetir la frase en mi cabeza hasta tres veces para entender lo último.
-Se supone que es mi casa, ¿no te parece?
El chico se plantó ante la puerta, se cruzó de brazos y bajó el mentón sin dejar de mirarme a los ojos con sus fieros ojos.
-Ez el trabaho del zeñó y naide pue'e entrá ahí.
Nunca, jamás digáis palabras semejantes a alguien como yo. Puede que en un principio acate la orden, pero la curiosidad siempre mata al gato y atravesar esa puerta se convirtió en un desafío. ¿Qué habrá tras ella? Eso fue lo que me pregunté en cuanto entré en ésta. Intenté dormir, pero no lograba conciliar el sueño. Tardé como media hora en salir de nuevo con una horquilla en la mano para abrir la cerradura que había vislumbrado tras el codo de Kaan. Forcé la cerradura, obviamente, tengo un don para ellas. Mejor no preguntéis. Abrí la puerta que estaba bien engrasada y entré en la oscura habitación. No se veía nada, intuí que las cortinas estaban echadas, pero un fuerte olor a pintura recién aplicada invadió mi nariz. Busqué a tientas el interruptor y, en el momento en que mis dedos dieron con él, una cálida mano se posó junto a la mía.
-Siempre metiendo las narices donde no debes y jorobando sorpresas, ¿verdad?
La risa de Berkant inundó mis oídos al tiempo que apretaba mis dedos sobre el interruptor. La luz me cegó por un instante para luego dar paso a uno ojos del color del acero que brillaban por el sueño y la expectación. Devolví la sonrisa que sus labios mostraban y me fijé en sus cabellos revueltos.
-Bueno, ya me conoces. Nunca, jamás, se me puede decir «no entres ahí».
-Cierto, tendría que habérselo advertido al chico.
Volví a sonreír y giré el rostro. Las lágrimas acudieron a ellos sin previo aviso. ¿Os he dicho ya que me he vuelto más sensible de lo que ya era? Paredes recién pintadas de blanco. Un móvil planetario colgado del techo con los planetas del Sistema Solar iluminando la habitación y una cuna del tamaño de un estadio de fútbol. En mi vida había visto una cuna tan grande. Ni qué decir tiene que me eché a llorar. Berkant me abrazó y apoyé la cabeza en el centro de su pecho mientras las lágrimas empapaban su camisa, sigo estando emocionada mientras escribo estas líneas, os lo aseguro. Berkant ya no es ningún enigma para mí, pero sigue sorprendiéndome y pillándome con la guardia baja. Ahora que sí que duerme en su cama y yo estoy escribiendo aquí estas palabras... no puedo evitar pensar qué tipo de hombre sería si lo hubiera criado el hombre al que la palabra padre le queda muy grande y no puedo evitar tampoco dar las gracias a quien sea el responsable de su destino por haberle apartado de semejante individuo. Inconscientemente, me he vuelto a llevar la mano hacia mi pecho y he tocado, bajo una de sus camisetas que uso para dormir, los anillos que llevo al cuello. Como siempre, he sentido el calor que se desprende de ellos. Algún día mi padre reconocerá la piedra con la que está hecho el de pedida y puede que ese día muchas piezas le encajen en el puzzle. Su «Cuaderno de Bitácora» sería una mina en manos de un editor.

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⏰ Last updated: Sep 08, 2020 ⏰

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El diario de DeryaWhere stories live. Discover now