VII

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Las resacas emocionales pueden llegar a ser peores que las resacas normales. Por fortuna para Natalia, no había tiempo para tener una. Ni doce horas habían pasado desde que se había despedido de Alba y ya tenía que prepararse nuevamente para volver a verla. 

Llevaba dos días sintiéndose como en una nube; por supuesto, los pies los seguía manteniendo en la tierra, de modo que se había convertido en un funambulista sentimental pivotando entre la realidad y la emoción del momento. 

Pasó la mañana desayunando con Juls. Habían barajado juntas las distintas posibilidades que tenían su amiga y la chica para pasar la tarde, qué ropa iba a llevar…Conversaciones repletas de contenido pero que no llegaban a ningún destino. Una vez se hubo marchado su amiga, Natalia se introdujo en el cuarto de baño. Con una sonrisa en la cara, disfrutó del roce del agua al entrar en contacto con su piel, se hizo peinados con la espuma del champú y tarareó un par de canciones de ABBA mientras se enjuagaba.

En realidad, qué harían esa tarde además de escuchar discos era lo de menos. Lo único que le apetecía era pasar tiempo con Alba. Le encantaba alimentar su curiosidad por música que jamás había escuchado. En contrapartida, escuchaba atenta sus casi soliloquios sobre arte. Al parecer, se había recorrido casi todas las bibliotecas de la ciudad en busca de cualquier libro sobre el tema, especialmente en las que se encontraban más alejadas de su facultad y de su zona residencial.

La alarma del reloj le indicó que eran las 12:30, hora de salir en busca de Alba. Dio un último tirón del bajo de la camisa para recolocarla, se ajustó los puños de la misma y dio un retoque al moldeado tupé que había creado, cubierto por una capa consistente de gomina. 


Entre el gentío de la salida, Alba avanzó con dificultad hasta la puerta después de sortear a grupos de estudiantes que charlaban animadamente sobre el primer día de clase sin ninguna prisa por volver a su casa. No era su caso. Un brazo la retuvo justo antes de poder poner un pie en el escalón.

-¡Tía! 

-Joder Marta – se llevó la mano al pecho – Menudo susto, joder

-Perdona. Es que te has pirao’ muy rápido – se disculpó – Sólo quería desearte suerte

-Gracias – respondió, dedicándole una sonrisa sincera – pero primero tengo que librarme de Ernesto

-Hostia. Tu chófer – resopló, rodando los ojos

-No será muy difícil 

Y dicho esto último, se despidió de Marta y avanzó con seguridad hasta el coche. El hombre, sentado en el asiento, permanecía paciente a que la chica llegase hasta el vehículo mientras fumaba un cigarro.

-Buenas tardes, señorita Alba – saludó mientras se levantaba ligeramente la gorra

-Buenas tardes, Ernesto – le respondió, apoyada desde el exterior en la ventanilla del copiloto – Puede volver a mi casa. Dígale a mi padre que voy a quedarme a tomar algo con algunas compañeras de clase, no se preocupe

-Así lo haré

Soltó el aire que había estado reteniendo cuando el coche se perdió entre el tráfico. Consultó su reloj, ansiosa. Pasaban cinco minutos de la una y ni rastro de Natalia. ¿Se habría olvidado? ¿Habría decidido pasar de ella sin ninguna explicación? ¿La consideraba una estrecha?

Las dudas se disolvieron como la sal en agua caliente al encontrarla al otro lado de la calle, bajando de su vehículo a toda prisa y buscándola con la mirada. Se saludaron en la distancia, sonriéndose como si llevasen una eternidad sin verse. Alba le indicó con un gesto que se quedase donde estaba y se apresuró a cruzar. 

Un garito en Madrid Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ