Capítulo 1. "EL ENCUENTRO"

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Por un ruido que parecía ser el de una puerta cerrándose, de golpe me desperté. La luz de un día nublado y frió de invierno invadía mi departamento. No sé porque la mañana de ese martes 14 de febrero de 2017 la experimenté terriblemente más pesada que otras mañanas. Quizá podría ser que mi tristeza recurrente ocupara más espacio que de costumbre o el simple hecho de verme nuevamente sola en mi departamento me hiciera notar lo vacía que me siento tanto por dentro como por fuera.

Me incorporé en la cama aún media dormida y note que extrañamente llevaba puesto un pijama que no recordaba haberme comprado. Con la última energía que me quedaba tiré al piso con ambas piernas el acolchado y las sábanas y sin más remedio me alisté para salir a trabajar.

Al subirme al auto me encuentro con la increíble novedad de que me habían chochado, no me lo podía creer, impotente ante esta situación y sin más remedio que guardarme el coraje tomé mi maletín, busque entre mis cosas un papel y escribí en él un enorme GRACIAS que decidí dejarle en el parabrisas del auto a mi vecino tan considerado.

Mientras esperaba en el andén el tren que como cada día desde los últimos 10 años me llevaba hasta la oficina empecé a tener una serie de pensamientos al azar sobre el día de San Valentín. Soy una convencida de que este día simplemente fue inventado por las industrias de tarjetas del día de los enamorados en complicidad con los floristas para que la gente simplemente gaste su dinero y siga sintiéndose un poco más sola.

De repente casi de forma impulsiva decidí no ir a trabajar y corrí hasta el otro lado de la estación para tomar un tren a Roquetas de mar, no sé porque, no soy una persona impulsiva para nada. Supongo que me he despertado deprimida, quizá más de lo de costumbre... todavía estoy pensado que debo llevar el auto al chapista para que arregle el "regalo" que me hizo mi vecino.

Una vez que llegue a Roquetas de mar, tomé un teléfono público y llamé a Cintia, la jefa de piso, para avisarle que hoy no iría a trabajar argumentando que no me encontraba bien de salud.

- Hola Cintia, Soy Maite... Maite Zaldúa. Esta mañana no me encuentro muy bien... creo que es por algo que comí.

Hace un frió absurdo en esta playa; Roquetas de mar en febrero, eres una genia Maite.

Sentada en una escalera de madera frente al mar saco mi cuaderno para escribir un rato, ya que al hacerlo me sentía un poco mejor o por lo menos podía sacar de mi sistema parte de la tristeza que llevaba conmigo a todas partes.

Páginas arrancadas, no recuerdo haberlo hecho y tal parece que es la primera vez que escribo desde hace 2 años. Veo el mar, la playa desierta, el viento frió que pareciera te cortara la cara de lo helado que está y pienso sobre lo sobrevalorada que está la arena, si no son más que diminutas piedritas, una igual a la otra ¿qué puede tener de especial eso?

El cuerpo se empieza a congelar entonces decido caminar un rato por la playa. Al alzar la vista logro dilucidar la figura de otra persona con un buzo de color naranja fluorescente; ¿quién quiere utilizar un color tan llamativo? Jamás me sentí cómoda con los colores y mi guardarropa era un fiel reflejo de mi ánimo, todo de color negro que degradaba hacia el azul oscuro y quizá algún verde musgo o militar como para acompañar.

Si pudiera conocer a otra mujer, pensaba. Supongo que las probabilidades de que eso pase son prácticamente nulas a raíz de mi falta de habilidades sociales e incapacidad para hacer contacto visual con una mujer, mucho menos si se trata de una mujer desconocida. Tal vez debería intentar volver con Ángela, era agradable, lo agradable es bueno, al menos me quería.

Decidí sentarme en un bar a desayunar un café caliente que contrarrestará el frío que llevaba metido en el cuerpo. Mientras esperaba ese café volví a sacar mi cuaderno y seguir escribiendo pensamientos al azar. En el salón volví a coincidir con la chica del buzo naranja que ahora noto que tiene el cabello teñido de color verde. Observo como de forma improvisada agrega lo que pareciera ser alcohol a su café y al cruzar miradas me saluda con un gesto de brindis y yo inmediatamente me escondo en mi supuesta escritura.

Eterno resplandor de una mente sin MaitinoWhere stories live. Discover now