Capítulo 16: Lo siento.

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Alec.

No sabía lo que quería. Lo que esperaba de otros al hablar.

Me acostumbraba a las historias que oía, que me contaban, que me enseñaban a repetir. Y tenía esa necesidad de que todos me la citaran, porque desconocía cómo escribir algo propio de mí.

Imitaba la pluma de mis padres en mis diarios, y me recordaba lo enfermo que estaba.

—Lo siento. —Lloré, sintiendo las gotas de alcohol sacudirse en el interior de mi cerebro como si fueran expulsadas a través de mis quejidos.

Mis dedos se aferraron con fuerza a a Ryan, aunque este mantuvo el silencio sin levantar las manos o remover siquiera un cabello. Sentí que me volvía agua, algo incapaz de tomar forma o conectar mis ideas para arrepentirme de mis palabras. Me negué con los párpados cerrados a lo que pasaría después.

Estoy acabado.

Ryan no habló en ningún momento, yo no tenía cabeza para escucharlo de todas formas. Me arrastró fuera del sitio, me subió a su Malibú, y tras ponerme el cinturón de seguridad manejó por la costa antes de volver a los dormitorios. Yo comencé a quedarme dormido pero tampoco sentí presión de su parte para despertar, solo me metió en la cama y que pudiera quedar inconsciente.

Hammer era distinto a muchas personas que conocí antes, sobre todo diferente a mi forma de pensar; eso le causaba mucho temor a la hora de interactuar con otros, así que supuse por eso también se ahorró las palabras conmigo en los siguientes días.

—¿Te fue bien con el profesor de...?

—Sí, bien. —Esquivó mi saludo, con una sonrisa incómoda antes de abandonar la habitación.

Ryan nunca me dejaba terminar lo que decía, mantenía una distancia propia y el rechazo fue cada vez más evidente. Haber confesado mi enfermedad había dado el efecto que temía, la sensación de que podía ser contagioso. Por eso contuve mis manos y palabras con la esperanza de no molestarle, no darle ese asco que emanaba.

No quería perder su amistad después de tantos años sin siquiera vernos.

Por otro lado, seguía con la propuesta de matrimonio a Chloe en mente. Fui el único en presentarme en la biblioteca para la clase de Daniel, quien me ayudaba a expresar mejor mis ideas de una forma más actual, mientras escuchaba mis problemas e interrumpía cuando tenía que juzgarme algo.

—¿Qué demonios es elegante para ti? —El hombre negro me miró sobre el hombro, devolviéndome mis apuntes sin comprender porqué sentía tanta fascinación por el adjetivo.

—Es algo correcto, no sé, luce bien y está bien. —Lo confundí con la respuesta que ni yo mismo comprendía.

Miró de nuevo el papel, arrugando el entrecejo mientras contenía su suspiro. Recargué mi barbilla sobre mis manos antes de desviar el rostro hacia otras personas que estudiaban en mesas lejanas, creaban sonidos bajos y escuchaba el frufrú de algunos sacos. El interior era fresco, afuera era un infierno.

Escuché el sonido de los tacones aproximarse. Levanté los ojos hacia la chica de la falda amarilla que contrastaba con su color de piel, no se veía mal, por momentos me hacían pensar que el color negro lucía bien con los colores intensos; incluso era lindo.

Casanova a tu servicio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora