Capítulo 3: Agujero negro

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Alec.

Me seguía asustando de cosas que no había visto de cerca, así fueran personas o actitudes. Ryan Hammer no me asustaba, solo lo detestaba a profundidad.

La herida en mi cabeza era la culpable de todos los tropiezos en mi vida, y él ni siquiera lo sabía.

—Qué decepción. —Murmuré, bebiendo de la malteada mientras la pajilla hacía ruidos irregulares.

Fue en el interior del restaurante familiar, metiendo una papa con malteada de fresa a mi boca, que lo supe: este semestre será un completo fiasco, un terremoto que derribaría mi futura felicidad. Quería meter mi cabeza en una alcantarilla y que las ratas me comieran, quizás tendría suerte de morir joven al menos.

Lancé un quejido junto a un pequeño pataleo.

Me hallaba en los bancos dobles del restaurante, eran de un tono menta intenso que me hizo recordar los días bastante olvidados cuando comí por primera vez en la ciudad, en un restaurante parecido. Habría de tener 10 años, mi primera malteada, mi primer viaje.

La madre de Hammer había organizado el viaje escolar, donde Ryan y yo terminamos tirando una mesa, aventando helado y gritándonos el final de nuestra amistad política. Era como ver pelear a los criados de la familia Capuleto y los Montesco.

"¡No me tires las papas encima!", yo estaba al borde del llanto mientras estas seguían cayendo como torretas salvajes sobre mi cabello.

—«Tú estás debajo de las papas». —Imité su voz con un movimiento exagerado. Me daba escalofríos de solo recordarlo tan demonio desde pequeño: era el diablo mismo.

—¿Disculpe? —La mesera, que rondaba la edad de mi madre, apenas pudo remover mi basura sin pensar que estaba loco.

—Perdón. —Tosí con pena.

Aquí nada pasó.

Golpeteé mi copa casi vacía contra la madera blanca de la mesa, parpadeando al mismo ritmo, entretanto observaba el bar al otro lado de la calle. La noche caería pronto y esos idiotas apenas comenzaban a beber. Era patético emborracharse el primer día en otra ciudad, incluso tonto si lo pensabas bien: no conoces a fondo a nadie y terminas corriendo algún riesgo.

—Ingeniería ambiental está llena de imbéciles. Creen que cualquier chica saldría con ellos solo por lo que estudian. ¿Por qué me hacen sentir tan molesta?

—Entiendo el sentimiento. —Giré el cuello al reconocer la voz de Chloe adentrarse al restaurante.

¿Lo entiendes?

Su cabello que llegaba a los hombros lucía recién lavado. Tenía puesto un labial rojizo, blusa blanca y un saco de cuadros que le daba un porte elegante. Venía acompañada de otras chicas de gustos similares, un poco más altas que ella. Quién hablaba mal de ingeniería era una castaña de cabello ondulado que rodeaba su rostro cuadrado.

—¿Alec? —Chloe se detuvo entre las mesas, pisando los cuadros blancos y negros que tapizaban el piso como una mesa de ajedrez.

—¿Tu prometido? —La otra chica dirigió sus ojos verdes hacia mí. Murmuró de inmediato a sus acompañantes lo que me hizo sentir incómodo.

—Hey. —Me limité a hacer un ademán con la izquierda.

Fui presentado como el novio que estudia derecho en la misma universidad. Me senté en una esquina a escuchar sus charlas sobre el campus, planes futuros, cómo disfrutaban sus hamburguesas y malteadas. Me reservé a observar mi plato que quedó al otro lado de la mesa sin terminar.

Casanova a tu servicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora