Capítulo 1

73 24 31
                                    


              — ¡Ni se te ocurra coger mi vestido negro! –grito lo más alto que puedo mientras continúo con la persecución por nuestro diminuto apartamento.

Mi compañera de piso, aunque podría decirse compañera de vida, ya que nos conocemos desde preescolar, salta con agilidad cojines, muebles y todo lo que se interpone en su camino. Mientras tanto, yo me voy tropezando a cada paso que doy. Creo que está claro quién va a ganar esta batalla.

— Por favor, Silvia, es la cita de mi vida. ¡Necesito estar perfecta! –exclama dramáticamente justo después de parar en seco con mi precioso little black dress en la mano.

— Dijiste eso mismo de las anteriores quinientas citas. –Suspiro pesadamente y me agacho un poco, apoyando las manos en mis rodillas, intentando volver a respirar con normalidad tras la carrera que nos acabamos de pegar–. Además, se dará de sí y ya no me quedará ceñido, como a mí me gusta.

— ¡Eh! ¿Qué has querido decir con eso? –Enarca una ceja y me mira de hito en hito.

— Solo que tú tienes curvas y no eres una tabla de surf, no como yo.

Veo cómo duda por un momento y, seguidamente, me entrega la prenda. Suspiro aliviada y le sonrío ampliamente. Ella, sin decir nada más, hace un mohín y se marcha a su habitación en busca de algo nuevo que ponerse.

Me siento en el sofá, aún agotada, mientras miro el pequeño vestido que sujeto con ambas manos. No sé por qué me ha importado tanto, si casi nunca uso ropa de ese estilo. Supongo que quiero guardarlo para alguna ocasión especial. Además, a Sofía no le hace falta ponerse algo así, su simple presencia haría que cualquiera se volviera loco. Tiene unas facciones perfectas, dignas de cuadro. Su pelo es negro como el carbón y siempre brilla como si se lo acabara de lavar, tiene unos ojos que a veces parecen verdes y otras veces grises y unos labios carnosos. Lo único malo que podría sacar de ella es que es bajita, pero gracias a eso tiene unas curvas de infarto.

Me quedo ahí quieta, pensando en lo malo que fue el universo creándome a mí. A los pocos minutos, Sofía sale vestida con unos vaqueros negros ajustados, una blusa con escote de pico de un gris ceniza muy bonito y unos taconazos. Pone cara angelical antes de sentarse a mi lado.

— Ya que no me has dejado tu vestido, hazme un peinado bonito y maquíllame.

Eso que me pide sí puedo dárselo. De hecho, me encanta y lo sabe. Es de lo poco que se me da bien. Trabajo en un salón de belleza para pijos, de esos carísimos (aunque a mí eso no me afecta mucho, mi sueldo es bastante triste) en los que te encuentras a señoras mayores que te tratan horriblemente mal. A pesar de todo lo malo, estoy bastante contenta porque es lo que más me gusta.

Me levanto de un salto y voy a por mis cosas al baño que compartimos. Este cuarto sí está ordenado, ya que me gusta tener todas las cosas de belleza bien colocadas y en su sitio. Cojo un par de neceseres y el rizador y vuelvo al salón/cocina, ya que está todo junto en el mismo espacio. Es lo que tiene compartir piso a tus veinticinco años, no puedes pagarte tu piso ideal. Vuelvo en un santiamén al lado de mi amiga y voy enchufando el rizador mientras me coloco frente a ella.

— Mil gracias, Sil. – Así me llama cuando está de buen humor –. Estoy bastante nerviosa, Celia parece una chica muy inteligente y tengo miedo de quedar mal delante de ella.

Muerdo mi labio inferior mientras la escucho, como hago cuando estoy concentrada, y le mando cerrar los ojos con un gesto para aplicarle la sombra de ojos. Sonrío con ternura al percibir que verdaderamente está nerviosa. No le noté eso las ultimas veces que quedó con alguien. En los últimos meses ha estado teniendo citas con chicas que conoce por aplicaciones de ligoteo, como ella las llama, porque, según dice, le cuesta mucho encontrar otras chicas lesbianas o bisexuales en persona.

El baile de la mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora