Capítulo 30. Querida Hanna

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Si supiéramos invertir el tiempo "¿Que querrías invertir?" "¿Tus decisiones?" "¿Tus sentimientos?" Somos capaz de cualquier cosa para cambiar la versión actual de lo que somos con tal de ser felices

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Si supiéramos invertir el tiempo "¿Que querrías invertir?" "¿Tus decisiones?" "¿Tus sentimientos?"
Somos capaz de cualquier cosa para cambiar la versión actual de lo que somos con tal de ser felices...

Y si ahora lo que más anhelaba Daniel era volver al día que conoció a Hanna, no lo cambiaria, tan solo querría ser ese día más amble con ella. Regresar sus pasos y mirarla nuevamente, dedicarle un gracias por recoger su basura (aunque es tonto) y quizás el día de lluvia para darle su chaqueta y no se enferme.

Pero lo hecho ya esta, como decía su madre.

Ahora quería invertir el tiempo para rescatar a Hanna de las garras mal hiriente de las personas, colocarse frente a ella y defenderla de esos icónicos chismes.

Solo que el tiempo corría sin motivo muy deprisa. Todo estallaba y aquellos residuos llegaron a lastimarla.

Así que esa tarde, después de enterarse lo sucedido con la prima de Jonathan, no tardo en llamarla, en buscarla. Aunque nadie respondió ni Jonathan.

Dejo que pasaron unos días con la idea que darle su espacio y aclarara su mente, intervenir el mismo día alteraría el humor de Hanna hasta hacerla llorar.

Pero ya se había hartado de esperar y esperarla...

Tomo el auto de su madre, angustiado, sin explicaciones, salió de su casa.

—¿Daniel? —se atravesó su madre con preocupación antes de abrir la puerta del auto.

—no tardare, solo debo arreglar unas cosas.

—eso dijiste aquella vez...

—Que murió Valeria —termino su idea. Resoplo. Y antes de entrar al auto, dijo— regresare bien, te lo prometo, esta vez sí arreglare las cosas como debió ser. ¿Podrías arreglar una maleta de ropa por mí?

—supongo que tomaste la decisión

—es mejor a eso que nunca recuperarme.

—no demores, le pediré a tu padre que aliste sus cosas para que vayan juntos después de tu regreso —hablo con cuido y beso su mejilla.

Ambos padres del hombre se vieron los unos a los otros desconcertados por el hijo roto.

La madre de Daniel cruzo sus brazos y antes que abandonara el porche de la casa, pensó de que otra historia se repita y en verlo volver destrozado, viendo a un hijo que ya no lo era, le costó tanto aceptar su dolor y noches enteras mirarlo deambular por la casa, que ahora esa jovencita la cual apenas conocía le daba esperanzas desconocidas, le demostraba que su hijo aún podría ser impulsado.

Aunque desconocía de ella, pero de su primo no. Entendió como a su hijo le fastidiaba a veces la presencia de Hanna y en ocasiones la aceptaba a su lado.

Hanna guiaba su brillo, y de pronto lo cautivaba a la melodía clásica de una vida nueva... y él no soportaba volver a esos días.

No quería que nadie le diera esperanzas.

—¿Qué tiene de malo la señorita? No te entiendo Daniel... simplemente. resoplo con frustración, golpeando su mano de manera suave contra su frente.

—Por la simple razón que ella me recuerda a Valeria —exploto con sus propias palabras—...son iguales, no encuentro diferencias —dijo, tirándose de golpe al mueble de la sala. Intentando no quebrarse¿Cómo quieres que no me aleje, si ella misma me busca? Es como si el amor de mi prometida estuviera castigándome.

Daniel manejaba apresurado por la vía principal de la ciudad. Abrió las ventanas para dejar correr el aire fresco de la tarde, lo hizo una vez que todo a su alrededor comenzó a disminuir y convertirse en campos verdes.

Al final de la calle una nube negra corría junto al sol. Y de forma metafórica pensó en ella.

Una vida llena de promesas vacías y que nunca cumplió. Situaciones poco amables y sanas, una vida vaga, pero que amaba solo por lo que fue: la existencia de su amada.

Le prometió a su padre volver a tiempo antes que el pase de viaje lo dejara. Tenía tan solo pocas horas para convencer a Hanna y menos para decirle lo que sentía.

Al día siguiente del primer aniversario lo discutió con su padre. Tomaría esa vieja beca de estudios, sin riesgos, sin nadie quien lo ate a ellos, a su pasado, tomaría decisiones que le gustaran a él y si alguien saldría herido es porque todo estaba mal, incluyéndolo. Por esa razón iría a otras terapias y reuniones de ayuda.

Discutirá consigo mismo sobre que ser.

No solo le rompería el corazón a Hanna, pero no era entre sus opciones hacer eso.

O era eso...
O seguir siendo su "yo" para terminarla de destruirla como lo hizo con su alma y la vida de un chica que le prometía un delicado amorío.

¿Cómo decirte que todo iría bien si estabas solo?

Cuando los árboles se alzaron a su vista reconoció el lugar. La casa de los Méndez y entre el filo de la calla, Jonathan.

A Daniel le dolió más el momento que su corazón.

También abandonaba a su amigo.

Al bajarse del auto metió sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón. No sonrió, solo chocaron sus manos.

—Tu padre me lo conto —dijo Jonathan, serio, mirándolo con reproche.

—Yo... —balbuceo —Yo lo siento.

Negó la cabeza—No, Daniel. Me alegro por ti. Sabes que siempre te apoyare.

—Me refiero a lo de Hanna —El semblante de Jonathan cambio, parecía retraído y cansado—sé que ella no ha salido desde que la universidad y esas chicas la acorralaron.

—Creo que ese asunto le corresponde a ustedes dos —aclaro— Hanna ya no es una niña la cual yo tenga que defender en todo momento y tú lo sabes.

Daniel asintió, cerrando sus ojos tratando de tranquilizarse y no explotar.

—Te envidio. Tan buenas notas y estudiando aquí ¿En serio? —sonrió cambiando de tema, lo hizo al ver como Daniel empuñaba sus manos de enojo, y lo entendía, pero debía controlarse.

—Tenía un poco de esperanzas aquí, antes de la cuarentena, pero veo que la ciudad no da frutos para mis estudios. Es momento de hacer algo sin esperar un aventón repentino de sucesos.

—Espero que al menos te dignes a llamarme.

—No tan sentimental, Méndez.

Rieron, caminando por la entrada empañada de monte hasta encontrarse con el castillo blanco.

Los ojos del castaño viajaron hasta las escaleras de la casa blanca... y allí estaba. Sentada, esperándolo con sus ojitos revueltos de cristales y su cabello negro algo mezquino.

Esperándolo con ahogo, emoción y angustia que desbocaba al verla pararse de un solo segundo.

Se detuvieron a mirarse.
Pacientes a esperar quien corría primero a decir la noticia.

—Te está esperando —señalo con su cabeza, invitándolo a que siga.

Extrañaría verla llegar todas las tardes en el estacionamiento.

Extrañaría verla rebelde y valiente frente a él.

Recordaría el día que se acercó sin necesidad de seducirlo, sin necesidad de besarlo o amarlo completamente.

Y lo único que le dejaría entre sus manos para no olvidar lo que quizás no podrían llegar a ser, sin reprocharle con odio, tan solo le dejaría sus pensamientos tiempo antes de llegar hasta ella.

Y empieza así... 

Amándola sin sentirlo. 

Hola, dime mi amorWhere stories live. Discover now