II

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El shock de Alba no duró mucho. No podía. Decenas de almas hipnotizadas por el pegajoso ritmo de la canción mecían su cuerpo menudo en diferentes direcciones en medio de aquella marea humana. La rubia tuvo que luchar en varias ocasiones por no acabar en el suelo, ayudada una de ellas por Marta. 

-¡Tía! ¡Que te has quedao’ blanca! – gritó Marta cerca de su oído, pero sin apartar la vista del escenario

-¡Estoy bien! – respondió, algo aturdida

-¡Dabuten!

El tal Jorge saltaba, caminaba de un lado a otro del escenario, se tiraba al suelo… pero nada de eso le importaba. Alba había vuelto a su estupefacción para con Natalia. No perdía de vista ni uno de sus movimientos que, en un pequeño porcentaje, consistían en interactuar con el cantante. Se dio cuenta de que llevaba sombra de ojos azul. Sus dedos se deslizaban con maestría sobre las cuerdas de la guitarra, como si de esa forma consiguiera hipnotizarlas para que tocasen lo que ella quería. 

Ya a mitad de la canción, y aprovechando que no tenía que tocar en un momento dado, la morena extrajo con suma rapidez un cigarrillo del bolsillo de la chaqueta, colocándolo con maestría entre sus labios para entrar a tiempo. Y entonces, Alba lo supo. Supo qué tenía que hacer justo en ese momento, sin importar nada más. Su instinto así lo pedía.

-¡Dame tu mechero! – pidió a Marta casi en una orden

-¡Nasti de plasti, que me lo vuelves a picar! – respondió su amiga

-¡Dámelo! – esta vez sonaba mucho más amenazante, tanto, que Marta no fue incapaz de negarse - ¡Venga! – Se lo entregó casi con miedo, aunque con cierta intriga por saber el uso que pensaba darle

Convencida de que no era ella, sino algo más fuerte que se escondía en un rincón de su cerebro, Alba avanzó con decisión apartando a las dos personas que tenía delante para poder llegar hasta el borde del escenario. Levantó el encendedor, como una señal que desconocía si llegaría a su destinataria. Pero en realidad, era ella quien estaba respondiendo a la llamada de Natalia. Poco a poco, fue descendiendo hasta posar las rodillas en aquel suelo pegajoso, acercándose para que Alba pudiese prender la llama. Intercambiaron miradas un instante, lo suficiente para conseguir que la seguridad de la rubia volviese a apagarse, volviéndola insegura. En esas décimas de segundo, la profundidad de los ojos de la morena la desquició por completo, y ella se mordió el labio inferior como réplica.

Antes de poder parpadear como si lo hiciese por primera vez, la marea la había succionado hasta devolverla junto a sus acompañantes mientras que la guitarrista se rulaba el cigarro con Jorge mientras la canción daba los últimos coletazos.

-¡¿Qué te ha entrao’ tía?! – Marta no podía estar más impresionada

-¡No lo sé! – confesó, completamente sincera - ¡Ha sido un impulso!

-¡Toma jeroma…! ¡Y eso que no querías venir!

Pablo y María, por su parte, la jaleaban desde atrás, bastante impactados

-¡Ojalá me hubiera pedido fuego a mí! – gritó la rubia con cierta envidia

El concierto no duró mucho más. Veinte minutos más tarde, Jorge y los reciclados dieron por finalizada su actuación, marchándose visiblemente contentos a la parte trasera del escenario. Las luces neón del garito volvieron y la música comenzó a sonar de nuevo para que los asistentes siguiesen bailando. A fin de cuentas, la noche aún no había acabado.

-¡Vamos a por algo de beber! ¡¿Queréis algo?! – Esta vez era Marta quien se ofrecía

Tras memorizar con celeridad los pedidos, las dos amigas se marcharon en dirección a la barra, desandando el camino que habían tomado al entrar

Un garito en Madrid Where stories live. Discover now