IV

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Silencio. Por fin, no había otra cosa fuera de aquellas estrechísimas cuatro paredes que silencio. Ni música, ni gritos, ni pasos acelerados, ni silbatos. Nada. Dentro, sólo se oía a la perfección de la respiración de ambas; una irregular, algo agitada, la otra firme y calmada.

-Creo que ya podemos salir - indicó Natalia tras un breve vistazo al exterior. Ella salió en primer lugar seguida de Alba, que no salía de su asombro, parpadeando repetidas veces -. De la que nos hemos librado, ¿eh? - comentó, sonriendo de medio lado

Al no notar los pasos de la rubia tras de sí, Natalia se dio la vuelta

-¡¿Pero tú de qué vas?! - gritó, dándole un bofetón. Damián y otros dos camareros, que se encontraban unos metros más allá recogiendo cristales, se giraron de inmediato al escuchar el golpe - ¿Por qué me has besado ahí dentro?

-Vaya - Natalia se masajeó la mandíbula, frunciendo ligeramente el ceño - Ni me acordaba de eso ya. Perdona. Estabas muy nerviosa y hacías mucho ruido. Tenía que hacerte callar. Fue un impulso. Lo siento

-Ya -. A pesar de su expresión, su tono no denotaba enfado sino sorpresa - Pues no lo vuelvas a hacer. "O sí" - pensó finalmente para sí, sonrojándose

-¿Y ahora qué hacemos? - preguntó mientras se encaminaban hacia la salida - Porque no creo que te apetezca ir a otro garito

-La verdad es que no

-¿Quieres ir a dar un paseo? - propuso

-¿A esta hora? - se extrañó. Aunque a esas alturas de la noche y después de todo, no esperaba que nada peor pudiera pasar ya

-¿Por qué no?

No tardaron ni diez minutos en llegar a Gran Vía. La avenida se encontraba desierta; algo totalmente lógico teniendo en cuenta que donde se encontraba el ambiente era en barrios como Chueca.

-Intuyo que quieres preguntarme algo .- Llevaban un rato caminando hacia arriba, haciendo comentarios banales pero sin entablar una verdadera conversación

-Me...dijiste que habías perdido a tu padre - comenzó, dudosa. No sabía si estaba metiéndose donde no debía

-Así es

-¿Y tu madre?

-Nunca la conocí - respondió sin más, encogiéndose de hombros

-Lo siento. No quería meterme donde no me llaman - se disculpó avergonzada

-Estoy bien. No te preocupes - le dedicó una sonrisa conciliadora - Ella pertenecía al Partido Comunista, así que ya te puedes imaginar - rodó los ojos - Mucho activismo clandestino. Mi padre me contó que la detuvieron al año de nacer yo

-¿Qué pasó? ¿No has intentado buscarla?

-La mandaron a una cárcel en Zaragoza. Mi padre nunca supo nada más hasta el año antes de morir. Murió allí a un mes de aprobarse la Ley de Amnistía

-Vaya. Lo siento mucho - susurró casi para sí, dándole un leve apretón en la mano

-No te preocupes - Natalia le devolvió el gesto, sin apartarla del todo - Siempre pienso que mi madre debía ser una tía guay - explicó, frunciendo los labios en un intento de sonrisa que no consiguió esbozar

-Y seguro que estaría orgullosa de ti - trató de animarla

Natalia había reparado en que sus meñiques habían quedado enlazados, aunque no sabía si ello era fruto de la casualidad o de la voluntad de sus subconscientes. En cualquier caso, prefería no saberlo

-¿Segura? - rio - ¿O lo dices porque no voy drogándome por las esquinas y duermo tirada en un banco?

-¡Hostia! - Alba se llevó las manos a la cabeza, rompiendo el contacto y provocando en el estómago de la morena una pequeña punzada. Se detuvo en seco y la miró fijamente - Que yo dormía hoy en casa de Marta. Mierda

Un garito en Madrid Where stories live. Discover now