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Después de un tiempo, vislumbró un gran arco rojo que se erigía en medio de la nada, y que a unos kilómetros se comenzaba a dibujar un pueblo. 

Se bajó de caballo y caminó un poco. El animal estaba tan cansado como él. 

Caminaba entre un mercado rebosante de personas que vendían y compraba cualquier clase de cosas, incluso habían intentado comprarle el caballo, pero él solo se limitaba a ignorarlos.

Buscaba algún oficial o guardia que lo pudiera ayudar pero no había nadie con un aspecto parecido o algún indicio de autoridad en ese nefasto lugar. 

—Disculpe —se refirió a una anciana que vendía manzanas en un canasto— ¿Dónde puedo conseguir a un guardia? 

—¿¡Un guardia, dices!? ¡Esos bastardos no vienen por aquí desde hace mucho! —le respondió la mujer, en un tono grotesco y alarmante, aunque nadie le hacía caso —. Esto es tierra de nadie, niño. No conseguirás un guardia en esta pocilga. 

Itachi se retiró después de agradecer la información y le compró dos manzanas; una para él y otra para el leal caballo que lo había acompañado. 

Las personas caminaban cabizbajos, con las mejillas hundidas en el rostro, exaltando sus pómulos huesudos que solo reveleban la verdad que la gran nación vivía. 

Determinaba con su vista los alrededores, dejando esas imágenes dolorosas impregnadas en su mente. Niños escuálidos y moribundos permanecían sentados bajo la poca sombra que las paredes mal hechas le dejaban. 

Itachi alzó su vista al cielo y recordó a su pequeño hermano. No había manera de agradecer todo lo que él y Sasuke habían recibido por parte de sus padres.

Esencialmente de su padre, Fugaku, quien gozaba de una muy buena posición en el gobierno de su país, y pudo brindarles una vida de lujos, aunque Itachi se crió con las enseñanzas nobles y humildes de su madre que lo hicieron el hombre que era hoy; compasivo, amable, leal, fuerte. 

Caminó hasta un gran campo y decidió descansar  bajo la sombra de un árbol, y así meditar su situación. ¿Qué debía hacer? ¿Debería contactar con su familia o con el ministro que iba a desposarlo? 

La apacible brisa que meneaba las ojas del árbol le tocaron una melodía bastante sutil, que lo llevó a que el cansancio se apoderara de sus párpados con bastante rapidez.

Reaccionó alarmado, se había quedado dormido. Tenía que seguir cabalgando antes que el sol se pusiera y llegar cuanto antes a la ciudad más cercana. 

 

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Una mujer abrió la puerta de la habitación, encontrándose con el cuerpo de Deidara, atado de manos, a los barrotes de la ventana. 

La mujer dejó en el suelo la bandeja de comida que llevaba en sus manos y corrió a auxiliar al rubio. Cortó la cuerda con una navaja que escondía entre su ropa y aquel delgado muchacho cayó al suelo. 

Jaula de Oro - 𝑨𝒌𝒂𝒕𝒔𝒖𝒌𝒊Onde histórias criam vida. Descubra agora