Capítulo 6

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Era entrada la tarde cuando los cuatro jóvenes abandonaron los corrales y se dispusieron a dar por terminado el turno. Daniela suspiró, cansada pero satisfecha por haber tenido un día productivo. Se permitió entonces retirarse el sombrero y limpiar su frente con la manga de su camisa, el calor abría paso a la serenidad nocturna y a la joven se le antojaba un largo baño para relajar los músculos y desprender toda la tierra y demás que pudiera haberse pegado a su piel.


—Mañana vendrá el doctor Ocampo a vacunar a las reses —informó Alejandro a la vez que disminuían la marcha conforme se acercaban a las caballerizas—. Creo que es lo más relevante en la agenda. También revisará a los caballos y a los perros.


—Da la orden de que mañana se usarán las camionetas. Que los caminos estén libres para poder cruzar sin contratiempos —habló la chica y bajó de su silla con gracia—. El doctor se quedará a comer, así que espero que tu familia pueda acompañarnos en la mesa.


—Le diré a mi madre; nosotros traemos el postre, para que le informes a Esperanza.


Daniela asintió y segundos después sonrió ampliamente cuando su hermosa canina se acercó a ella, moviendo el rabo de pura felicidad y saltandole encima. La chica se deshizo en caricias y fiestas para ella, cosa que solo hizo sonreír al hijo del administrador. Entonces, siendo como era de observador, Rafael pudo percatarse de que algo más había ahí que el puro afecto fraternal que le profesaba a la mayor de los Galicia.


—Dile a tu padre que por la tarde veremos los libros. Espero que, para entonces, papá ya haya regresado.


—Yo le daré tu recado —el chico entonces pareció recordar la existencia de los otros dos y les hizo un gesto con la cabeza—. Espero les rindiera el día, muchachos —bromeó con buen humor—. Nos veremos mañana.


El joven entregó las riendas de su caballo y se retiró, dejando solos a los tres jóvenes cuyos rostros seguían coloreados por el sol. La mascota de la chica y otros dos ya se procuraban a juegos rumbo al jardín; uno de los mozos se acercó entonces a Daniela y le entregó un cepillo. La chica lo recibió con una sonrisa y se dispuso a remover la silla del caballo que cabalgó todo el día.


—Pueden ir a pedir un bocadillo a la cocina si tienen hambre. La cena es a las ocho, pero podemos tomar algo un poco antes, si les parece —Daniela arqueó una ceja en su dirección.


—La idea suena bien para mí —terció Luis, entregando las riendas a otro chico—. Los veré entonces.


Rafael observó como su hermano se alejaba sin mirar atrás y entonces él tomó una gran bocanada de aire antes de volver a confrontar a aquella chica de ojos negros con la cual estaba destinado a compartir el resto de sus días, al parecer.


—Quizá después de la cena encontremos un momento para charlar —habló, dejando caer ese peso que ambos sabían debían enfrentar tarde o temprano—. Debemos hacerlo el algún momento de igual manera, ¿cierto?


Daniela detuvo el cepillar de su caballo y confrontó a Rafael por un momento, sosteniendo la mirada de sus ojos verdes y serenos, pero notando la tensión el la postura de su espalda. Asintió brevemente antes de volver la vista al pelaje negro de aquel semental.

Lᴀs ɴᴜʙᴇs ᴛɪᴇɴᴇɴ ᴄᴏʟᴏʀ ᴅᴇ ʟʟᴜᴠɪᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora